En la genealogía de Jesús en Mateo constan dos mujeres, Rahab y Rut.
Unos 120 años después de Josué, en tiempos de los jueces, se desató una gran hambruna en Judá. Hay fundamentos para creer que el azote fue general, en toda la tierra de los judíos. Una familia de Belén compuesta por Elimelec, su mujer Noemí y dos hijos, Mahlón y Quelión, abandonaron Judá y se instalaron en Moab. He escrito en otro lugar que los moabitas estaban considerados como descendientes de Lot, por tanto muy cercanos a los israelitas. No obstante, profetas como Isaías, Jeremías, Amós y algunos salmos los consideraban enemigos del pueblo de Jehová. Aun así, el profeta Esdras sostiene que los matrimonios entre moabitas e israelitas eran muy frecuentes.
A los hijos de Elimelec y Noemí les llegó el tiempo de matrimoniar. Dicen los franceses que el matrimonio es la traducción en prosa del poema de amor. Menos románticos, con el frío natural de Escandinavia, algunos de sus escritores han dicho que el amor es un jardín florido, pero el matrimonio un campo de ortigas.
Ortiga o flor, los dos hijos varones decidieron matrimoniar con jóvenes moabitas, mujeres de la tierra que los había acogido. El nombre de una era Orfa y el de la otra Rut.
Llegó la muerte, siempre al acecho, vigilando nuestros pasos. Ocurrió porque sí, porque morir es tan natural como nacer, aunque sea menos aceptable, por aquello de que la muerte sea la destructora de la vida. Dice la Biblia: Murió el padre, murieron los dos hijos y tres mujeres quedaron viudas: Noemí, Orfa y Rut, estas dos, viudas y sin hijos. ¿No hubo tiempo? ¿Murieron los dos hermanos poco después de matrimoniar?
Privada de su marido y de sus hijos la triste Noemí resolvió regresar a su tierra. Había oído decir que la hambruna había pasado. Las tres mujeres tomaron camino. En un momento del viaje se dirigió a las nueras y les dijo:
“Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo. Os conceda Jehová que halléis descanso, cada una en casa de su marido” (Rut 1:8-9). Las besó luego con ternura y las dos prorrumpieron en lágrimas y sollozos. “Y le dijeron: Nosotras iremos contigo a tu pueblo”.
Incapaz de consolarlas Noemí insistió. Inició un tierno diálogo en cuyas palabras reflejaba a lo vivo el dolor que sentía su corazón. “Y Noemí respondió: Volveos, hijas mías; ¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre, que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos; porque yo ya soy vieja para tener marido. Y aunque dijese: Esperanza tengo, y esta noche estuviese con marido, y aun diese a luz hijos, ¿habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar por amor a ellos? No, hijas mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí” (Rut 1:11-13).
Las dos mujeres jóvenes volvieron a llorar. Orfa besó a Noemí y regresó a tierra de Moab. Rut no quiso. La suegra insistió, pero la joven, sin perder el respeto pero con una resolución magnánima y firme, respondió conmovida con una serie de razones que evidenciaban su grandeza de corazón: “Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos” (Rut 1:16-17). En las almas nobles y elevadas, como en el caso de Rut, el dolor no rompe los lazos formados por la naturaleza. Rut adquiere ante nuestros ojos tal majestad de sentimientos que nos acerca a ella aunque sólo sea un personaje literario.
Las dos mujeres se encaminaron hacia Belén y llegaron cuando se iniciaba la siega de la cebada.
Se avecinaba el romance. El amor, o lo que sea, responsabilidad o flechazo, aparece a la vuelta de la esquina o entre las espigas de cebada. Noemí tenía en aquellos campos un pariente de su marido llamado Booz, hombre rico, dueño de tierras, con mucha gente a su servicio. Enterada Rut, pide a Noemí que la deje ir para espigar junto a las criadas del terrateniente. Permiso concedido. Y va. Cuando Booz llega a inspeccionar el trabajo la ve, distinguida entre las demás mujeres. Los ojos van tras su cuerpo. Pregunta al capataz de quién se trata. Este responde: “Es la joven moabita que volvió con Noemí de los campos de Moab”. Booz la llama. Con un paternal “hija mía” le dice que se quede allí, en su campo, no como seguidora de las demás jóvenes, a distancia de ellas, sino como una espigadora más, que nadie la molestará. Más aún. A la hora de comer Booz le dio una parte especial. Rut comió hasta saciarse, dice la Biblia.
Tímida, sonrojada, pregunta a Booz por qué la trataba con tanta deferencia sabiendo que no era judía. A lo que parece el hombre rico estaba enterado de todo y le dijo que sabía lo que había ocurrido en tierra de Moab, la muerte del marido y el amor que había demostrado hacia Noemí.
Rut regresó a casa con unos veinte kilos de cebada que Noemí vendió.
