Cuando el miedo comenzó a paralizarme al alargarse el confinamiento, el Señor empezó a hablarme de la fe, de lo que es y de lo que no es.
Por Judith Bernal
Al principio del confinamiento me resultaba fácil decir que confiaba en Dios y tenía fe. Pero a las dos semanas de estar encerrada, y al ver que los días confinados aumentaban, empezaron a venir a mi mente miedos reales, miedos a cosas que pueden pasar. Sentí que mi vida se paralizaba con la cuarentena y llegaron pensamientos que empezaron a paralizarme a mí también. Por ejemplo: ¿cuánto tiempo tardaré en ver a mis amigos? O también: trabajo en el ministerio de Juventud para Cristo, y esta situación no nos está ayudando: ¿qué va a pasar con mi trabajo? Tengo abuelos que no son creyentes aún, ¿qué pasa si se enferman y mueren ahora? Y como éstas, algunas cosas más.
Y aunque el miedo me paralizaba, ahí el Señor empezó a hablarme de la fe, de qué es y qué no es. Cuando el miedo toma el control es difícil parar para escuchar al Señor. La incredulidad toma lugar y quiere que vivas desconfiando de Él. Pero esto forma parte de nuestra lucha: morir cada día a nosotros (y a nuestros miedos) para creer a Jesús. Las líneas que vienen a continuación resumen lo que he aprendido y sigo aprendiendo sobre la fe.
La fe no consiste en vivir confiando en que las cosas saldrán como yo quiero. De hecho, eso se aleja mucho de lo que es la fe. Vivir así te lleva a desconfiar de Dios y su plan, a pensar que tú sabes más y eres más inteligente que Él. Pero viviendo así no tendrás paz. La fe tampoco significa pensar que siempre y absolutamente todo va a ir bien, porque no es verdad. Habrá momentos en la vida que me desencajen y me harán sufrir, aunque el Señor tenga un propósito bueno con ellos. El sufrimiento no está lejos de la vida de un cristiano.
La fe es tener la certeza y la convicción de que Jesús me sostiene aquí y ahora. Y que pase lo que pase mañana, también lo hará, porque me ama y su mano no me va a soltar. No es sólo creer en Él, es creerle a Él. Es creer las cosas que Él dice por encima de lo que mi mente incrédula diría. Es creer que Jesús es suficiente para mi alma. Es dar el valor real a sus promesas. Creer que en el momento difícil su voz no me va a faltar, porque mi alma vive de eso. Su Palabra es el maná que la alimenta. Como María, esa es la única cosa que mi alma necesita, y es quedarme con la mejor parte.
De nuevo, vivir esta verdad requiere una muerte diaria: la muerte a la incredulidad y a las mentiras de Satanás. Negarme a vivir de ellas matando mi carne y tomando mi cruz, para vivir la vida abundante de Cristo.
La fe es sobrenatural, creemos para vivir, y para vivir la vida que el Señor nos ha diseñado estando contentos con Él. Es creer que tengo un compañero de vida que es el Espíritu Santo, que me guía y me lleva a Jesús. La fe es creer que pase lo que pase nada me puede arrebatar de los brazos del Señor porque Él es mi lugar seguro. Él es lo mejor y suficiente para mí.
Juan terminaba su libro con unas palabras que fueron las que desencadenaron esta libertad en mí:
“Los discípulos vieron a Jesús hacer muchas otras señales milagrosas además de las registradas en este libro. Pero estas se escribieron para que continuéis creyendo que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que al CREER en Él, TENGÁIS VIDA por el poder de su nombre.” (Juan 20: 30-31)
Judith Bernal - Juventud para Cristo - Barcelona (España)
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