Pero
la globalización no es sólo económica, sino que afecta a todos los ámbitos de la vida: los valores, la cultura, la forma de pensar, de vestirse, de entretenerse... En la globalización hay una interdependencia entre los países, pero esta interdependencia no es igualitaria ni paritaria: Hay unos bloques de países, la mayoría, cuya interdependencia se basa en una sumisión y aceptación de las líneas impuestas por otro grupo de países, minorías ricas, que son los que imponen sus propias líneas en busca de su propio beneficio económico, imponiendo, además, pautas culturales, costumbres y formas de tener una concepción del mundo.
Y yo creo que los cristianos tendríamos algo que decir aquí, porque
los países dominantes, a través de sus multinacionales y sus instituciones políticas, buscan más el rendimiento económico, el llenar la bolsa o las cuentas corrientes de un reducido grupo de acumuladores de la tierra que repercute negativamente en la imposibilidad de tener acceso a una cesta de alimentos de muchos pobres del mundo. Y el cristianismo que tiene ejemplos y parábolas condenatorias de la acumulación, que tiene textos donde la Biblia habla de las consecuencias de esta acumulación que pone la escasez del pobre sobre las mesas de los ricos, no deberíamos pasar mudos ante el panorama del sometimiento de los pobres ante las pautas de los poderosos que desean incrementar sus riquezas.
El estilo de vida de los cristianos y la vivencia de una auténtica espiritualidad cristiana, no permite que los cristianos se paseen con indiferencia entre los resultados de la globalización económica que, quizás, no prescinde totalmente de los pobres y los marginados, pues entre ellos están las mujeres, los niños trabajadores, ancianos porteadores que trabajan de sol a sol para poder llevar algo de alimento a sus casas y otros tipos de personas explotadas y oprimidas. Pero sí prescinde de esa especie de sobrante humano que no encaja ni siquiera en las categorías de explotados, oprimidos y pobres dominados por el sistema, sino que son los que conforman el grupo de los excluidos sociales con los que nadie cuenta.
Millones de personas de los que se puede prescindir sin ningún sentimiento de culpabilidad por parte de los ciudadanos excluyentes, personas excluidas que ni siquiera pueden llegar a ser consumidores rentables para mantener todo el sistema de la globalización. Es el mundo de los excluidos que se da en tantos países del mundo pobre, aunque también se mueven dentro de las grandes ciudades del mundo rico conformando el llamado “Cuarto Mundo Urbano”. Son los excluidos en el seno de las grandes ciudades que también deberían ser una llamada de emergencia para la puesta en marcha de la Misión Diacónica de la Iglesia.
Pero si ni la Iglesia ni los cristianos respondemos, sino que pasamos de largo de forma indiferente, preocupados por los servicios religiosos de nuestros templos o iglesias, estamos cayendo en el ejemplo de malos prójimos como ocurrió en la parábola de Buen Samaritano narrada por Jesús mismo.
Es verdad que no es fácil cambiar las situaciones de injusticia del mundo globalizado. Es verdad que, a veces, damos por perdida la batalla y pasamos al conformismo.
Pero no ese el ejemplo de vida de los cristianos que han de ser inconformistas no conformándose a este mundo y sus valores, sino transformándose siguiendo cierto inconformismo cristiano que nos convierte en personas que deben ir contracorriente con estas tendencias marginadoras y excluyentes, y en contracultura con estas formas de conseguir ganancias usando valores que son antibíblicos.
Yo creo que el cristianismo debe ser una mano tendida de liberación, de apoyo a los débiles, de agentes del Reino que quieren llevar éste y sus valores a los excluidos del mundo. Si seguimos a Jesús y valoramos y apoyamos su programa expuesto en Lucas 4 siguiendo la línea profética, no podemos ser personas sumisas y que se conforman a este mundo siguiendo las corrientes de este siglo. Hay que tener la renovación que Dios demanda de nosotros para que el mundo llegue a tener un mayor equilibrio en la redistribución de bienes para ir devolviendo la dignidad a los excluidos, pobres y oprimidos del mundo, incluyendo a tantos niños que son presa del sistema que marca la globalización capitalista neoliberal. Sólo así nosotros también seremos libres. Libres en la verdad que nos hace libres y libres también en una sociedad que quiere someternos al más cruel conformismo.
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