Fueron los babilonios y los persas quienes pusieron los fundamentos de todo lo que hoy consideramos astronomía.
El cielo está continuamente en movimiento. Nosotros hoy en día no lo percibimos, salvo que aún nos damos cuenta que cada 28 días la luna termina su ciclo y que el sol sale por la mañana y se pone por la noche. Pero ya mucha menos gente sabe que en el cielo se ven cinco planetas a simple vista: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. La palabra “planeta” viene del griego planetos1, lo cual significa “errante”. Ellos se mueven, ya que circulan igual que la tierra alrededor del sol. Pero visto de la tierra, esos planetas no se mueven de forma circular, sino que dibujan movimientos muy diferentes en el cielo, causados por la rotación de la tierra alrededor del sol y de los planetas. Cada uno tiene su tiempo para terminar una órbita completa alrededor del sol. Y de esa manera parece que se mueven de noche en noche, un poco solo, en el firmamento. Las estrellas son fijas. No se mueven y guardan la misma distancia entre ellas. Por eso forman parte de las “constelaciones” – grupos de estrellas2como por ejemplo la Osa Mayor. Las estrellas que vemos de noche dependen del lugar de la tierra en su órbita alrededor del sol. En ciertos momentos, el sol atraviesa un determinado grupo de estrellas. Son las doce constelaciones del zodíaco.
Con esta simple introducción a la astronomía nos damos cuenta de una cosa: hay movimiento en el cielo. Lo que se ve cada noche es un poco distinto de la noche anterior. A nadie le sorprende que desde el principio de la humanidad los seres humanos miraron al cielo para observar este espectáculo tan fascinante (a falta de videojuegos, el fútbol y la tele).
Pero vamos a dar un paso atrás en la historia. Para entender mejor lo que pasó hace 2000 años en el cielo y en la tierra de Oriente Medio vamos a aprender algo más sobre la observación de los cuerpos celestes en aquellos tiempos. Y para que no haya malentendidos: por supuesto no existía una separación estricta entre lo que llamamos hoy la ciencia de la “astronomía” y lo que es más bien la “astrología” que desde luego no se considera una ciencia.
En la época del reino de Judá y más tarde de Daniel -del cual hablaremos la semana que viene- existía en la zona de Mesopotamia una clase de observadores de los cielos, personas entendidas en las ciencias de aquel entonces. Se les llamaban “magi” (o en la terminología griega: magoi). Nuestras palabras “magia” o “mago” tienen su raíz en la palabra. Pero el nombre original no tenía nada que ver con lo que nosotros hoy entendemos de un mago. Realmente se trataba de una tribu de los medos (hoy en día se llaman los “kurdos”). Cuando los persas acaban con el imperio babilónico, precisamente en la época de Daniel, ellos forman parte de la clase poderosa del imperio Medo-Persa. Los magi tenían un interés especial en la observación de los cielos y de la sabiduría profética.
Finalmente llegan a formar parte de la casta de los sacerdotes y por ende de la corte real de Babilonia primero y luego de Persia. Incluso tenían su influencia sobre reinos más distantes como Arabia e India. La referencia más antigua en griego de los magi o magoi viene del siglo VI aC, de autores como Heráclito, que por cierto no les tenía mucha simpatía por sus ritos que el sabio griego consideraba “impíos”.
El famoso historiador de la antigüedad, el griego Heródoto usa la expresión magi en dos sentidos: por un lado lo aplica a ciertas tribus de los medos y por otro lado a una casta sacerdotal en la zona de Mesopotamia en términos generales.
El hecho es que la astronomía occidental tiene sus orígenes en Mesopotamia. Aunque nuestras estrellas y planetas tienen todos nombres latinos, griegos o árabes, fueron los babilonios y los persas quienes pusieron los fundamentos de todo lo que hoy consideramos astronomía.
Los primeros que se dedicaban a la observación sistemática de los cielos eran los sumerios. Y esto nos lleva a los tiempos del patriarca Abraham. Existen tablillas de barro con inscripciones cuneiformes del tercer milenio aC. Nos parecen tiempos remotos, pero pocos saben que fueron ellos los que inventaron el sistema sexagesimal numérico que hasta el día de hoy forma la base de nuestros cálculos horarios y de nuestro sistema de localización celestial y terrenal: una hora tiene 60 minutos y un minuto 60 segundos. Hablamos de una circunferencia de 360 grados que se divide en unidades de 60 minutos y cada minuto en 60 segundos. Hasta el día de hoy, la dirección en la navegación aérea y marítima se expresa en esos grados. Pues parece que los antiguos no eran tan primitivos. Ni tampoco tan ignorantes.
