Aún después de vaciarla de mucho de su contenido, la Navidad sigue siendo una referencia para todo el mundo, cristiano o no.
“¿Cómo celebramos la Navidad los ateos? En familia, comiendo, bebiendo, recibiendo regalos y olvidándonos completamente de Jesús, igual que los creyentes. ¿Se puede criticar a un ateo porque celebra la navidad? No, porque sería como criticar a un creyente por tener sexo fuera del matrimonio”.
Este era el comentario que hoy leía en un blog. El texto dice más de los creyentes que de los no creyentes; bueno, habla mucho de cómo nos ven los no creyentes, y es para preocuparse. Pero dice algo más: Aún después de vaciarla de mucho de su contenido, la Navidad sigue siendo una referencia para todo el mundo, cristiano o no.
En Navidad la gente no cambia sus principios ni su moral, pero algo cambia en su talante, en el tono con el que se desenvuelven, en la predisposición a una mejor relación con los demás; son cambios sin duda contradictorios con los criterios con los que después muchos se conducen en la vida, pero algo especial se produce en Navidad, como un interruptor que se enciende y abre la puerta a sentimientos y actitudes que mejoran los corazones. Las ONGs saben, así, que es en Navidad cuando más se facilita conseguir el apoyo de la gente y la solidaridad tiene menos dificultades para brotar. Seamos más escépticos o menos, todos reconocemos que en Navidad algo cambia.
Pero la mayoría de la gente no sabe por qué eso sucede, y esto les genera desconcierto y frustración. En la consulta en estos días a todos mis pacientes les deseo una feliz Navidad y no son pocos los que me dicen que es una fiesta que les pone tristes; en muchos casos las sillas vacías de familiares que se han ido se hacen especialmente perceptibles y se abre más el dolor, pero incluso por esta razón podemos descubrir que la Navidad es especial porque es el día en que nadie quiere perderse la reunión con la familia; todos, creamos lo que creamos, en Navidad nos sentimos apelados a reunir a los más queridos y a tejer más fuerte los lazos de la familia. Por favor, no pasemos esto por alto: en tiempos como los que corremos la Navidad puede ser un recurso para restaurar el lugar y el valor de la familia, que se va deteriorando, un recurso para recuperar lo mejor de nuestra humanidad, de ese rescoldo de imagen de Dios sobre el que la Navidad sopla; la Navidad es definitivamente humanizadora.
Nos han censurado los símbolos visibles de la Navidad, incluso toda referencia a su propia etimología; está prohibido recordar que “navidad” quiere decir “nacimiento”, y eso será porque alguien nació, obviamente, pero es irrespetuoso decir quién. Vamos a entrar en el 2019, pero 2019 años ¿desde cuándo? Está prohibido decir la verdad, que hace 2019 años nació Jesús. A esto se suman todas las contradicciones que ustedes me puedan citar entre lo que se proclama y lo que se practica, pero aún así la Navidad pasa por encima de todo esto para conformarse como una fecha simbólica humanizadora para todos. Por eso los ateos celebran la Navidad y por eso la Navidad, el recuerdo de aquel nacimiento para muchos innombrable, humaniza a cristianos y no cristianos.
La Navidad, el feliz recuerdo del día en el que se anunció “¡gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”[1], se ha ido apagando en los hogares de la Europa post-cristiana, pero en la lareira, debajo de las cenizas, sigue habiendo un humeante rescoldo que aún calienta algo las oscuras paredes congeladas de la casa. La Navidad, aún vaciada de mucho de su contenido, aún censurada su memoria, por sus aplastadas raíces sigue desprendiendo aroma de humanización que se extiende por el aire de esta sociedad actual. Esto da para pensar. En efecto, cualquier cosa que hagamos para inyectar valores cristianos en nuestra sociedad tiene un valor duradero, que bendice aún a quienes no creerán nunca como nosotros y perdurará aún cuando ya parezca que se ha muerto nuestra obra: ¡perdura incluso en los rescoldos! Así lo han creído tantos hermanos que nos han antecedido y han dejado su impacto político, social y cultural en su tiempo, y es así que comprobamos que “sus obras con ellos siguen”[2], como la Navidad, que sigue ofreciendo algo especial aunque lleven décadas ahogándola.
Muchos en Navidad se sienten más entrañables, pero no saben definitivamente por qué. Muchos en Navidad están tristes porque les falta alguien y no conocen el significado de la vida y la esperanza más allá de la muerte. Todos perciben que la Navidad tiene algo especial, pero no saben descubrir qué es. Los evangélicos sabemos bien que la Navidad es la conmemoración del día en el que la Historia se dividió en dos: antes y después del nacimiento de Cristo, y eso lo descubrimos el día en el que nuestra vida se dividió en dos: antes y después de nuestro nacimiento de nuevo.
Los evangélicos tenemos que volver a llenar ese hueco de significado de la Navidad antes de que las cenizas ahoguen definitivamente las brasas. Por favor, no guardemos este fuego para nosotros, no tapemos esta luz diferente, compartamos nuestra experiencia con convicción, sin discreción alguna, y descubramos a todos el último, el definitivo significado de la Navidad.
Notas
1 Lc 2.14
2 Apo 14.13
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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