Otro día Noemí dijo a Rut, según copio de la Biblia “Dios habla hoy”, conocida como Biblia de estudio: “Hija mía, yo debo buscarte un esposo que te haga feliz. Mira, nuestro pariente Booz, con cuyas criadas estuviste trabajando, va a ir esta noche al campo a aventar la parva de la cebada. Haz, pues, esto: báñate, perfúmate, ponte tu mejor vestido y vete allá. Pero no dejes que Booz te reconozca antes que termine de comer y beber. Fíjate bien en dónde se acuesta a dormir. Entonces ve, destápale los pies y acuéstate allí, y luego él mismo te dirá lo que debes hacer. Rut contestó: Haré todo lo que me has dicho” (Rut 3:1-5).
Pido permiso para intercalar aquí el largo comentario que hace el teólogo judío Marc Zvi Brettler en su libro Cómo leer la Biblia judía.
“Empezando en el versículo 1 del capítulo 3, se ve que Rut y Noemí están trabajando juntas. Le dice que quiere buscarle un lugar donde pueda ser feliz, y que Booz, su pariente, esa noche va a ir al campo a aventar la cebada a la era. Ahora bien, si Rut sólo necesitaba destaparle los pies a Booz, no necesitaba bañarse, perfumarse y arreglarse. Pero eso es lo que se dice que tiene que hacer en el versículo 3, y también se dice que no se deje reconocer. Por último, en el versículo 4 se le dice que cuando se acueste se asegure de fijarse dónde lo hace y que entonces le destape los pies. La palabra hebrea “sus pies”, que aparece en un contexto totalmente diferente en Isaías 6 donde se dice que los ángeles usaron dos de sus alas para taparse los pies, es un eufemismo que se refiere a los genitales de Booz. Por eso, lo que se le está diciendo aquí es: fíjate bien dónde se acuesta, porque tienes que estar segura de acercarte al hombre correcto, y destápalo hasta la cintura. Ella lo hace. El versículo 7 deja claro que Booz está un poco borracho, está alegre. En el versículo 8, en mitad de la noche, Booz se despierta de pronto y ¡allí hay una mujer acostada a “sus pies”. Un poco sorprendido le pregunta: ¿quién eres? Y ella se lo dice. Booz es un caballero, y en ese momento se pone muy nervioso. Se encuentra a Rut acostada a su lado, está medio desnudo, “sus pies” están destapados, y empieza a preguntarse: ¿Qué me ha pasado por beber algo más de la cuenta?”. Y porque es un caballero, está muy preocupado y se asegura que va a casarse con Rut tan pronto como le sea posible como indica el resto del libro”.
¿Por qué Noemí pide a Rut que busque a Booz mientras éste duerme? ¿No pudo hacerlo durante el día? ¿No pudo ella llamarlo a su casa y hablar con él? ¿Tan difícil estaba el acceso al pariente rico? ¿Por qué a la mañana siguiente Booz se muestra tan complaciente con ella? ¿Pensaría que la había deshonrado?
De todas formas, dispuesto a ir hasta el fondo de sus obligaciones, Booz la tranquiliza y le dice que Noemí tiene otro pariente más cercano al que corresponde redimirla. Si no lo hace, entonces la redimirá él y la tomará por esposa.
Noemí puso en venta un campo de tierra fértil heredado de su marido. Quien lo comprara debía casarse con Rut. Booz convoca a ese pariente, cuyo nombre no figura en la Biblia, más cercano que él al fallecido esposo de Noemí y le habla del campo. El otro responde que está dispuesto a comprarlo, pero cuando Booz le pone las condiciones, contraer matrimonio con Rut “para que restaures el nombre del muerto sobre su posesión (Rut 4:5), responde que no, tal vez porque estaría casado y tendría su propia familia. Es entonces cuando Booz, en presencia de los ancianos de la ciudad, les dice: “Vosotros sois testigos hoy, de que he adquirido de mano de Noemí todo lo que fue de Elimelec, y todo lo que fue de Quelión y de Mahlón. Y que también tomo por mi mujer a Rut la moabita, mujer de Mahlón, para restaurar el nombre del difunto sobre su heredad, para que el nombre del muerto no se borre de entre sus hermanos y de la puerta de su lugar. Vosotros sois testigos hoy” (Rut 4:9-10).
Tuvo lugar la boda. Nació un niño. Las vecinas decían a Noemí: “Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; el cual será restaurador de tu alma, y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es de más valor para ti que siete hijos” (Rut 4:14-15).
El niño nacido, al que ponen por nombre Obed, fue padre de Isaí, a su vez padre del rey David. En la genealogía de Jesucristo que consta en el primer capítulo del Evangelio escrito por Mateo figuran los nombres de dos mujeres que no pertenecían al pueblo de Israel, Rahab, madre de Booz, y Rut, la esposa obediente. Ambas fueron descendientes según la carne del Salvador del mundo. Una prueba más de que Dios no hace acepción de personas.
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