El cristianismo europeo se caracteriza sobre todo por su rendición ante el secularismo militante.
En nuestro intento de identificar algunos de los retos para el protestantismo llegamos a un segundo tema. Yo lo llamaría “analfabetismo bíblico”. Soy consciente que es una expresión provocadora. Pero no estoy seguro que se trate de una exageración.
Uno de los factores que ha contribuido al hundimiento de los valores éticos cristianos en nuestra sociedad es indudablemente la desaparición de la fe cristiana y la incapacidad de las iglesias de transmitir un mensaje que sea creíble y coherente. Dicho de otra manera: no solo España ha dejado de ser católica sino Europa ha dejado de ser cristiana. Esta verdad se aplica tanto a los países que en su momento abrazaron la Reforma como a los países con mayoría católica u ortodoxa. Salvo pocas excepciones que podrían ser Irlanda, Polonia, Liechtenstein y Malta (por cierto: todos países con una gran mayoría católica), la fe cristiana no juega absolutamente ningún papel en la vida pública. Creo que con esto queda claro que no estoy hablando particularmente de España, sino de Europa en términos generales.
Particularmente, el protestantismo ha sido mermado por las nefastas consecuencias de una teología racionalista e ideologizada. A lo largo de los últimos dos siglos se ha adaptado completamente a los moldes de las modas del pensamiento filosófico. Donde no lo ha hecho se ha convertido en muchos casos en un cristianismo pietista y quietista que se retiró del mundo para esperar al arrebatamiento. Como consecuencia se ha debilitado de tal manera que no se le percibe como fuerza capaz de marcar pautas para la sociedad, sino todo lo contrario.
Por lo tanto, lo que queda del cristianismo formal en nuestra sociedad poco tiene que ofrecer porque se parece demasiado a la sociedad. El cristianismo europeo se caracteriza sobre todo por su rendición ante el secularismo militante y su adaptación a las corrientes contemporáneas de pensamiento cuyo último brote es el ecofanatismo y la escenificación de su ídolo visible en la persona de una chica de 16 años.
No marcamos pautas. Nos dejamos marcar. El pecado contra el tercer mandamiento es el pecado por antonomasia de aquellos que llevan el nombre de Cristo sin realmente tomar en serio sus enseñanzas. Por lo tanto, este segundo punto de los desafíos a la iglesia evangélica, es sobre todo, una crítica de algunos aspectos de la expresión de la fe cristiana en nuestro tiempo.
Si en la Europa al inicio del siglo XX se usaba el nombre de Dios para cimentar y bendecir regímenes políticos nacionalistas, autoritarios y fascistas, hoy en día está mucho más de moda hacer apología de posturas socialistas e incluso comunistas en nombre del cristianismo. El ejemplo más patente en este sentido ha sido la “teología de la liberación”, bastante popular en su momento sobre todo en América Latina, que parte de las premisas de teólogos politizados y racionalistas para buscar y tratar de establecer el Reino de Dios al estilo socialista. Por eso se ha llevado sus aplausos más sonados por regímenes políticos de este color. No cabe duda que este intento de bautizar en el nombre de Dios una ideología completamente secular ha sido un gran fracaso. Las masas de los que buscan un cristianismo auténtico no acuden a las parroquias o iglesias de los representantes de la teología de la liberación para escuchar los mismos mensajes que en las televisiones estatales, sino a las congregaciones donde se predica un cristianismo vigoroso, bíblico y personal, aunque infelizmente también sectario en muchos casos.
Al mismo tiempo es cierto que una buena parte del evangelicalismo de nuestro tiempo ha sucumbido ante la tentación de un evangelio mercantil y comercial. Raras veces se predica hoy en día confiando en el poder de la Palabra de Dios, sino más bien en los decibelios de los altavoces y la retórica simplicista e infantil del predicador de turno. Poco de esa Palabra se puede reconocer aún en la proclamación pública del mensaje del evangelio. Los actos públicos de muchas iglesias evangélicas obedecen más bien a técnicas de venta. Y finalmente, con tal de rellenar una tarjeta o levantar la mano al final de una presentación del evangelio parece que ya se ha hecho lo suficiente para poder decir que un número x de personas ha “aceptado a Jesús como su Señor y Salvador”. Lo cierto es que más que otra cosa, parece una forma de usar el nombre de Dios en vano.
Y con eso llegamos al descomunal desinterés por la enseñanza bíblica y el agotamiento que caracteriza una gran parte del cristianismo protestante en Europa. El conocimiento de los contenidos y doctrinas más esenciales de la fe cristiana ni se enseña en muchas iglesias, ni se aprenden por parte de los creyentes, porque sencillamente interesa más el “show” que la formación sólida.
Muchos evangélicos ya no quieren escuchar nada de teología. Todo lo que suena a doctrina o teología parece que está destinado a tener que desaparecer de nuestras iglesias. Los sermones deben entretener, pero no enseñar. El arte de la predicación expositiva está en vías de extinción, aunque últimamente hay brotes de un nuevo interés en el tema que da cierta esperanza.
Pero en términos generales, pocos se atreven a predicar hoy en día sobre temas doctrinales como la Trinidad, la divinidad de Cristo, el infierno o simplemente hacen una exposición sistemática de algún libro bíblico.
Se ha hecho muy popular la frase: creemos en una persona y no en una doctrina. La frase en sí misma es una contradicción en términos y completamente incoherente. Porque surge la pregunta: y ¿qué sabemos de esta persona, aparte de la revelación en las Escrituras, sistematizada doctrinalmente?
Existen muchas iglesias que, por falta de conocimientos de doctrina bíblica, se están abriendo a influencias modernistas y post modernistas. La doctrina cristiana pierde su importancia y con esto se tiran por la borda siglos de trabajo teológico. ¿En cuántas iglesias se enseñan todavía verdades formuladas en el credo apostólico, o los de la Confesión de Westminster, del Catecismo de Heidelberg o de otros credos que han servido durante siglos para instruir a creyentes en las verdades más básicas de su fe?
Se reemplaza la verdad por la retórica. La teología se reduce a charlas edificantes y devocionales, con una duración máxima de 30 minutos, si puede ser menos, tanto mejor. El sermón se ha convertido en muchos lugares en una sesión terapéutica o en un espectáculo de fuegos artificiales rimbombantes.
Personalmente, he llegado a la conclusión de que un buen segmento del mundo evangélico piensa hoy de la manera como hace pocos años pensaban los racionalistas teológicos que en aquel entonces fueron criticados precisamente por los evangélicos.
La consecuencia es que muchas iglesias se están abriendo a influencias modernistas y post-modernistas por falta de conocimientos de doctrina bíblica. Les lleva cualquier “viento de doctrina”. La sucesiva desaparición de himnos, en su mayoría doctrinales, para ser sustituidos por textos simplicistas y superficiales es -en mi opinión- otro síntoma de la misma carencia.
El primer paso para remediar los problemas es enfocarlos. Sus consecuencias analizaremos en los próximos artículos de esta serie.
Pero a modo de conclusión adelantada quiero animar a mis lectores de aprovechar las fiestas que tenemos por delante para tomar una decisión que cambiará tu vida y tu entorno: léete la Biblia de un tirón. No en un año, sino en unos meses. Déjate empapar del Espíritu de Dios y de sus pensamientos. Y sí hace falta, date de baja de Netflix, o Apple TV y regala tu televisor o video consola de última generación a tu enemigo de turno. Finalmente tendrás tiempo para leer el Libro de los Libros de forma intensiva. Y así contribuirás a subir tu nivel de educación espiritual. ¿Te apuntas?
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