Aunque les afecta de distinta forma, desencadena una tormenta que golpea al individuo, la unidad familiar y la comunidad.
En los países donde la libertad religiosa es prácticamente nula, la persecución llega hasta los lugares más profundos de la sociedad, alimentándose de las desigualdades existentes entre hombres y mujeres para causar el mayor daño posible.
Cuando escuchamos testimonios e historias conocidas de hermanos que han sufrido la persecución, nos imaginamos esta problemática como un gigantesco bloque homogéneo que arrasa a su paso y que afecta a todos por igual. Sin embargo, esta imagen de la persecución es errónea, y cuando miras de cerca puedes darte cuenta de los patrones que comienzan a surgir.
La persecución se cuela por todos los rincones y encuentra los puntos débiles y las desigualdades de cada sociedad donde actúa. En la terminología de las artes marciales se utiliza el término “Puntos de Presión” para indicar aquellos sitios más desprotegidos y vulnerables en los que si se aplica una fuerza, el daño puede ser catastrófico.
Puertas Abiertas, organización internacional que ayuda y sirve a la iglesia perseguida, ha analizado estos “Puntos de Presión” o áreas vulnerables utilizados por los agentes de la persecución. Esto nos ofrece una visión muy clara de que la persecución afecta de forma muy diferente a hombres y mujeres.
En el caso de las mujeres que sufren la persecución, estos puntos débiles estarían ligados a las desigualdades sociales que existen en sus países. Por ejemplo, en las regiones mayoritariamente musulmanas y que están regidas por la “sharía” o ley islámica, la persecución explota las vulnerabilidades de una la sociedad patriarcal y desigual para con las mujeres. En estos lugares las mujeres cristianas deben enfrentarse al matrimonio o el divorcio forzado, a la violencia sexual o al arresto domiciliario.
En uno de estos países, perteneciente al África Subsahariana, una joven conversa del islam al cristianismo fue víctima de la persecución potenciada por el uso de estos puntos débiles. Esta joven había expresado desacuerdo y disconformidad con su familia debido al islam, por lo que fue obligada por su familia a casarse con un hombre religioso, adinerado e influyente. El objetivo estaba claro: Había que enseñarle a comportarse. Tras unas semanas, este hombre se dio cuenta de la “falta de religiosidad” de la joven cristiana y decidió matricularla en contra de su voluntad en un curso de educación en los valores del islam. Tras la falta de resultados, el marido decidió repudiarla y devolvérsela a su familia, algo muy deshonroso en su cultura. La respuesta de la familia fue clara: “Haz con ella lo que quieras”. Finalmente, el hombre acaudalado decidió denunciar a su mujer ante las autoridades religiosas. La adolescente cristiana fue sentenciada a muerte y ejecutada.
En este caso podemos ver como la persecución se aprovecha de cada una de las vulnerabilidades que como mujer tenía esta joven cristiana. En la sociedad que contextualiza este testimonio, cada uno de los “Puntos de Presión” se considera algo normal y parte de la cultura, pero la realidad es que cada ataque es un golpe fatal que finalmente acabó con su vida.
Estas mismas sociedades patriarcales también actúan como trampa para los cristianos que son perseguidos. En muchos países donde la persecución existe, el rol del hombre es el de ser líder y principal sustento de la familia y la comunidad. Esto crea una gran carga y peso sobre ellos.
En la península arábiga los hombres cristianos son condenados a prisión durante largos períodos de tiempo, lo que afecta a la iglesia de forma dramática. Según los analistas locales esta situación provoca un “debilitamiento de la iglesia, que se ve privada de líderes maduros y con experiencia”. Además, otro punto de presión mucho más común en hombres que en mujeres es el acoso económico. Un hombre cristiano de Oriente Medio explica cómo le afectó esto específicamente:
“Para mí, ser despedido de mi trabajo fue un golpe muy duro. Me afectó psicológicamente. Tengo un máster y además rendía muy bien”.
Este hombre, cuya posición y recorrido laboral le había garantizado un buen puesto, se quedó sin la seguridad de su trabajo cuando sus compañeros y ejecutivos se dieron cuenta de que era cristiano. Esto afecta no solo a su trabajo anterior sino a sus perspectivas futuras de búsqueda de empleo. Como vemos el acoso económico es un “Punto de Presión” efectivo y sensible en los hombres. Además del daño evidente, muchos hombres sufren frustración y sentimiento de fracaso para con sus familias, debido a la falta de provisión por su parte. Cuando el hombre es el único sustento de la casa, esto se hace más evidente.
Hombres y mujeres sufren la persecución de forma distinta, pero el efecto es transversal y aunque no les afecta de la misma forma si que desencadena una serie de situaciones que afectan no solo al individuo, sino a la unidad familiar e incluso a la comunidad.
Cuando la fe de una cristiana (embarazada y madre de 9 hijos) fue descubierta, fue golpeada hasta la saciedad, lo que resultó en la pérdida de su bebé. A partir de ese momento su marido le rechazó y se negó a seguir cubriendo sus necesidades básicas. Además, su teléfono fue confiscado, dejándola a merced de cualquier situación hostil sin posibilidad de comunicarse con nadie. Incluso la escolarización de sus hijos fue interrumpida debido a la fe de su madre. Los niños fueron internados en un curso de reeducación religiosa, no sin antes ser ridiculizados y avergonzados de forma pública. Un analista de Puertas Abiertas agrega: “Cuando las mujeres y las chicas son perseguidas, sus hijos son traumatizados, y la unidad familiar es puesta en peligro. Esto lleva fácilmente a un trauma generacional”.
Debido a las características sociales y culturales de los países donde se da la persecución, podemos ver que la desigualdad evidente también produce que las mujeres tengan un mayor número de “Puntos de Presión”, es decir, sitios efectivos por donde ser atacadas.
Es importante identificar estos patrones y entender cómo actúa la persecución en cada lugar. La efectividad de la ayuda que podemos proveer a los cristianos que sufren persecución depende de esto. Debemos intentar cubrir las necesidades y vulnerabilidades específicas de hombres y mujeres ya que, aunque la persecución ataque áreas individuales, estos golpes perjudican y dañan directamente a familias y comunidades al completo y por extensión a la familia global de Cristo.
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