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Juan Antonio Monroy
 

Raquel, la amada

Una antigua tradición afirma que su recuerdo quedó perpetuado en un mausoleo al norte de Belén conocido con el nombre de Qubbot el Rahil, (tumba de Raquel).

ENFOQUE AUTOR Juan Antonio Monroy 04 DE DICIEMBRE DE 2019 08:15 h
Raquel y Jacob, un cuadro de Palma el Viejo, de 1523. / Wikimedia Commons

¿Existe en el día de hoy algún hombre joven que esté dispuesto a trabajar siete años gratis en un cortijo agrícola y ganadero para que el patrón consienta que matrimonie con una de sus hijas?



Lo ignoro, presumo que no.



Pues Jacob lo hizo.



Nuestro hermano. -¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios? (Malaquías 2:10) Isaac decidió para su hijo Jacob lo mismo que el suyo, Abraham, decidió para él. Que viajara a otras tierras y encontrara a una mujer de su raza y religión con la que contraer matrimonio. Viaja que viaja el novio en celo llega a tierras de Mesopotamia. Allí encuentra a Labán, arameo, cuya genealogía bíblica lo emparentaba con Abraham. Labán tenía dos hijas: Raquel y Lea. Jacob se enamora de Raquel. La norteamericana Lottie Beth dice que con ellos empieza “una de las más tiernas historias de amor de todos los tiempos”. No se si tanto. Lo mismo, y un poco más, puede decirse de los amores entre Pepe y Pepa. O los de ellos y ellas que han enfermado de amor, han muerto de amor o se han suicidado por amor.



El siguiente paso de Jacob entra en lo normal. Se dirige a su futuro suegro y le pide la mano de Raquel. El astuto Labán ve el cielo abierto y le pone condiciones: Que trabaje gratis para él siete años. El enamorado acepta. Así se cuenta en la Biblia:




“Sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba” (Génesis 29:20).




Amar es una locura, a menos que se ame locamente, tal como parecía ser el caso de Jacob. Aunque en estos menesteres no está de más tener en cuenta los versos de Machado:




“A las palabras de amor



les sienta bien su poquito 



de exageración”.




Hubo boda. Y celebraciones, según era costumbre entonces y continúa siéndolo hoy.




“Entonces Labán juntó a todos los varones de aquel lugar, e hizo banquete” (Génesis 29:22).




No hubo hijos. Dijo José María Pemán: “Un hijo es como una estrella a lo largo del camino. Una pregunta muy grande que tiene un eco infinito”. En el vientre de Raquel no hubo estrellas ni preguntas. Gritó a su marido: “Dame hijos, o si no me muero” (Génesis 30:1). Respondió Jacob que él no era Dios, quien le había impedido el fruto de su vientre (Génesis 30:2). Raquel viéndose estéril, adoptó con su marido el mismo método que utilizó Sara con Abraham al pedirle que concibiera de Agar: Le pidió que tuviera relaciones con la criada, en la Biblia llamada sierva, de nombre Bilha, con la que Jacob engendró dos hijos. Cuando nació el primero, a quien la criada dio a luz sobre las rodillas de la señora, Raquel exclamó: “Me juzgó Dios, y también oyó mi voz, y me dio un hijo” (Génesis 30:3-6). No era verdad, pero ella se sentía bien con la mentira. La impaciencia mata. Dios se acordó de ella cuando Dios quiso, no cuando lo deseaba. Está en la Biblia: “Se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos” (Génesis 30:22). Dos que llegaron a ser de mucha importancia en la cronología de Israel: José y Benjamín.



La pena de verse uno fuera de su patria da lugar a la nostalgia que, en palabras del poeta Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura, “llora a la niebla del suelo, llora al diamante del agua, llora al sueño del sol y a los ocasos del alma”.



Nostálgico y enriquecido Jacob decide abandonar los límites de su suegro. Reúne en el campo a sus dos mujeres, Raquel y Lea, y les dice que Jehová le ha dicho: “Vuélvete a la tierra de tus padres, y a tu parentela, y yo estaré contigo” (Génesis 31:3).  Dicen que antes de ahora las mujeres obedecían a sus maridos. Raquel y Lea obedecieron. Lo dice la Biblia: Después “Jacob engañó a Labán el arameo, no haciéndole saber que se iba” (Génesis 31:20). No era la única vez que Jacob engañaba a alguien. Escapó llevándose el ganado, las riquezas acumuladas, sus trabajadores, sus hijos, sus dos mujeres. A éstos los montó en camellos. Pienso: una caravana tan numerosa, ¿pudo escapar sin el conocimiento de Labán? El arameo reunió a un pequeño ejército de sirvientes y salió en persecución de los fugitivos. Les dio alcance después de siete días de marcha. Cuando alcanzó a Jacob, le dijo: “Qué has hecho, que me engañaste, y has traído a mis hijas como prisioneras de guerra?” (Génesis 31:26). Las hijas no estaban prisioneras del marido. Lo estuvieron del padre.



Al escapar, Raquel roba los ídolos de su padre, ídolos familiares de pequeño tamaño que Labán solía utilizar como instrumentos de adivinación. Que le roben a uno sus dioses debe ser desesperante. Labán anduvo loco buscándolos. Registró las tiendas de Jacob, de Lea, de Raquel, de las criadas, y no los encontró. Raquel los había escondido en la albarda de un camello y se sentó sobre ellos. Labán llegó a registrar los camellos que montaban los fugitivos. Al llegar al de Raquel, esta le dijo: “No se enoje mi señor, porque no me puedo levantar delante de ti, pues estoy con la costumbre de las mujeres” (Génesis 31:35). ¡Mentirosa! Los ídolos de Labán fueron destruidos más tarde por Jacob. Aquí recuerdo el pensamiento del poeta anglo-indú Rabindranath Tagore: “Tu ídolo se ha deshecho en el polvo, para mostrarte que el polvo de Dios es más grande que tu ídolo”.



Después de huir de Mesopotamia Jacob se instaló en Siquem, antigua ciudad cananea en los montes de Efraín. Allí la familia es golpeada por el dolor. Un hijo del príncipe de aquellas tierras, también llamado Siquem, viola a Dina, hija de Jacob y de Lea. Tras la violación el joven quedó prendido de la muchacha y la pidió en matrimonio, pero los hermanos de ella, Simeón y Leví, se opusieron. Luego idearon una treta canallesca que mató a filo de espada a los hombres de la ciudad, a la que además saquearon.



Después de la violación de Dina la caravana de dueños y empleados salió de Siquem con intención de llegar a Efrata, antiguo nombre de Belén. “Como media legua de tierra para llegar a Efrata, dio a luz Raquel, y hubo trabajo en su parto” (Génesis 35:16).



Tanto trabajo, que la mujer murió. Nació un niño, Benjamín, último hijo de Jacob.



Una antigua tradición afirma que su recuerdo quedó perpetuado en un mausoleo al norte de Belén conocido con el nombre de “Qubbot el Rahil”, (tumba de Raquel).



A lo largo de los años con Jacob el engañador, Raquel vivió épocas tormentosas y épocas gloriosas. Pero su mayor gloria fue que el hijo mayor, José, es considerado por los comentaristas del Génesis como tipo de Jesús, el Salvador del mundo. 


 

 


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