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‘El hereje’ de Delibes

Como evangélicos, deberíamos estar agradecidos a un hombre como Miguel Delibes por escribir una obra como El Hereje.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 17 DE JULIO DE 2006 22:00 h

¿Quién iba a imaginar hace muy poco tiempo que uno de los libros más leídos en España iba a ser una novela sobre la Reforma, escrita por uno de los más importantes autores españoles, y sobre un episodio tan poco conocido como la existencia de un grupo protestante en Valladolid en pleno siglo XVI? Esa es sin duda la principal razón por la que nosotros, como evangélicos, deberíamos estar agradecidos a un hombre como Miguel Delibes por escribir una obra como El Hereje.



Sabemos que no es la primera vez que se hace una novela basada en estos sucesos históricos. Los evangélicos conocemos Los Hermanos Españoles de Debora Alcock, La Casa de Doña Constanza de Emma Leslie o Recuerdos de Antaño de Emilio Martínez, obras todas ellas reeditadas por Clie en 1977. Ahora bien, estos libros los desconoce la mayor parte de la población española, y serían etiquetados hoy en día más bien como propaganda religiosa que como verdadera literatura, aunque su lectura sea para nosotros mucho más edificante que las descripciones que hace Delibes de una vida inmoral en el terreno sexual, por ejemplo.



Pero ¿quién es este hereje? y ¿en qué consiste su fe? La figura de El Hereje corresponde a un acomodado comerciante de pieles y lanas vallisoletano llamado Cipriano Salcedo. Nacido el Día de la Reforma, es atraído por la predicación del doctor Cazalla, recibiendo la fe evangélica y llegando a formar parte de uno de los primeros grupos protestantes que hubo en nuestro país. Todo esto en una España dominada por la Inquisición, sin libertad religiosa, y en que “la afición a la lectura ha llegado a ser tan sospechosa que el analfabetismo se hace deseable y honroso” (pág. 43). Es una criatura compleja, marcada por la orfandad, el maltrato paterno y su fracaso conyugal. Hay pasajes de su infancia que recuerdan a El Camino o El Príncipe Destronado, así como sus inevitables referencias a esa conocida afición de Delibes que es la caza, pero nunca con la complejidad que muestra Cipriano Salcedo. Ese individuo asfixiado por una sociedad opresora e intolerante es cierto que ha aparecido ya en novelas como Cinco Horas con Mario, donde la protagonista mantenía también un continuo diálogo con La Biblia que leía su difunto esposo, pero esa afirmación de independencia que ha estado en otros personajes de Delibes aparece aquí como un compendio de toda la obra del autor.. El tema parece más de Jiménez Lozano que de Delibes, otro escritor vallisoletano conocido por sus inquietudes religiosas y su depurado estilo literario. Aunque uno piensa también en Fernández Santos y El Libro de las Memorias de las Cosas, otro cuadro de la soledad de una comunidad evangélica, pero esta vez a mediados de este siglo. Lo curioso es que El Hereje es la primera incursión de Delibes en la novela histórica, algo que ha provocado sorpresa entre sus muchos críticos y admiradores. Así que lo primero que uno piensa es que probablemente esta obra guardará poca fidelidad con el contexto histórico en que el autor sitúa su personaje. Nada más lejos de la verdad, la documentación que ha hecho Delibes para este libro es impresionante, así como el cuidado por el lenguaje y las costumbres de la época. Aunque hay que tener en cuenta que estamos ante un novela, por lo que su intención primordial no es reconstruir unos sucesos históricos, sino expresar inquietudes y sentimientos, proyectados en este caso sobre un personaje de ficción al que dedica la más extensa de sus obras.



