Una mujer me decía que en Navidad, tenía turrón para comer, tenía alimentos que le habíamos proporcionado, tenía algo de dinero, pero que se había pasado los días navideños en un rincón llorando. Se sentía sola. Y muchos de los que la sociedad critica y desprecia por alcohólicos callejeros, son simplemente personas que están ahogando su soledad en el alcohol, muchas veces como un suicidio lento... y no los entendemos.
Hay muchos solitarios en las grandes ciudades, llamados transeúntes o, en su propio argot “carrilanos”. Deambulando de ropero en ropero, de albergue en albergue, intentando conseguir un desayuno en algún sitio o unas latas y un poco de leche en otros. Pero su mayor problema es que están irremediablemente solos. Solos por grandes rupturas, por fuertes fracasos vitales. Solos ante la indiferencia de muchos o ante la mirada de aquellos que piensan que son “carrilanos” por opción personal. Como si una persona, sin más ni más, pudiera renunciar a su hogar, su familia, sus hijos, cualquier tipo de proyecto compartido por una opción personal, sin que hayan incidido grandes quiebros en su vida, grandes rupturas y grandes fracasos. Y cuando su fracaso vital llega a tales alturas de marginación profunda y de zambullirse en el mundo del carril, ya no buscan culpables, nadie busca culpabilidades ajenas, ni sociales, ni estructurales, ni individuales. Son simplemente los habitantes del carril. Un carril preñado de soledades. Si podemos hablar con ellos, todos reconocerán que lo más trágico de la calle no es el frío, el hambre o el desaliño personal. Lo peor de la calle es la soledad.
Solos, rodeados de multitudes que ni siquiera les miran. Verlos quizás los ven, pero como quien ve un cubo de basura o los excrementos caninos. Simplemente se les evita aunque haya que dar un rodeo. Sin embargo son personas a las que en muchos casos se les ha robado su dignidad: inmigrantes, drogodependientes, mujeres abandonadas o maltratadas, jóvenes fugados... objeto, en algunos casos, de las violencias de ciertas tribus urbanas con ideologías nazis o fascistas.
Los inmigrantes en marginación, incluso los que están medianamente integrados en el mundo del trabajo, aunque sea ilegal o esclavizante, agregan a las características de los típicos “carrilanos” otros factores estresantes que aumentan los niveles de soledad: está separado de su familia, porque vino a buscar medios de vida que, finalmente, no ha conseguido. Ni los puede traer, ni él puede marcharse. No solamente por la carestía del billete, sino porque le agobia regresar fracasado. Otros, hombres y mujeres, tienen niños pequeños en sus países de origen a los que no pueden ver, ni traer, ni ayudar... y todo esto gravita sobre su soledad como algo aplastante que le puede hundir en la depresión, ya que al sentimiento de soledad se le une el sentimiento de haber fracasado y el miedo a no poder salir nunca de esa situación. Así, pues, la soledad puede acabar partiendo e corazón y desestructurando la psicología de estas personas. Y muchos acaban cayendo en el total aislamiento social y en lo que es la marginación.
Puede haber muchos otros rostros marcados por la soledad: ancianos, encarcelados, niños, rostros que se conforman como una llamada a la responsabilidad de los cristianos. Cristianos que muchas veces tenemos los medios mínimos para eliminar, al menos parcialmente, la soledad de muchos de nuestros prójimos que se nos hacen próximos continuamente. Tenemos ante ellos una responsabilidad que se nos debe presentar como ineludible y que deberíamos dar los primeros pasos para ir trazando una pastoral de la soledad, una pastoral de los solitarios.
Porque, además de los solitarios marginados y sufrientes en el trágico carril de las existencias rotas, hay muchos otros solitarios que van a demandar de las iglesias algo de su esfuerzo pastoral: en Madrid, cada vez son más el número de personas que viven en viviendas unifamiliares, aparentemente integrados en la sociedad, pero que, también el fondo están viviendo su experiencia de soledad. Nuestra sociedad nos encamina a altos niveles de aislamiento... y a veces se sufre y se demanda, directa o indirectamente, la solidaridad y acompañamiento de los cristianos.
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