La amabilidad se nos aparece como una amenaza a cuya sombra se cobija la trampa que pronto se hará visible.
Salieron hacia su destino con tiempo suficiente ya que querían disfrutar de algunas horas para, de vez en cuando, tomar algo y contemplar el paisaje. Sin embargo, a medio camino el vehículo se paró sin previo aviso. Con la misma inercia que llevaba el motor entraron en el arcén y colocaron el triángulo de avería a la distancia correcta. Hacer eso y sacar el móvil para marcar el número del seguro fue todo a la vez. Mientras realizaban la llamada, aún sin terminar de explicar lo que les había sucedido y el lugar exacto en el que se encontraban, vieron como, por arte de magia, una grúa se acercaba alegremente y, sin más preámbulos, aparcó delante. Se quedaron asombrados puesto que la conversación telefónica no había terminado.
De la grúa bajó un joven que enseguida les aconsejó a dos de los pasajeros que entraran a la cabina ya que no tenían chalecos de seguridad refrectante y podían ser multados.
La mujer sintió miedo. Todo había ocurrido demasiado rápido: viaje, avería, seguro, grúa. ¿Y si se trataba de una de esas mafias que, sobre todo en verano, actúan estafando en las carreteras nacionales a los viajantes para sacarles la pasta y los objetos de valor que llevan encima?
—Espere un momento, por favor, primero cogeré mi bolso -le dijo al conductor.
En ese momento, desde el asiento delantero del coche averiado tomó nota de la matrícula. Entró a la grúa y se colocó en la parte de atrás junto a su hijo, entre tanto su esposo permanecía en el arcén hablando con el seguro y al mismo tiempo con el muchacho que, al parecer, obtenía el permiso para hacer el traslado a su taller.
Lo primero que ella hizo fue enviar un whatsapp a los hijos que había dejado en casa: vamos en una grúa, matrícula (...). Si nos secuestran ya sabéis por donde empezar a buscarnos. El coche de papá se ha averiado y todo ha sido rarísimo. La grúa ha llegado antes de terminar de dar el aviso al seguro. Esto es raro, raro.
Todavía se desconcertó más cuando se dio cuenta de que sus hijos habían tomado su mensaje como una broma, como una idiotez pues las respuestas de los chavales fueron una sarta de emojis de carcajadas de todos los colores. ¿Cuándo la iban a tomar en serio?
El muchacho apareció de nuevo y les puso el aire acondicionado. Hacía un calor terrible. ¿Era o no era sospechoso tal comportamiento? ¿De dónde podía venir tanta amabilidad si no era para desviar la atención de su verdadero propósito? Con sumo cuidado, hizo las maniobras pertinentes para subir el coche averiado, como si se tratase de un nieto que alargara sus brazos para acercarse al pecho a su anciano abuelo antes de abrazarlo.
Llegaron a la gasolinera más próxima donde esperarían que llegara el taxi que los devolvería al lugar de origen. El seguro, les habían dicho, no se hacía responsable de llevarlos a su destino.
Ella, ya fuera por miedo o a saber por qué, invitó al conductor a tomar un café que él aceptó con agrado. En ello estaban cuando vieron aparecer el taxi. ¿No era aquello otro dato sospechoso? No habían terminado su taza y vieron aparecer un vehículo de ocho plazas impecablemente nuevo dispuesto a devolverlos a su ciudad de origen. ¿Podría ser una trama para llevarse su coche rápidamente? A continuación, el conductor de la grúa les preguntó si querían que él mismo condujera el taxi ya que llevaban un rato juntos y empezaban a conocerse, el taxista se haría cargo de llevar a la grúa hasta el taller. Otro dato más a tener en cuenta si es que estaban tramando algo. Tanta amabilidad, el trato exquisito, algo novedoso para el entorno en que vivimos.
El viaje de regreso a casa para coger otro de sus automóviles transcurría con normalidad. Contaban anécdotas, hablaban de la falta de trabajo, del abandono de los campos de cultivo y, cómo no, de política.
Llegaron bien. Ella se había relajado y al bajar del taxi le dijo al muchacho:
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—Claro que sí.
—¿Cómo llegó tan rápido, cómo supo que estábamos allí si ni siquiera habíamos terminado de dar el parte?
—Es mi ruta y hoy domingo estoy de guardia -sonrió.
—Para nosotros ha sido usted un ángel. Imagino que esto mismo se lo han dicho más de una vez.
—Sí, jajajajaja, alguna que otra vez me lo han dicho.
Se despidieron agradecidos con un fuerte apretón de manos y se dijeron sus nombres, pues hasta entonces no se había presentado.
La familia emprendió de nuevo la marcha hacia su destino, pero los acontecimientos que sucedieron esta segunda vez fueron virutas sin importancia. La experiencia de haber conocido a un ángel era imposible de olvidar, quizá porque en su entorno no estaban acostumbrados a que les trataran bien, a que les cuidaran y les auxiliaran con presteza.
Es triste. Tan mal están las relaciones sociales que, incongruentemente, la amabilidad se nos aparece como una amenaza a cuya sombra se cobija la trampa que pronto se hará visible. Pero esta es una historia amable. Una historia que nos enseña a confiar y por otro lado a actuar, pues ¿no es verdad que en la vida cada uno cubre una ruta singular que sólo a nosotros nos pertenece? Ejerzamos como ángeles y cumplamos con ese deber de auxiliar a los demás. Desconcertemos a los demás con nuestra ayuda y buenas obras.
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