LUTERANOS EN CASTILLA



Este libro está dedicado a Valladolid, que con Sevilla fue el principal foco de la Reforma en España. No sabemos exactamente su origen, ni cuál era su relación con el extranjero. Delibes empieza su libro con un supuesto viaje del protagonista, enviado por el doctor Cazalla a visitar a Melanchton, para conocer así de primera mano lo que estaba pasando en Alemania, pero no debemos olvidar que la capital castellana era en aquellos tiempos de Carlos V, residencia real. El grupo protestante de Valladolid era de más elevada posición social e intelectual que en Sevilla. La fe evangélica aparece en un grupo de clase culta y rica de Castilla, entre gente perteneciente a la aristocracia, el alto clero y una ascendente burguesía. Familias enteras como los Cazalla o los Rojas son alcanzadas por el Evangelio, así como comunidades completas como la del convento de Belén en Valladolid. Según parece el movimiento en Valladolid y Zamora nace en la Rioja por medio de Don Carlos de Seso, caballero de Verona que tenía su residencia en el pueblo de Villamediana. Antes había sido corregidor en Toro y oficial del ejercito imperial. Estaba casado con Isabel de Castilla, que era familia del obispo de Calahorra y del deán de Toledo, por lo que parece que estuvo en Trento, y oyó predicar sobre la justificación por la fe en Italia, aunque su nombre está siempre unido al de Agustín Cazalla. Los Cazalla eran de origen judío. Agustín era hijo de un contador real de considerable fortuna. Su madre, Leonor de Vivero, reunía al grupo en su casa de Valladolid. Agustín era canónigo en Salamanca. Fue hecho capellán de Carlos V, y era conocido por su predicación, que a Salcedo le gustaba escuchar en Valladolid. Viaja por Alemania y Flandes, mientras su hermano Pedro es cura en Pedrosa. Por él entra en contacto Cipriano con la comunidad protestante. La narración que Pedro Cazalla le hace a Salcedo de su contacto con Seso, y la entrevista que éste mantiene con Bartolomé Carranza sobre la existencia del purgatorio, viene del testimonio del propio párroco en su declaración ante la Inquisición en mayo de 1558. Pedro Cazalla cuenta en el proceso como Don Carlos le dijo “que quien cree en Jesucristo recibe la vida eterna; que es imposible al pecador salvarse a sí mismo y que debemos aceptar la pasión y muerte de Cristo como don del Padre mediante la fe, como ocurridas para nosotros; y además, que las buenas obras cristianas deben ser el fruto de una fe viva”. El párroco le dice al Tribunal: “Yo acepté esta doctrina, porque me hizo amar a Dios y confiar en él, y al mismo tiempo no me hizo olvidar el bien, sino más bien buscarlo”. Y así también acepta Salcedo ”que el sacrificio de Cristo tiene mayor valor para redimirme que mis buenas obras por desprendidas que sean” (pág. 27). El personaje de Delibes aparece fascinado en la comunidad por la belleza de Ana Enríquez, que la relación del auto de fe llama “moza hermosa”. El historiador Llorente dice que había leído a Calvino y Ponce de la Fuente, aunque no tenía más que 23 años. Era hija de un marqués, que convierte El Hereje en el último amor de Salcedo, aunque su nodriza reaparezca en un curioso apéndice a modo de declaración inquisitorial al final del libro. La historia sentimental del personaje se cierra así en un circulo que no es en definitiva más que una manifestación de la radical soledad humana. A las reuniones asistía también un joyero llamado Juan García. Su esposa observa sus salidas por la noche, siguiendole un día, y delatando al grupo a la Inquisición. Su propio marido va a morir así en uno de los autos de fe que se hicieron contra esta comunidad en 1559, después de que el inquisidor Fernando de Valdés mandará apresar a todos ellos. Carlos V estaba en Yuste cuando recibió la noticia. Escribió a su hija, la regente Juana, para instar a un castigo ejemplar, y lo mismo pidió a su hijo Felipe II, al que tampoco faltó voluntad para acabar con la herejía. El primer auto de fe en la Plaza Mayor de Valladolid fue el 21 de mayo y el segundo el 8 de octubre, pero el autor ha fusionado los dos en uno, ya que condenados del de octubre son ejecutados aquí en el de mayo, mezclando los personajes reales con sus caracteres de ficción. Lo que nos lleva al tema de los errores...



ERRORES



A pesar del riguroso trabajo de documentación que ha hecho Delibes, a lo largo de estos tres años que ha tardado en escribir esta obra, el libro contiene algunos errores. Es cierto que no es el autor el único que exagera las diferencias entre Lutero y Calvino (págs. 32-33), pero subyace siempre la idea de un prejuicio antiprotestante que no ve en la Reforma sino división y sectarismo. Hay también ciertos anacronismos, ya que es difícil de imaginar cómo en la casa de los Cazalla podía haber un retrato de Lutero en el despacho (pág. 317)... Todavía más extraña es la descripción de esa sala como un templo, ¡con una llamita incluso brillando en el sagrario!. Cipriano parece creer en “la presencia real de Cristo” en la eucaristía de una forma tan tangible que “incluso una vez creyó verlo a su lado”(pág. 318), cuando según la declaración de Francisca de Zuñiga a la Inquisición “en esto de la Comunión no estaba Christo”, así que por muy luteranos que fueran en su idea de consustanciación difícilmente podían tener un misticismo tan sacramental. El reconocido catolicismo del escritor, invocado en la cita papal que figura al frente del libro, parece inseparable de su discurso narrativo. No porque sea una novela católica, que no lo es, sino por su inevitable ámbito de referencia. Aunque el católico Delibes se acerca con piedad y respeto a unos personajes dispuestos a vivir su fe con pureza y fraternidad, por lo que es su libro es al mismo tiempo una severa acusación a un catolicismo tridentino. Se trata en realidad de una defensa de la libertad de conciencia, por encima de cualquier inquietud religiosa. El principal problema del libro radica sin embargo en su relato del auto de fe. En la prisión, los miembros de la congregación acaban por delatarse unos a otros, al ser sometidos a presión y tortura, pero no el personaje de Delibes, que mantiene con insólita gallardía sus convicciones y lealtad, reflexionando amargamente: “¿Qué había quedado de aquella soñada hermandad? ¿Existía realmente la fraternidad en algún lugar del mundo? ¿Quién de entre tantos había seguido siendo su hermano en el momento de la tribulación? (pág. 487). Es el terrible lamento por una comunidad quebrantada, no por el Señor que han negado...



