Esforzarse tras el viento

Ayer, cuando más calor hacía, me puse a barrer el patio. El trabajo de limpieza exterior se hace cuando se puede y de noche no es recomendable. Las plantas de mi casa, mis árboles, mis macetas, parecen tener dislocadas las estaciones del año porque hay que ver, sin ser otoño, la cantidad de hojas secas que caen. Tras un rato, logré reunir un buen montón en una esquina. Miré satisfecha y vi que todo el suelo estaba reluciente.  ¡Chapeau!, me dije. Sin embargo, cuando fui a coger el recogedor, un par de metros más allá, un remolino de viento se hizo presente de manera inesperada y lo mandó todo a hacer puñetas. El desorden volvió a reinar. Mi trabajo quedó en vano. De nada me había servido el sacrificio. “Así es también la vida, así nos golpea”, fue lo oí en mi interior. Porque mi vida, como las hojas de mi patio, de cuando en cuando parece dislocarse.

Nos convencemos de que somos poderosos, de que lo tenemos todo bien atado bajo nuestros pies y aparece algo que nos ocasiona un daño, un trauma, una enfermedad, la pérdida de un ser querido. La vida da un giro inesperado que nos trastoca y desordena. La existencia se nos convierte en un caos insoportable e ingobernable. En esta meditación me entretenía cuando se me vino a la mente el texto del primer capítulo del libro de  Eclasiastés que resumo así: 

Vanidad de vanidades, y todo vanidad/ Tira el viento al mediodía, gira al norte, ya dando vueltas en su carro y retorna el viento a su circuito. Todas las cosas son difíciles: no puede el hombre explicarlas con palabras/ Yo he visto todo cuanto se hace debajo del sol, y he hallado ser todo vanidad y esforzarse tras el viento. 

¡Cuánto cuesta asumir los golpes! Procuremos disfrutar cuando todo aparece en orden. La vida es como ha sido siempre, como es, y como será. Aceptarlo con fe amortigua el dolor y el camino se hace más llevadero.