Tenemos que reconocer que nuestra sociedad vive fijándose sólo en las apariencias y despreciando a los que son diferentes.
Corrían los años 40 y Oscar Peterson era uno de los mejores pianistas de Jazz del mundo, con un “pequeño” problema para algunos, era de raza negra. Cuando en una conocida cadena de hoteles invitaron a su banda, comandada en aquel momento por Johnny Holmes, él era el único músico de color en un grupo de blancos. Al llegar al hotel, los responsables les dijeron que no podían tocar. Holmes amenazó con anunciarlo en la prensa y montar un escándalo, así que le permitieron tocar a la banda con Oscar de pianista. Fue la última vez, jamás los volvieron a invitar más en esa cadena, una de las más importantes en el mundo.
Aunque, afortunadamente, da la impresión de que esos tiempos ya pasaron, tenemos que reconocer que nuestra sociedad vive fijándose sólo en las apariencias y despreciando a los que son diferentes. Me hace recordar una historia que leí hace varios años.
Un grupo de licenciados en una determinada universidad, se reunieron con uno de sus viejos profesores, una vez pasados quince años, para comentar lo que había sido de ellos y el trabajo que cada uno tenía. Ese profesor había sido siempre una inspiración para ellos. Durante la visita, todos comenzaron a hablar sobre el trabajo, las relaciones y lo importante en la vida, la gran mayoría de ellos se encontraban cansados de todo y de todos, y el profesor lo notó.
En un momento, el viejo profesor fue a la cocina de la casa y volvió con un gran puchero de chocolate caliente y varias tazas. Algunas eran de porcelana, otras de vidrio o de cristal; algunas parecían sencillas, otras muy caras…. Él les invitó a que cada uno se sirviera el chocolate. Cuando todos tenían una taza de chocolate caliente en la mano, el profesor les dijo:
“Fijaos que habéis escogido las tazas más bonitas y caras; pero nadie las sencillas y baratas. Nos parece normal querer lo mejor para vosotros mismos, pero ése es el origen de vuestros problemas y vuestras preocupaciones. La taza no añade nada a la calidad del chocolate caliente. ¡En algunos casos incluso oculta lo que estamos tomando! Lo que realmente queríais era saborear el chocolate, la taza no era importante, pero ¡Todos fuisteis a por las mejores!”
Todos se miraron unos a otros y siguieron escuchando al viejo profesor: “La vida es el chocolate caliente. Vuestro trabajo, dinero y posición en la sociedad son las tazas. La “taza” que tenéis no define ni cambia la calidad de la vida que estáis viviendo ¡En muchas ocasiones nos concentramos tanto en la apariencia de la taza que no conseguimos disfrutar del chocolate que Dios nos regala!”
Gran lección: las personas más felices no son las que tienen lo mejor, sino las que hacen que lo que tienen ¡sea lo mejor! Debemos hacer nuestra la motivación del apóstol Pablo: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:11-13).
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