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Juan Antonio Monroy
 

La encendida mujer de Potifar

En el escaso espacio que le concede la Sagrada Escritura queda retratada como una mujer de pasiones ardientes y tumultuosas; ataca por debajo tierra y apela a la astucia para conjurar la tempestad.

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 18 DE DICIEMBRE DE 2019 08:45 h
Detalle del cuadro José y la mujer de Potifar, de Giovanni Martinelli. / Wikimedia Commons

¡Menuda era la señora! Cada vez que veía a José le encendía el cuerpo eso que llaman fuego uterino.



Para un mejor entendimiento hay que comenzar la historia desde las raíces.



José, hijo favorito de Raquel y de Jacob, nació en un lugar de Mesopotamia. La Biblia dice que el padre lo amaba “más que a todos sus hermanos”. Por esta razón los hermanos “le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente” (Génesis 37:1-4). En cuanto tuvieron ocasión decidieron vengarse. Dijeron entre si: “Venid y matémosle”. La intervención de uno de ellos, Rubén, salvó la vida a José, quien sugirió: “No lo matemos. Echadlo en esta cisterna que está en el desierto. Así lo hicieron: Le tomaron y le echaron en la cisterna; pero la cisterna estaba vacía, no había en ella agua”. Fue Judá quien propuso: “Vendámosle a los ismaelitas·. Tal como lo pensaron, lo hicieron: “Y cuando pasaban los madianitas mercaderes, sacaron ellos a José de la cisterna, y le trajeron arriba, y le vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y llevaron a José a Egipto. Llevado, pues, José a Egipto, Potifar oficial de Faraón, capitán de la guardia, varón egipcio, lo compró de los ismaelitas que lo habían llevado allá” (Génesis 37:28 Y 39:1).



Ya nos estamos aclarando. Ahora surge la pregunta: ¿Quién era este Potifar, o Putifar, como traducen algunas versiones de la Biblia? Se dice de él que era capitán de la guardia de Faraón. Un capitán de la guardia del Faraón era comandante de un regimiento de 2000 hombres que servían como cuerpo de guardia del rey. La Enciclopedia de la Biblia, en un artículo firmado por Juan Carreras Martí, profesor de Filología Semítica en la Universidad de Barcelona, dice que Potifar era eunuco. De haberlo sido explicaría el comportamiento de la mujer, si bien en la Biblia nada consta.



El jefe egipcio, al ver las grandes cualidades de José lo nombró administrador de toda su casa, sin importarle que había sido comprado como esclavo.



En este punto entra en juego la mujer de Potifar, cuyo nombre no figura en lugar alguno de la Biblia.



En el escaso espacio que le concede la Sagrada Escritura queda retratada como una mujer de pasiones ardientes y tumultuosas; ataca por debajo tierra y apela a la astucia para conjurar la tempestad.



En la antigua novela egipcia Cuento de los dos hermanos, se narra la historia de un joven que fue solicitado vanamente por su cuñada, y ésta, defraudada, le acusa para disculparse. Un cuadro paralelo al relato bíblico que refiere el libro del Génesis en el capítulo 39. Es este: “Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo. Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: He aquí, que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? Hablando ella a José cada día, y no escuchándola él para acostarse al lado de ella, para estar con ella, aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí. Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió. Cuando vio ella que le había dejado su ropa en sus manos, y había huido fuera, llamó a los de casa y les habló diciendo: Mirad, nos ha traído un hebreo para que hiciese burla de nosotros. Vino él a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces; y viendo que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y huyó y salió. Y ella puso junto a sí la ropa de José, hasta que vino su señor a su casa” (Génesis 39:7-16).



La mujer de Potifar echa por tierra su propia dignidad, la fidelidad que debía al marido ausente, el honor de ser la esposa de un político cercano al Faraón. Lo olvida todo y se deja llevar por el deseo de tener en su cama a un joven atractivo, que por su inteligencia y sus maneras no parecía haberse criado en esclavitud. No me identifico con esta cita de Jardiel Poncela, me limito a reproducirla: “Es más fácil detener un tren que detener a una mujer cuando ambos están a punto de descarrilar”.



La respuesta de José al verse acosado, “ninguna cosa me ha reservado mi amo sino a ti, por cuanto tu eres su mujer”, lejos de desalentar la pasión de la mujer, la enciende aún más. El acoso sexual que sometía a José era diario antes de la escena final: “Hablando ella a José cada día, y no escuchándola él para acostarse al lado de ella, para estar con ella” (Génesis 39:10). José resiste valientemente. Además de por su fidelidad a Potifar lo hace también por sus creencias religiosas y fidelidad a Dios: “¿Cómo haría yo este gran mal y pecaría contra Dios?”.



La reacción de ella fue la normal en estos casos. El amor se transforma en odio y el despecho en venganza. Decidido, José sale del aposento, pero antes la mujer se agarra a la ropa del joven y la sostiene en sus manos. Tenía miedo. Tenía que vengarse. Quería hacer pagar al esclavo el castigo a su virtud. Enarbolando la ropa como prueba contra José llamó a gritos a los criados. Con voz airada por el resentimiento les dijo: “Mirad, nos ha traído un hebreo para que hiciese burla de nosotros. Vino él a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces; y viendo que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y huyó”. Aquí hebreo tiene un sentido despectivo. 



Suficiente. Enterados de la verdad de la historia podemos saber quién era y cómo era aquella mala señora. ¿La conocería entonces el marido como nosotros la conocemos ahora? Parece que no.



Cuando Potifar fue enterado de la falsa historia que le contó su mujer no indagó, no se detuvo en conocer la versión de José. “Se encendió de furor” y mandó encarcelar al inocente.



El final del suceso pone de manifiesto la intervención divina. Dios sí creía en la inocencia de su ungido, tal como leemos en el Libro: “Jehová estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel. Y el jefe de la cárcel entregó en manos de José el cuidado de todos los presos que había en aquella prisión; todo lo que se hacía allí, él lo hacía” (Génesis 39:21-22).



Entre los encarcelados había dos oficiales de palacio. El que tenía a su cargo la bodega del rey y el repostero, cargos de la máxima confianza del Faraón. Preocupados con su causa sueña cada uno la suerte que les aguarda. José interpreta estos sueños y acierta. Dos años después es el propio rey quien tiene un sueño extraño. José es llamado a su presencia. Le cuenta el sueño y pide la interpretación del mismo. Siempre fiel a sus creencias religiosas, José responde: “No está en mí; Dios será el que de respuesta propicia al faraón” (Génesis 41:16).



Y llegó la respuesta. José acertó plenamente. Egipto tendría siete años de gran abundancia y otros siete años de hambre. Así ocurrió. Asombrado, fascinado y agradecido el Faraón encumbró a José a lo más alto del reino: “Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú. Dijo además Faraón a José: He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto. Entonces Faraón quitó su anillo de su mano, lo puso en la mano de José, y lo hizo vestir de ropas de lino finísimo, y puso un collar de oro en su cuello; y lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaron delante de él: ¡Doblad la rodilla!; y lo puso sobre toda la tierra de Egipto” (Génesis 41:39-43).



Nada más dice la Biblia de Potifar ni de su mujer. La inocencia no queda sin recompensa. La verdad no queda sin justicia.


 

 


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