Si eludimos nuestras responsabilidades mínimas, como poco, estamos cayendo en
el pecado de omisión de la ayuda. Ayudas que también puede llegar no solamente invirtiendo en ayudas asistenciales directas, tan necesarias, sino también a través de la palabra de denuncia, de la valoración de nuestras prioridades y estilos de vida y consumo, de la gestión sociopolítica y creando nuevos valores y criterios en las relaciones entre los diferentes pueblos del planeta.
Por eso en el caso de nuestro trabajo en Misión Urbana no nos es suficiente el trabajo asistencial que hacemos en Madrid entre los colectivos marginados y excluidos de la gran ciudad, los inmigrantes, desempleados de larga duración o con las mujeres y niños en situación de abandono o desventaja social. Tampoco nos basta nuestros gestos de cooperación con el mundo pobre. Nos vemos en la necesidad de escribir, hablar y conferenciar, denunciar e influir todo lo posible, hacer labor profética a través de la palabra hablada y escrita, a la vez que vamos concienciando a los cristianos a que tomen responsabilidad ante estos problemas. Nos damos cuenta de que nuestro trabajo no consiste solamente en pedir a los creyentes o a las organizaciones como Cruz Roja, Banco de Alimentos, Farmacéuticos Mundi o cualquiera otra organización, para después dar de forma asistencial.
Tenemos que adoptar estilos de vida solidarios y tener una voz crítica profética ante la situación del mundo. Tenemos que denunciar las estructuras de pecado que son la causa de que haya hambrientos en el mundo. Denuncia que debe llegar también a las estructuras políticas, pues todos los expertos afirman que en mundo hay recursos suficientes para eliminar el hambre en el mundo, pero faltan decisiones y voluntad política para llevar esto a cabo. Voluntad política que debe llevarnos a un comercio justo, a unos salarios dignos, a unos precios que mantengan las agriculturas y las economías locales sin dependencias ni subordinaciones a los que detentan el capital a escala mundial y a una situación en donde no se dé el fenómeno de los niños de la calle y los niños trabajadores.
Los cristianos deberíamos distinguir en la agonía de los hambrientos algo de la agonía de Jesús mismo. Deberíamos descubrir en el grito y el dolor del hambre, algo del grito de Dios en un mundo en donde impera la injusticia. Deberíamos reflexionar más en las palabras de Jesús: “Por mí lo hicisteis” para que sepamos distinguir todavía a un Dios que sufre con los hambrientos del mundo y nos llama a aliviar su propio sufrimiento.
Hay que colocar el problema del hambre en medio del debate público. Así, los cristianos deberían movilizar los medios de comunicación social, manifestarse públicamente – sería la mejor Marcha por Jesús – lanzarse en búsqueda de una ética social crítica contra las estructuras sociales injustas y los que las mantienen por egoísmo propio, interpelar desde nuestras más altas organizaciones como la FEREDE, a los gobiernos y a toda la sociedad civil en sus diferentes áreas, intentando incluso politizar este debate.
El tema lo merece. Y si, aunque tímidamente nos hemos lanzado a comunicados en relación con la homosexualidad u otros, deberíamos hacerlo también prioritariamente contra el hambre y la infraalimentación en el mundo. Porque es muy importante el asistencialismo que hacemos desde nuestras organizaciones, es muy importante difundir valores de misericordia y de compasión, pero en el fondo de todo, los hambrientos también piden a los cristianos que vean en la lucha contra el hambre un derecho social y humano irrenunciable. Una cuestión de justicia.
Los evangélicos, los hombre del Libro, del libro por excelencia que es la Biblia, deberíamos volver a ella y ver qué es lo que la Biblia tiene que decirnos sobre todo esto... incluso contando la historia de José y las vacas flacas a los niños para que vayan captando el problema del hambre en el mundo. Porque
es un escándalo. Y más aún cuando no depende de catástrofes naturales, sino del egoísmo, más aún del egoísmo de muchos poderosos de la tierra que la tratan como si fuera suya, como si fueran los amos absolutos que no reconocen ni a Dios ni a hombre. Su dios es su estómago o, si queréis, el abultamiento de las cifras de sus cuentas corrientes o las escrituras de sus heredades. Y la Biblia sigue teniendo la misma palabra para ellos: ¡Necio! Y la misma frase que les llama a la cordura: “Lo que habéis almacenado, ¿para quién será?”.
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