No se trata de la coplilla popular que decía: “Yo le pido al Dios del cielo que la tortilla se vuelva; que los pobres coman carne, y los ricos coman hierba”. Aquí no se trata de luchas revolucionarias ni de alternancias en el poder político. No se trata de pasar por ser el postrero para luego, así, poder imponerse, como primero, con poder sobre los demás.
Quizás es que la experiencia de sentirse el último, el servidor y el más pequeño, sea una experiencia por la que deberíamos pasar todos, una cura de humildad que ni siquiera los propios discípulos entendían. Es una experiencia pedagógica y purificadora que nos encamina por las sendas del discipulado de Jesús.
Quizás se trate de la grandeza del servicio, quizás sea por eso que Jesús tuvo que decir a los principales sacerdotes, que cuestionaban su autoridad, que los publicanos y las prostitutas irían delante de ellos al reino de Dios. Será que ubicarse en la prepotencia de ser los primeros y los principales, aparte de Dios e impida el arrepentimiento.
Quizás pasar por la experiencia de los últimos sea algo por lo que debería pasar todo cristiano, por la experiencia de los que no tienen poder, de los que, de alguna manera, se les ha robado sus dignidad. Quizás sea ésta la manera de entender al prójimo que sufre, de tomar el incentivo de querer luchar por un mundo más justo, por una justicia redistributiva de los bienes del planeta tierra. El que no ha pasado por la experiencia de estar en el lugar de los últimos, no está cualificado para ejercer el poder con equidad, con respeto a los débiles, a los excluidos, a los empobrecidos por los sistemas económicos y las estructuras sociales injustas.
El que sólo piensa en subir sin sentirse unido solidariamente con los últimos, está destinado a ejercer un poder despótico que no entiende de projimidad. Porque en el concepto de projimidad de Jesús se tiene muy en cuenta al prójimo sufriente, al prójimo en debilidad, apaleado y despojado.
Los últimos son los sin poder, los fácilmente abusados, los pobres de este mundo, los sufrientes y crucificados de la historia. De alguna manera son el filtro por el que hay que pasar para poder acercarse a la divinidad, al Dios identificado con los pobres y con los que sufren marginación de cualquier tipo.
Una vez más queremos decir que no predicamos la depauperación de los creyentes, a pesar de las llamadas tan fuertes que hace de Jesús de que para el camino, en el anuncio de Reino, no llevemos alforja, ni nos proveamos de oro, ni plata, ni cobre en nuestros cintos, sino bajarnos de nuestro tren de prosperidad y de búsqueda de poder y prestigio, y bajar a la arena de la realidad en donde nuestras manos, nuestros pies y nuestra voz va a ser necesaria.
También nuestra identificación con los débiles del mundo, quizás no para devolverles el dinero y el poder para que sean otros los que vuelvan abajo, sino para dignificarlos e intentar que las estructuras de impiedad e injusticia cambien. Que todos puedan participar en justicia y equidad de los bienes del planeta tierra.
Hay que comprometerse e identificarse con los últimos porque al elevarlos al plano de lo que es, de la vida y de la dignidad humana, yo me dignifico con ellos. Yo no creo que Dios quiera enfrentamientos jerárquicos, ni que en la historia vayan subiendo unos para que bajen otros. Eso es violencia revolucionaria que genera más violencia.
Dios busca humanidad en las relaciones humanas, y es pedagógico, formativo y purificador, pasar por la experiencia de los últimos. Y cuando a alguno de estos últimos, pequeños, marginados y que están en el mundo del no ser de la marginación, yo le levanto y lo pongo en el plano de lo que es y de lo importante, yo me dignifico con él. La experiencia de haber bajado de mi tren de la prosperidad y haberme acercado intentando devolver dignidad a los pobres y a los proscritos y a los más pequeños, me engrandece junto con él, una grandeza que jamás puede ser despótica ni injusta, una grandeza que anula la jerarquía de los primeros que oprimen, ladrones de dignidad.
Porque el que busca la ambición del subir y la riqueza como prestigio sin importarle subir a costa de los que se quedan tirados en último lugar, por muy religioso que sea, va a ir detrás de los publicanos y de las prostitutas en el Reino de Dios... si es que llega a divisar algún día la grandeza y la justicia de los valores de este Reino, uno de cuyos valores estrella es que muchos primeros serán postreros y que si alguno quiere ser el primero será el último de todos... su servidor.
Si quieres comentar o