¿Estamos simplemente criticando los debates sobre el medio ambiente que se están planteando en público, o existe una agenda bíblica sólida para el compromiso?
¿Tenemos una teología convincente sobre responsabilidad ambiental? Esta pregunta se me presentó hace meses y desde entonces se ha vuelto más pertinente a medida que se han realizado grandes manifestaciones exigiendo acciones urgente contra la pérdida de la biodiversidad, los efectos del cambio climático, la contaminación de plásticos y otras cuestiones. ¿Estamos simplemente criticando los debates sobre el medio ambiente que se están planteando en público, o existe una agenda bíblica sólida para el compromiso? ¿Y cómo debería esa agenda integrarse en el mandato bíblico más amplio, de evangelizar y comprometerse a nivel social?
Durante las últimas semanas, hemos estado lidiando con estas preguntas junto a los participantes del programa SAGE, que han investigado sobre alimentación y medio ambiente desde una perspectiva bíblica. Tal y como reflejo en estas preguntas, dos conceptos me están ayudando a enriquecer mi propio entendimiento; Dios ha diseñado a los seres humanos para ser encarnados, primero, y después ubicados. Ser humano es tener un cuerpo humano; nuestro ser es físico y a pesar de tener alma o espíritu, éstos no pueden existir fuera de nuestros cuerpos.
La muerte significa es la desagregación de estos aspectos del ser humano, aunque solo de manera temporal, puesto que la Biblia promete que recibiremos un cuerpo de resurrección, adecuado a la vida venidera. Según el salmo 139, estamos hechos de manera maravillosa y al mismo tiempo temible, y una parte central del diseño físico de Dios es que necesitamos comida, agua y oxígeno para mantenernos con vida. Sin todo ello, solamente podemos sobrevivir una semanas, unos días o unos minutos, respectivamente.
Estos tres recursos provienen de la naturaleza que nos rodea, que provee mucho más que estos tres elementos básicos, y nuestros seres encarnados dependen de los ecosistemas de los que formamos parte. Esta es la primera gran razón teológica para cuidar bien de la Tierra: aunque, en un sentido, Dios ha establecido a los seres humanos por encima del resto de la creación, nuestras vidas encarnadas son totalmente dependientes de la creación para nuestra existencia física, y nuestros descendientes también. Y cuando Dios creó esta dependencia original la declaró ‘buena’.
En segundo lugar, todos estamos ubicados: hay una pequeña parte del planeta en la que crecemos y otra en la que, quizá, residimos ahora. La migración ha sido parte de la historia de la humanidad desde que Dios, en Génesis 1, encargó a los primeros humanos ‘llenar’ la Tierra y lo repitió una segunda vez, en Génesis 9. Mucha gente se está moviendo hoy por elección propia o forzada por la necesidad.
Sin embargo, Dios tiene la intención de que los humanos se arraiguen y tomen responsabilidad por una parte de la Tierra. Adán y Eva fueron ubicados en el jardín de Edén para trabajarlo y cuidarlo (Génesis 2:15). La tierra de Canaán fue repartida entre las diferentes tribus de Israel y Dios también asignó tierras a los edomitas, los moabitas y los amonitas (Deuteronomio 2:5, 9, 19). Pablo dijo a los atenienses en Hechos 17 que Dios ‘hizo cada nación de los hombres para habitar toda la Tierra; y Él determinó... los límites de sus habitaciones’. Así se confió la Tierra como una herencia duradera a las familias, tribus y naciones, que proporcionó lugares para sus viviendas, comunidades, provisión económica y seguridad.
En el mundo globalizado actual, las tierras y las propiedades se contemplan como un activo económico; hemos perdido la visión de que la Tierra es de Dios y que, seamos o no propietarios legales de ella y de los espacios públicos del vecindario en el que vivimos, todos tenemos responsabilidad ante Dios y ante nuestro vecino sobre cómo estamos cuidando el terreno que utilizamos, los edificios que heredamos y los espacios públicos que compartimos.
Muchas semanas me uno al equipo de recogida de basura de la comunidad de la finca en la que vivimos, y he adaptado la historia de los tres canteros medievales para ilustrar por qué lo hago. A tres personas que recogían basura en un parque se les preguntó qué estaban haciendo. El primero dijo, algo malhumorado: ‘Estoy recogiendo la basura de otras personas’. El segundo afirmó que estaba ‘ordenando nuestros espacios públicos para que todo el mundo pueda disfrutarlos’. Por último, el tercero declaró: ‘Estoy cuidando la parte de la creación de Dios que me ha sido confiada’.
Nuestra perspectiva sobre el medio ambiente está formada por nuestras creencias, que a su vez refleja nuestra cosmovisión, que en última instancia está basada en nuestra teología. Debatamos las preguntas difíciles, participemos de los debates actuales sobre el medio ambiente y excavemos hondo en la palabra de Dios para que no adoptemos de forma acrítica la perspectiva del mundo, sino que seamos transformados en nuestro pensamiento y renovemos nuestros compromisos para ver la voluntad de Dios hecha en la Tierra.
Jonathan Tame es el director del Jubilee Centre en Cambridge (Reino Unido)
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Jubilee Centre y se ha difundido con permiso previo.
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