La aspiración superior del cristiano ha de ser la misma que la del apóstol, de modo que tanto en su vida como en su muerte Dios sea glorificado.
Una de las corrientes de pensamiento que ha adquirido preponderancia en nuestro tiempo es la que promueve la eutanasia, basada en el derecho a tener una muerte digna. Es uno más de los recién inventados derechos que se han añadido a la lista y que ya está implantado en códigos legales de algunas naciones y pronto se implantará en los de otras. El gran avance de la medicina y la tecnología, que tiene como propósito alargar la vida, ha propiciado al mismo tiempo el deseo de escapar de ella, porque ese alargamiento puede ser insoportable. Es toda una paradoja de cómo lo que parece ser un logro se convierte en un estorbo y cómo lo que tiene por objetivo retardar todo lo posible la muerte, suscita el apresuramiento de la misma. Y así es como a la muerte, que es el acto definitivo que supone la derrota de las derrotas, la demostración suprema y final de nuestra miseria, se la quiere privar, al menos, de ese plus de sufrimiento que nuestros propios avances han facilitado.
Siempre me ha llamado la atención la siguiente frase del apóstol Pablo: ‘Llegando a ser semejante a él en su muerte.’ (Filipenses 3:10). Es decir, él quería ser semejante a Cristo en su muerte. Pero ¿qué significa esa frase? ¿Se trata de que quería morir de la misma manera que Jesús murió, esto es, crucificado? Difícilmente se puede concluir eso, porque tal tipo de ejecución nunca se aplicaría a un ciudadano romano, que era la ciudadanía de Pablo. Entonces ¿a qué se refiere? La solución es que él no está hablando del modo de la muerte sino del fin.
Ahora bien, hay un sentido en el que la muerte de Cristo es única, porque reúne una serie de características que la hacen distinta. En primer lugar es una muerte voluntaria, en el pleno sentido de la palabra. Voluntaria quiere decir escogida. Desde Adán, la muerte es involuntaria para todos, porque es una imposición desde que nacemos. Nadie tiene la capacidad de escogerla. Lo más que se puede escoger, en el caso de un suicida, es el modo, el momento o las circunstancias, pero no la muerte misma. Sin embargo, Jesús afirmó que a él nadie le quita la vida sino de que de sí mismo la pone. Ese carácter de voluntariedad es lo que le da a su muerte valor redentor, al estar hecha desde la libertad. Por eso, entre otras razones, los sacrificios de animales en el Antiguo Testamento, no tenían eficacia redentora, porque al estar desprovistos de voluntad, su muerte carecía de valor redentor. Además, la muerte de Jesús es una muerte necesaria, a diferencia de todas las demás. Mientras que las demás muertes no tenían por qué haber sucedido, si no hubiera habido pecado, la muerte de Jesús es de necesidad que ocurra, si es que va a haber redención. También su muerte es una muerte querida por Dios, siendo la única de la que tal cosa se puede decir con toda propiedad, dado que fue Dios quien la preparó desde antes de la fundación del mundo para que por medio de ella fuera posible la salvación. Los instrumentos que participaron en esa muerte, como Judas, Pilato, los sacerdotes, etc., no fueron los que la determinaron, siendo sólo medios, aunque con responsabilidad propia, en las manos de Dios, para que su plan supremo se realizara. Esta muerte no fue un accidente de la historia, ni producto de la casualidad u obra de hombres. Fue el acto querido, ideado y ejecutado por Dios para fraguar la salvación.
Descartado, pues, que cuando Pablo dice que quiere ser semejante a Cristo, esté diciendo que su muerte sea como la de él en cuanto al fin único que la misma tiene, queda por dilucidar en qué sentido lo dice. Y aquí es donde hay un propósito que la muerte de Cristo tuvo y que también Pablo quiere que su muerte tenga y así parecerse a él. Y ese propósito es la gloria de Dios; que su muerte glorifique a Dios. La muerte de Jesús glorificó a Dios en una forma excelsa; pero es posible que la muerte de un siervo suyo también le glorifique en una forma derivada. Y es en esa forma como el apóstol desea parecerse a Cristo en su muerte, lo cual fue algo que consiguió, porque efectivamente con su muerte dio gloria a Dios. De modo que se podría fabricar una nueva palabra, formada por las palabras gloria y muerte, que sería doxotanasia.
Y aquí es donde surge la diferencia de perspectiva entre la idea de la eutanasia (muerte buena), en la que el individuo procura su propio bien por encima de todo, y la idea de la doxotanasia (muerte gloriosa), en la que el individuo procura no su propio bien, sino la gloria de Dios. Es la clase de muerte que Jesús le predijo a Pedro que iba a tener, una muerte con la cual glorificaría a Dios.
La divisa que Pablo tenía de parecerse a Cristo en todo, también en su muerte, es la divisa que cada cristiano debe hacer suya. Frente a las corrientes dominantes que enseñan a que nos centremos en nuestros propios derechos, la aspiración superior del cristiano ha de ser la misma que la del apóstol, de modo que tanto en su vida como en su muerte Dios sea glorificado. Y de esta manera lo que la muerte es, la derrota de las derrotas, se transmuta en otro episodio en la cadena de sucesos que redundan en la gloria de Dios.
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