Toma mi mano, precioso Señor, llévame a casa

La mamá de Fernan se ha ido a casa. Se ha ido en unos días, sin tiempo para entenderlo. Nunca hay tiempo para entender la partida de una madre, pero la pandemia nos está arrebatando a los queridos a toda prisa, sin avisar, sin un momento para sentarse, mirarse, hablar y callar.

Nos está llevando a los abuelos de una forma que nunca habríamos querido, solos, aislados, sin que puedan comprender lo que les está pasando, sin posibilidad de abrazarles, acariciarles, decirles lo que han sido para nuestra vida, darles la paz de nuestra compañía, el calor de nuestro regazo, sin poder tomar su mano.

La mamá de Fernan tuvo un pequeño regalo; su nieto Jon pudo estar casi un día entero con ella, contándole cosas y conectando el teléfono para que pudiese hablar con toda la familia. Pudo hablar con todos y todos pudieron hablar con ella. Jon le cogió la mano.

Esta es la foto. Todas las protecciones de la mano de Jon no encubren el amor que de esa mano sale hacia la de su abuela, una mano tranquila, quietamente posada sobre la de él, confiada, en paz. Es la misma mano que unas horas después tomó el Señor para llevarla a casa.

En el corazón está sonando un himno: “Precious Lord, take my hand, lead me home”:

Precioso Señor, toma mi mano,

Guíame, mantenme de pie,

Estoy cansada, estoy débil, estoy agotada;

A través de la tormenta, a través de la noche,

Guíame hacia la luz.

Toma mi mano, precioso Señor,

Llévame a casa.