Así, partiendo de este posible error, la acción y la dignificación de las personas ha quedado en la vivencia del cristianismo como materia de una teología segunda que se subordina a la auténtica teología o a la teología primera. Lo prioritario ha sido la contemplación, el rito, la alabanza, el gozarse en el retiro que nos da las cuatro paredes del templo. De ahí que el amor al prójimo que Jesús nos lo dejó como semejante al amor a Dios, no figure en las prioridades de la teología contemplativa y de búsqueda del gozo individual que está entre las prioridades de una teología predominante que busca incluso la experiencia directa de la divinidad que nos sitúa más en el plano de lo divino que en el de lo humano. Si Jesús se hizo humano para darnos ejemplo de proximidad y de servicio, muchas veces nosotros queremos estar más en el plano de la superespiritualidad que nos diviniza, en lugar de la solidaridad activa y comprometida que nos humaniza. Lo que pasa es que cuando no hay cuotas de humanidad, proximidad y servicio en la vivencia de la espiritualidad cristiana, quizás estemos cayendo en falsas espiritualidades que nos apartan de Dios mismo.
Los que creemos en la salvación pro fe, a veces nos hacemos la composición de lugar que nos lleva a creer que la fe se desarrolla mejor en la contemplación que en la acción, cuando en la Biblia continuamente se nos está mostrando una fe activa que obra a través del amor, una fe dinámica que transforma al mundo y que puede trasladar los montes al corazón del mar. Para muchos cristianos hoy la acción tiene poco valor espiritual. La espiritualidad la van a ver más en una contemplación insolidaria e inactiva. Esta no es la espiritualidad que nos muestra Jesús, que es activa y comprometida.
Es como si la contemplación tuviera un mayor valor salvífico que la acción. Quizás una falsa interpretación de la fe y de la salvación por fe, nos lleva a dejar en la trastienda a todo el compromiso con el prójimo y con el mundo sufriente. Si analizamos en profundidad la vida de Jesús, sus compromisos y prioridades y otros contextos bíblicos y neotestamentarios, veremos que, realmente, esa fe no comprometida y no activa acaba por morirse y dejar de ser. La contemplación y la acción deben caminar juntas y la contemplación nos debe nutrir para podernos dirigir al mundo en una acción más acertada, comprometida y solidaria. La acción es la que, finalmente, va a dar sentido a toda contemplación, así como la verdad va a estar siempre en la coherencia con una acción comprometida y solidaria con el prójimo sufriente. La verdad que me recluye en la autocontemplación, que me hace insolidario y sordo a los gritos de los marginados y sufrientes del mundo, no es la verdad que es Jesús mismo como ejemplo de vida comprometida hasta la muerte.
Los cristianos debemos esforzarnos por ir creando nuevos marcos de referencia, nuevos esquemas teológicos arraigados en la realidad que nos ayuden a ser manos tendidas que son transformadoras del mundo, de sus injusticias y de sus marginaciones y exclusiones. Y no es que yo niegue valor a la oración, al retirarse para buscar el rostro de Dios, a la contemplación de su majestad y al culto, pero sí veo que todo esto debe estar ligado y fundamentando todo un concepto de misión, de apostolado activo en compromiso con el mundo y, fundamentalmente y siguiendo los pasos de Jesús, en compromiso con los más débiles, despojados, oprimidos y explotados del mundo. En compromiso con los proscritos y los considerados impuros por muchos de los religiosos que se autopurifican al estilo de los escribas y fariseos que el Señor calificó como hipócritas. La contemplación y la acción comprometida, unidas e inseparables como las dos caras de la única y de la misma realidad, nos deben transformar en las manos y en los pies del Señor que se muevan llenos de misericordia por los focos de pobreza, los lugares de conflicto y allí en donde se desenvuelven las víctimas de los sistemas injustos que sirven al dios Mamón.
Los que viven la auténtica espiritualidad cristiana deben compartir el destino de estas víctimas, en compromiso y solidaridad con ellos, a la vez que, con la ayuda del Omnipotente, intentan hacer saltar las estructuras de pecado, injustas e insolidarias que son causas directas del dolor de esas víctimas. La espiritualidad cristiana nos habilita así, para ser agentes de liberación para el más allá y para nuestro aquí y nuestro ahora que nos ha tocado vivir.
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