Su palabra imperecedera, viva, fresca, llega al hombre con la contemporaneidad de un escrito reciente, actual.
En este tiempo pausado, donde cada día se parece demasiado al día anterior, somos muchos quienes hemos decidimos no caer en las redes trucadas de la apatía.
Buscamos formas de invertir las horas que se nos han regalado, y aunque las circunstancias por las que podemos disfrutar de este lapso no son satisfactorias, he de decir, que aprovechar el tiempo pese a lo adverso que este sea es una sabia decisión.
Entre los quehaceres del día algo que me depara gran satisfacción es el momento que dedico a la lectura.
Mi biblioteca; sala de estar, es una pequeña trinchera en la que en tiempo de confinamiento y en constante lucha contra este enemigo invisible, me resguardo de los ataques provocados por el microscópico virus que se envalentona sembrando miedo, tristeza, desidia. Es un lugar al que acudo para guarecerme y no sentirme sola.
Cientos de libros coleccionados desde mi juventud se han ido uniendo a otros que he ido adquiriendo en el transcurso de mi vida y que hoy conforman el pequeño gran anaquel de textos de los que me siento enormemente orgullosa –sí, lo sé, soy una nostálgica que sigue anclada en un mundo de papel que lucha constantemente por no sucumbir a tanta evolución digital.
Los Libros me enseñan a conocerme a través de vivencias ajenas, a encontrarme a en otras vidas. A descubrir travesías imposibles que me son legadas para hacerme llegar a lugares a los que seguramente nunca podré ir.
Historias desparramadas entre hojas que arriban buscado en mis ojos la complicidad para las que fueron creadas. Desnudándose ante mí sin pereza ni vergüenza, mostrando su fragilidad sin miedo a las críticas.
Obras que describen vidas célebres y extintas que hicieron proezas, que abrieron brechas por las cuales iniciar revoluciones, cambios.
Biografías, manuales, ensayos, poesía, cuentos. Cientos de volúmenes de diferentes estilos literarios que atesoro cual preciado botín.
De todos ellos; los leídos y los que esperan en la antesala para ser usurpados por mis ojos ávidos de palabras, está: El Libro.
Un compendio de textos escritos por autores muy diferentes entre sí, escribientes dóciles que tuvieron el privilegio de plasmar aquello que Dios les dictaba, materializando así el mensaje de Dios al hombre.
Un manual santo que muestra la historia de Dios en nuestra personal historia. Palabras que nos alientan a vivir guiados por las coordenadas de un soberano instructor que conoce sobradamente cómo hemos de conducirnos para llegar al mejor de los destinos.
Leer para vivir. Sentir la voz de Dios cerca de nosotros, atravesando fronteras, derribando muros, creando un puente de amor, de complicidad.
Es un buen momento para dedicar tiempo a la lectura, sobre todo a leer lo que Dios quiere decirnos.
Su palabra imperecedera, viva, fresca, llega al hombre con la contemporaneidad de un escrito reciente, actual. Su palabra sigue haciendo estragos, transformando el alma, zarandeando vidas para despertarnos del letargo, para hacernos ver con claridad en estos tiempos confusos que acercarnos a Dios es el bien y que hemos de buscarlo mientras pueda ser hallado.
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