TESTIMONIO DE FE



La realidad de hecho fue bastante diferente. No sólo el personaje de Delibes fue decidido al martirio. El abogado de Toro, Antonio Herrezuelo, quedó sin retractarse, siendo quemado vivo. Su mujer, Leonor de Cisneros, se salvó de la hoguera al retractarse, pero volvió a hacer profesión de fe, siendo condenada en un auto de fe el 28 de septiembre de 1568. Así que aunque es cierto que el Dr. Cazalla negó de forma ostensible su fe, así como los demás que recibieron el favor del garrote por su confesión en el tormento, los autos fueron sin embargo un testimonio de fe. El segundo auto del 8 de octubre de 1559 Carlos de Seso tampoco abjuró de su fe, tras ser apresado cuando estaba camino de Francia con Fray Domingo de Rojas con un salvoconducto navarro que llevó al propio alcalde de Logroño a ser detenido por complicidad en su huida. De Seso se mantuvo firme en una profesión que reafirmó además en un texto escrito por su propia mano el día antes del auto de fe, con la entereza que demostró hasta exclamar atado en la hoguera: “Si yo tuviera tiempo, veríais cómo demostraba que os condenáis los que no me imitáis; encended esa hoguera cuanto antes para morir en ella”. ¡Más conocidas son las palabras que le dijo Felipe II: “Yo mismo traería la leña para quemar a mi hijo, si él fuera tan perverso como vos”!.



De Rojas es cierto que hizo declaraciones contradictorias, por lo que fue condenado a tormento, y en el potro rogó que le mataran para escapar de la tortura, diciendo lo que sabía y pidiendo reconciliación con penitencia. Pero una vez condenado a relajación, se volvió atrás y no quiso confesarse, dando en el último momento testimonio de su fe. Estando en el patíbulo pidió hablar al rey, y cuando se pensaba que iba a abjurar de sus errores, exclamó: “Aunque soy considerado por todos los presentes como un hereje, yo confieso que creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en la pasión y muerte de Cristo, suficiente para salvar al mundo entero; y en esta fe espero ser hecho salvo”. Por lo que inmediatamente fue amordazado... Al criado Juan Sánchez le arrestaron en Flandes con otro fugitivo de Sevilla. Ya quemándose, se soltaron las ligaduras cuando saltó del fuego y los frailes buscaron una última confesión. Al ver a De Seso firme, se arrepintió de su flaqueza y se arrojó de nuevo a las llamas con decisión. La madre de los Cazalla había ya muerto, siendo su cuerpo desenterrado de su tumba en el convento de San Benito, para ser quemado en cadáver, así como el de una de las monjas que se abrió la garganta con unas tijeras en prisión, muriendo “sin arrepentimiento y sin querer confesarse”... Muñecos ocupaban el lugar de aquellos que habían muerto antes de los autos de fe, y eran quemados en efigie. A esta escena brutal, nos recuerda Delibes en una entrevista, “vinieron veinte mil personas gozosas a pasar un día de campo”. La casa de las reuniones fue derribada, y en su lugar se levantó un monumento de mármol, después de rociar el solar con sal. Los franceses lo demolieron en 1809, pero lo volvieron a reconstruir en el 14, para desaparecer finalmente con el gobierno liberal del 21. Era la calle del Doctor Cazalla que Franco convirtió en Héroes de Teruel. Menéndez Pelayo al dar cuenta de estos procesos, concluye: “La memoria de estos hechos ha quedado tan viva en el pueblo de Valladolid que apena hay quien ignore, a lo menos en términos generales, esta lamentable historia”. ¡Palabras nada desdeñables en tan acendrado defensor de la ortodoxia como era Don Marcelino! Pero la realidad es que esta historia estaba ya olvidada, y ha hecho falta que venga alguien como Delibes a recordar a los españoles en estos tiempos de ecumenismo, que aquello que llaman ortodoxia no es a veces más que herejía, y que el hereje no es a veces otra cosa que un paladín de la ortodoxia…


 

 


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