Durante los siglos VIII y VII aC, los astrónomos babilonios abrieron un capítulo nuevo en la observación astronómica. Por primera vez en la historia emplearon procedimientos empíricos en la astronomía. Entendieron el universo como un todo, a las estrellas y planetas como entidades que se movían según reglas calculables. Algunos historiadores hablan incluso de la primera revolución científica hasta tal punto que los astrónomos griegos luego se apoyaron en los cálculos y el conocimiento de los babilonios. Y de allí surge un término que nos debería interesar como lectores de la Biblia: esta casta de entendidos pre-científicos se les conoce en el Medio Oriente bajo su nombre “caldeos”. Bajo este nombre aparecen en Daniel 2:2. Eran sacerdotes-científicos que se habían especializado en la observación de los cielos.
De la mitad del siglo V existen documentos de sacerdotes babilónicos que desarrollaron nuevas formas de cálculos matemáticos que les permitieron calcular mejor los movimientos de los cuerpos celestiales. El más famoso sacerdote-astrónomo era Nabu-rimanni. Sus cálculos le permitieron predecir eclipses lunares y solares. Sus 18 tablas de computación dan información sobre las velocidades de órbita de los planetas y la luna. Los astrónomos de Babilonia podían calcular con cierta precisión los movimientos del sol, de la luna y de los 5 planetas visibles (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). En el siglo V aC, se establecieron también en Babilonia las 12 constelaciones del zodíaco, reservando a cada constelación 30 grados de extensión en el círculo celestial.
Pero han sobrevivido también otros fragmentos de la astronomía babilónica en tablillas de barro que nos hablan de los conocimientos sorprendentes de las bases de la astronomía en Babilonia. Estas tablas las conocemos hoy como los “diarios astronómicos”. Los astrónomos babilónicos eran los primeros que intentaron facilitar descripciones matemáticas de ciertos fenómenos estelares que formaban la base de la investigación astronómica en India, el mundo árabe y en Occidente.
Pero esto solo es una parte de la historia. La otra parte tiene que ver con su intento de averiguar la voluntad de los dioses del movimiento de los planetas y la aparición de fenómenos estelares. Diferentes estrellas representaban diferentes entidades. Por ejemplo la estrella Regulus era conocida bajo su nombre “Mul-lugal” por los babilonios lo cual significa “Rey”. Júpiter representaba al dios supremo del panteón babilónico: Marduk. Todo esto iba a tener un significado para la historia que nos cuenta Mateo, tal y como veremos más adelante.
Los magi eran con seguridad personas que no quedaron fácilmente impresionadas con ciertos eventos astronómicos. Hacía falta más de una estrella brillante o un cometa para que ellos se hicieran con la idea de que algo extraordinario estaba a punto de comenzar. Vamos a poner un ejemplo: Un magus sabía perfectamente los movimientos del planeta Júpiter de antemano. Sabía que este planeta hacía una travesía de todo el zodiaco en algo menos de 12 años. Cada 71 y 83 años, Júpiter iba a repetir exactamente los mismos movimientos en el cielo.
A estos conocimientos se une otro fenómeno que comúnmente alcanza poca atención: la astronomía hebrea. Los judíos conocían, por ejemplo, el planeta Júpiter bajo el nombre “tsedeq” (justicia). A cada una de las constelaciones del zodiaco se asigna un mes del año. El año judío termina cuando el sol está en la constelación de león (arieh) y comienza con la constelación de Virgen (betulá).
Este mini cursillo en astronomía antigua y moderna nos facilita el conocimiento mínimo para poder entender Mateo 2 y la conexión extraña entre este pasaje, Daniel y Balaam. Pero esto queda para la semana que viene.
Notas
1Judas 13b hace una referencia a este fenómeno
2La línea imaginaria que atraviesa el sol visto de la tierra se llama eclíptica y el campo de 18 grados de ancha en ambos lados de la eclíptica se llama el zodíaco (del griego dsoodiakós= rueda de los animales)
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