No nos gusta estar del lado del débil, sino que nos adherimos a los que tienen prestigio, fama y fuerza social.
Cada sociedad tiene aquellos que están dentro y aquellos que están fuera. Los grupos de personas y los individuos tienen características, creencias, etnias, comportamientos que los marcan como ganadores o como perdedores. Ser judío en la Alemania nazi te marcaba como uno de los que están fuera y además se hacía visible a través de una señal exterior, una estrella de David de color amarillo que tenían que llevar cosida a la ropa para que fuera visible. Ser tutsi en Ruanda o en Burundi en los años 90 hacía obligatorio el usar un documento de identidad que marcara tu pertenencia a ese grupo étnico, eso te señalaba como alguien que está en el exterior incluso en tu propio país.
Algunas personas convierten el hecho de estar fuera como la característica de su propia identidad. Para los Amish el ser distintos a los demás, el estar fuera y no mezclarse con el resto de la población de su territorio es su señal de identidad. Ellos son los distintos, los no mezclados. En algunos países de Centroamérica el cubrir todo el cuerpo con tatuajes es una señal de pertenencia y de formar parte de una determinada mara que te da sentido de pertenencia y te diferencia de los demás.
Nuestra sociedad también tiene a los que están dentro y a los que están fuera:
Hace unos 20 años, dos economistas Lindbeck y Snower elaboraron una teoría, la de los insiders y los outsiders para explicar las diferencias que hay entre los trabajadores fijos y los temporales, aquellos que tienen empleos más estables y aquellos que no consiguen nunca un trabajo fijo a lo largo de los años y pasan por recurrentes períodos de desempleo. Los trabajadores fijos están protegidos de ciertas arbitrariedades empresariales por los costes que ocasionaría su despido, habitualmente ellos son los que consiguen las mejores condiciones laborales dentro de las empresas. Ese aumento de los costes de sustitución del trabajador con contrato fijo, el insider, impide que el trabajador desempleado llegue a ser un trabajador fijo. Lo que es una garantía para el insider es un obstáculo para el outsider. Es lógico que el insider defienda a capa y espada sus derechos, pero unos costes altos de despido dificultan tanto el despido del insider como la contratación del outsider. Los desempleados están más tiempo en esa situación de desempleo en donde los costes de despido son mayores. Existe un conflicto de intereses entre los trabajadores fijos y aquellos que están frecuentemente desempleados, lo que es justo y bueno para unos, es malo e injusto para otros. Esto no es la culpa de los trabajadores con contratos fijos, es una muestra de la propia injusticia que hay en el sistema. Sólo precarizando el empleo de toda la sociedad se consigue que haya más rotación en el empleo. Haciéndolos a todos desvalidos, convirtiendo a todos en outsiders, se consigue más participación de los que están desempleados. El sistema de empleo está montado sobre la injusticia. Hay personas que nunca pueden organizar su vida, que nunca pueden hacer planes a largo plazo, son los excluidos de nuestra sociedad.
Una segunda muestra de esta desigualdad se produce al constatar que la injusticia se da desde la misma infancia. Un informe de Save the Children decía que un 25% de los niños de España están en riesgo de exclusión. Casi tres millones de niños están en serio riesgo de quedar fuera del sistema. Este es el coste de una crisis que, en las capas más bajas de la sociedad, se ha vuelto sistémica. El coste de haber solucionado la crisis de unas empresas privadas, como son los bancos, convirtiendo su deuda en una deuda que pagamos todos, es que cuando llega cierta recuperación económica, una tercera parte de la población no nota el cambio y sigue en situación de seria precariedad que afecta, sobre todo, a nuestros niños.
Me llama la atención el mundo de la infancia porque es un mundo tremendamente desigual. El lugar en el que está el depósito de la inocencia es un mundo extremadamente cruel, tanto por circunstancias exteriores como por las mismas circunstancias inherentes a la misma infancia. Entre estas últimas dejadme que nombre el riesgo de tener que enfrentar los grupos cerrados y las camarillas. Hay una distinción muy importante entre un grupo de amigos y una camarilla. En el grupo de amigos hay una serie de intereses comunes que los cohesiona, como gustos, familiaridad, deportes, etc. En el grupo de amigos, los integrantes son libres de relacionarse con quien quieran, son grupos abiertos. Por otro lado, las camarillas son grupos cerrados, nadie puede entrar y el que está dentro no es libre de establecer relaciones con los que están fuera del grupo. Sólo pueden relacionarse con los que están dentro, pero no con los que están fuera. Hay un liderazgo muy coercitivo que impone penas a cualquiera que quiera saltarse la férrea disciplina del grupo. En este segundo grupo la discrepancia se paga muy cara. Es muy difícil para los niños que están fuera sobrevivir en un entorno de grupos cerrados. Es muy difícil para los niños que están dentro del sistema de camarillas llegar a la libertad de criterio.
¡Qué difícil es identificarse con los outsiders, con los desplazados, con los que están fuera, con los inmigrantes, los refugiados, los pobres, los que no tienen prestigio social, con los niños que están fuera del grupo! No nos gusta estar del lado del débil, sino que por naturaleza nos adherimos a los que tienen prestigio, fama y fuerza social. Está en la naturaleza humana subirse al carro del ganador y organizar paseos sobre un pavimento formados de los excluidos, de los que están fuera.
Me llama el ejemplo de Jesús, quien decidió hacerse uno con los rechazados desde su mismo nacimiento, quien se encontraba siempre en compañía de los que no tenían prestigio social como los recaudadores del impuesto para los romanos, los leprosos, las prostitutas, etc. Incluso en su muerte estuvo entre dos ladrones. Lo que nos tiene que llenar de esperanza es que esto no quedará así, que todo va a ser vuelto del revés y que al final los poderosos no ganan la partida, que hay una justicia final que vendrá a enjugar toda lágrima de los que hoy sufren. Jesús ha venido a dar la vuelta al orden actual en el que la injusticia triunfa. Los cielos son nuevos y la tierra es nueva porque en ella reina la justicia. En esa Jerusalén celestial caben los que ahora no caben, los que ahora están fuera, porque el que tenía todos los derechos, los abandonó para abrirles la puerta de la esperanza.
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