Es la lucha entre si hemos de fijarnos en el Cristo que sentimos a través de la fe, el Cristo del
kerigma que predicamos, o si debemos investigar su historia y fijarnos en el Cristo de la carne, de la historia.
Y es que es imposible comprender todo el alcance del Cristo predicado si desconocemos los contextos históricos en los que se producen todas y cada una de las afirmaciones que conforman el cuerpo de doctrina que nos puede haber transmitido Jesús. Es imposible comprender el alcance del Cristo predicado, sin acudir a la historia para ver los estilos de vida, prioridades y compromiso de Jesús. Por eso
el Cristo de la carne es tan importante como el Cristo vivido a través de la fe. Más aún, no se puede vivir el Cristo de la fe o del
kerigma si no tomamos como modelo de vida al Jesús de la historia.
Porque el tema es relevante. Los que nos preocupamos por la acción y el compromiso de los creyentes, nos damos cuenta de la existencia de muchos creyentes que se apoyan en el Cristo de la fe, el Cristo predicado y sentido dentro de nuestras vidas a través de la fe, pero que desde el punto de vista de los estilos de vida, de los compromisos, de las prioridades y de la práctica de la projimidad, no son cristianos que sigan los ejemplos de vida del Jesús histórico. Es como si, de alguna manera, el Jesús de la historia, con todos sus ejemplos de vida y de servicio, debiera ser sacado a la palestra cristiana y ponerlo frente a frente al Cristo de la fe que muchos cristianos viven aunque alejado de todo compromiso de acción para con el prójimo sufriente y alejados a años luz de los estilos de vida comprometidos de Jesús.
Puede ser que hayamos asumido un Cristo de la fe o del kerigma, pero dejando un poco o un mucho de lado al Jesús histórico, al Cristo de la carne. Quizás deberíamos volver más a los evangelios sinópticos e ir entresacando los retazos históricos de la vida de Jesús y de su compromiso con los débiles y los oprimidos del mundo.
Así, a lo largo de la historia de las diferentes cristologías, surgen las dos dimensiones. Incluso los que propugnan la vuelta al Jesús histórico son los propios discípulos de Bultmann quien había antepuesto al Cristo del
kerigma, al Cristo predicado o Cristo de la fe, al Jesús histórico. Bultmann incluso afirmaba que ni el Apóstol Pablo ni Juan habían querido conocer al Cristo de la carne, al Jesús histórico, y sólo reconocen al Señor glorificado, al Cristo al que solamente por la fe se le puede reconocer como Señor. No les importan, según Bultmann los ejemplos concretos del hombre Jesús histórico, del Cristo de la carne.
Y hoy en día, sin necesidad de que conozcan los escritos cristológicos de estos teólogos, observo que muchos cristianos viven ajenos a los ejemplos concretos del Jesús de la historia, de sus compromisos y formas de vida. Así, no intentan imitar al Maestro en sus ejemplos concretos. Se conforman solamente con su experiencia interna de Jesús, con su Jesús de la fe... y les resulta muy difícil seguir los ejemplos de servicio y los compromisos del Jesús hombre, enmarcado en un entorno concreto de la historia y con unos ejemplos de vida que creo que Él quiso que siguiéramos y que tuviéramos en cuenta. Es muy difícil así llegar a ser auténticamente sus discípulos, pues tenemos una referencia muy vaga del Cristo de la carne, del Cristo que anduvo por el mundo haciendo bienes y en búsqueda de la justicia y la dignificación de las personas. Predicamos a un Jesús que sólo nos transmite una idea de salvación metahistórica y perdemos el concepto del Jesús que puede incidir en nuestros comportamientos, servicios y compromisos de projimidad... y es una tragedia que nos conduce a vivir una espiritualidad mutilada, unidimensional, perdiendo toda la rica variedad de perspectivas que nos ofrece el Jesús de la historia, el Cristo de la carne que puede ser un ejemplo concreto y sumamente relevante para todo discípulo, un ejemplo imprescindible para todo discipulado de cualquier creyente que quiere seguir al Jesús de Nazaret, no solamente al Cristo de la fe, al Cristo de la predicación o del
kerigma.
Pero el
kerigma, el mensaje, la evangelización, el culto o la alabanza, no se puede limitar a predicar la vivencia del Cristo de la fe, sino que los hechos de la vida de Jesús, la puesta en relieve de sus estilos de vida, de servicio y de compromiso, son inseparables del
kerigma, del culto, de la evangelización y de la experiencia de la fe.
Así, hay que volver, continuamente, la vista al Jesús de la historia, al Jesús de Nazaret, al Cristo de la carne.
No debemos quedarnos solamente en la experiencia pascual, en el Cristo glorificado, en el Jesús exaltado, sino que hemos de rastrear también los ejemplos concretos del Jesús histórico. Más aún, rastrear a Jesús en medio de los acontecimientos históricos de hoy, fundamentalmente, en los que sufren, en los oprimidos y, como dirían algunos, en los crucificados de nuestra historia presente..
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