Jesús buscó en la orilla del mar a pescadores de hombres y estos dejaron sus redes y siguieron al maestro con diligencia y sin dudar.
El mar, la mar,
El mar. ¡Sólo la mar! (Alberti)
Cuando vives cerca del mar, aprendes a mirarlo.
Te instruyes en el arte de contemplar en silencio, conociendo su húmedo lenguaje. De eso, saben mucho los marineros, curtidos hombres de sal.
Cuando paseo por el puerto los descubro oteando el horizonte. Prudentemente me acerco a ellos para oírlos charlar.
En sus conversaciones siempre hay un tono de nostalgia, no sé si será por las pérdidas o porque las faenas del mar son duras, pero noto como hablan con ápices de temor, respetando a ese amigo – enemigo al que miran desde la costa.
Saben de mareas, de mar de fondo o mar de leva. Conocedores de diferentes vientos; poniente, levante, racheado y ese viento que no existe y que aquí en el sur llamamos levante en calma. Pues el viento, la luna y el mar se complementan para crear una buena o mala fajina nocturna.
Me siento inexperta, desconocedora del dialecto que estos hombres emplean. Los escucho y a veces, aunque no los oiga, observo cómo miran, esa forma de contemplar la mar, con la parsimonia y la admiración que ellos utilizan de manera innata.
Las olas, en su constante murmullo, recitan poemas que yo desconozco, emiten canciones que ellos, marineros diestros saben entonar con una consabida elegancia.
Los pensamientos se diluyen con la salada espuma blanca, se disipan entre matices verdosos y el aroma a salitre de quienes naufragaron en un violento envite de airadas olas.
Inquietantes son los pensamientos de quienes buscan en el mar respuestas. Pescadores que demandan de sus aguas el sustento. Es el mar, la mar, ese lugar al que recurrir cuando los ojos cansados de tanta mediocridad necesitan un manto húmedo donde desembocar sus tristezas sin que se note demasiado que se ha vertido en él un llanto amargo.
Jesús buscó en la orilla del mar a pescadores de hombres y estos dejaron sus redes y siguieron al maestro con diligencia y sin dudar. Ellos nunca imaginaron que dejarían una estela a seguir, que nos enseñarían a través de sus encallecidas manos que Jesús sigue eligiendo lo más simple para hacer cosas grandes.
Hoy me detengo en la ribera y veo pasar las ondas del río que buscan besar la mar. Oigo de lejos el murmullo de las voces aquejadas por el tiempo que susurran historias pasadas. Una gaviota surca el cielo. Hoy Dios vuelve a mostrarme que mi misión es dejar las redes a un lado y seguir buscando corazones que poder remendar.
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