Las mujeres tienen menos hijos y cada vez los tienen más tarde, aunque muchas lamentan haber pospuesto la maternidad. La sociedad sigue sin articular una respuesta creíble al reto de la conciliación.
La incorporación de la mujer al mercado laboral en un plano de igualdad con el hombre sigue siendo uno de los grandes caballos de batalla de nuestro tiempo. Las mujeres reconocen que el principal escollo que deben superar es la conciliación de su maternidad con el trabajo. Los partidos políticos se han ido sumando al carro de la igualdad, ya sea por convicción o por cálculo electoral, y sindicatos y empresas suelen tener siempre esta cuestión en su boca y encima de la mesa tratando de aportar medidas que vayan encaminadas a reducir la precariedad del trabajo femenino.
Sin embargo, si uno mira las estadísticas, llega a la conclusión de que casi nadie se lo cree de verdad, y aún menos las mujeres. Según la serie histórica del Instituto Nacional de Estadística (INE), en la última década la edad para tener el primer hijo en España ha subido en cerca de dos años, situando la media en los 31, mientras que el segundo churumbel no llega hasta pasados los 33 años. Esa cifra es aún más elevada en el caso de mujeres con formación superior o que están trabajando.
Según los datos que manejan los expertos en estos menesteres, la edad óptima para ser madre ronda los veinte años, biológicamente hablando, pero se extiende sin problemas hasta los treinta. A partir de entonces inicia una suave curva descendente que pasa a convertirse en un brusco precipicio cinco años después, hasta que la fertilidad desaparece de forma completa entorno a los 45 años. Si bien es cierto que Sara dio a luz a los noventa, no deberíamos tomarlo como norma general.
De hecho, la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva, de quiénes hemos tomado estos datos, indica que la fertilidad de la mujer desaparece mediados los cuarenta, ya sea optando por el método de toda la vida como también utilizando técnicas artificiales, incluyendo la fecundación in vitro. Así, los casos que van apareciendo en los medios sobre embarazadas sexagenarias no dejan de ser anécdotas que poco tienen que ver con la realidad.
La biología humana es poco compatible con el sistema productivo que tenemos montado en nuestro país, un sistema que en lugar de incorporar a la mujer, pretende masculinizarla y arrebatarle uno de los grandes dones que Dios ha dado a la humanidad y del que ellas ejercen el papel protagonista –que no exclusivo- durante la gestación y la primera infancia. Se pretende que vayan quemando años en aras de una posición laboral y económica que implica necesariamente retrasar la maternidad. El hecho de tener un hijo es algo que, a la postre, las va a perjudicar: así es como muchas lo ven, lo sienten y, por lo tanto, actúan en consecuencia.
CONGELAR ÓVULOS, UN PARCHE DEMASIADO CARO
Algunos, sin embargo, han visto en todo esto un filón económico. Ahora se ofrece a la mujer que pague para ser madre cuándo su cuerpo ya no se lo permite, y se vende la cuestión como un gran avance en los derechos de la mujer. De la mujer que se lo pueda permitir, claro está. Hace unos días pudimos ver en TV3 un reportaje que mostraba las bondades de congelar los óvulos para tener hijos más adelante. Alguna usuaria explicaba ante la cámara lo económico y bueno que era el tema, y los empresarios de bata blanca se tornaban en una especie de activistas del feminismo al ofrecer esta posibilidad, previo pase por caja.
Congelar los óvulos no deja de ser un parche para un problema estructural. La realidad es que muchas mujeres de este país que quieren ser madres se ven obligadas, o cordialmente empujadas, a tener los hijos cada vez más tarde. El dato devastador es que casi la mitad de las mujeres que hoy tienen más de cuarenta años lamentan no haber tenido su primer hijo antes. ¿Cuánto antes? Cinco años, según los datos del INE. Además, de estas, una de cada cuatro ha manifestado haber tenido menos hijos de los que hubieran deseado. Se pueden congelar los óvulos, pero no se puede congelar la vida, y los años no pasan en balde. Nuestra sociedad no puede permitirse que haya mujeres que deban renunciar a ser madres cuándo la biología les es más favorable.
Los hijos son herencia de Dios y la procreación es la primera instrucción que le da el Creador al ser humano, actuemos en consecuencia. En este ámbito, los cristianos deberíamos tener una voz clara y ser punta de lanza de la lucha por la conciliación familiar y por una protección realista de la maternidad. Debemos tener esa actitud en nuestros propios matrimonios, garantizando un equilibrio de esfuerzos entre la pareja, y también ser activos sobre esta cuestión en nuestro lugar de trabajo.
Debemos educar y creer en la bendición de la maternidad y la paternidad, pero también en la realidad de las propias limitaciones del cuerpo humano. En tiempo de elecciones, garantizar que las mujeres puedan tener hijos en su plenitud es una política que puede abarcar todo el arco parlamentario. Hace dos años fallecía la exministra socialista Carme Chacón, aquella que pasó revista a las tropas embarazada de siete meses. En su último acto público dijo: “No sacrifiquéis la maternidad por el trabajo, nadie os lo va a agradecer”. Esa frase sigue vigente.
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