El corazón sabio conoce el tiempo, porque recuerda que no hay nada mejor que vivir lo más cerca posible de la fuente de la vida.
Hace bastantes meses que alguien me envió por email este texto:
«Si quieres entender el valor de un año de vida, pregunta a un estudiante que haya suspendido sus exámenes finales... Si quieres saber el valor de un mes, pregúntale a una madre que ha tenido un hijo prematuro... Si necesitas comprender el valor de una sola semana, pregunta al director de un programa de TV o radio... Si lo que deseas es saber el valor que tiene un día, busca a alguna persona que esté esperando una operación urgente... Si quieres entender el valor de una hora, pregunta a dos enamorados que están esperando el momento del encuentro... Para entender el valor de un minuto, pregunta a una persona que perdió el tren, el autobús o un avión... Para saber el valor de un segundo tienes que preguntar a una persona que sobrevivió a un accidente... Si quieres saber el valor de una décima de segundo, pregunta a quien ganó una medalla de plata en los Juegos Olímpicos».
El valor sublime del tiempo. Todos sentimos que los años, los días, las horas y los momentos se nos escapan de entre las manos. Conforme va pasando nuestra vida, aprendemos que preferimos perder una cantidad grande de dinero antes que perder el tiempo. Y la verdad es que, aun así, tenemos tiempo para todo.
De la misma manera que Salomón, encontramos momentos para cada cosa que queremos hacer: tiempo de nacer y de morir, de tra- bajar y de descansar, de hablar y de callar; tiempo para ganar y para perder. Tiempo para vivir cualquier situación, porque «el corazón del sabio conoce el tiempo» (Eclesiastés 8:5).
Pero todo se vuelve una experiencia triste cuando tenemos tiempo para todo menos para Dios. La madre de todas las frustraciones para el escritor de Eclesiastés queda reflejada en el capítulo tres: a lo largo de la vida encontramos tiempo para cualquier actividad, pero al ir relatando cada una de esas situaciones nos damos cuenta de que no hay tiempo para el Creador. El único que nos regala la vida. El único que pone en nuestro corazón el tiempo para vivir. El único que nos ama y nos comprende. El único que puede ayudarnos a vivir de una manera diferente, disfrutando cada momento de nuestra vida.
El único que nos puede regalar una vida eterna. El corazón sabio conoce el tiempo, porque recuerda que no hay nada mejor que vivir lo más cerca posible de la fuente de la vida. Nada añade eternidad a nuestro corazón como abrazar a Dios.
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