Este uso de versículos sueltos contribuye a que el mensaje del evangelio, de tanto y tanto repetirlo, resulte manido y pierda toda su fuerza.
Los textos bíblicos inalámbricos se usan de manera exagerada en las redes sociales, en las predicaciones, en los estudios, en las conversaciones. Con esto no quiero decir que se haga con mala intención, simplemente que van sueltos de aquí para allá, sin ton ni son, sin acierto ni concierto, sin aclaración o explicación alguna. Nos gustan, nos suenan bien, son bonitos y los sacamos de su contexto con el fin de comunicar algo. A veces sí, pero otras, ese algo no siempre es lo que el texto significa ni lo que significó en su momento ni lo que viene bien para la ocasión en la que se está usando. Tampoco hacen milagros. No hay versículos mágicos.
Los colgamos, los metemos en las predicaciones o en cualquier charla. Esta actitud nos ayuda unas veces a descansar la conciencia; o a quedar bien ante la congregación; o a posicionarnos por encima del que nos escucha, nos lee, nos observa; o para condenar a nuestro interlocutor; o para parecer más espirituales de lo que realmente somos. Nos gusta disfrazarnos. Los usamos sin más unas veces; otras para acusar; a veces con la intención de que alguien ateo se vuelva creyente de repente al oírlo salir de nuestra boca, de nuestra red y caiga rendido de rodillas ante Cristo nuestro Señor. Otras los usamos para arrimar el ascua a nuestra sardina, no vamos a permitir que alguien se nos suba a la parra. Se crean verdaderas guerras de versículos inalámbricos. Unos sueltan unos para atacar y los de enfrente sueltan otros para contraatacar. Otras porque no sabemos decir otra cosa de provecho que salga libre de nuestro pensamiento. Nos hemos alejado tanto del mundo que no sabemos tener una conversación normal si no hay cuñas de versículos cada dos frases. Lo más fácil es decir el verso que sabemos de memoria desde que nos lo enseñaron de pequeños en la escuela dominical o desde que nos convertimos y lo oíamos decir a otros con frecuencia y allá el Señor se las entienda con lo que hemos soltado, porque nosotros ya hemos cumplido hoy, hemos hecho nuestra parte y ahora le toca a él.
Es como si con esos textos nos sintiésemos dueños del universo, dueños de las almas ajenas y poseyéramos toda la verdad. Con ellos disfrutamos de nuestro minuto de gloria, nos sentimos como pequeños reyes terreno-divinos. También sé, como dije al principio, que hay personas que lo hacen de manera bondadosa pero aun así no está justificado.
Todo esto contribuye a que el mensaje del evangelio, de tanto y tanto repetirlo resulte manido y pierda toda su fuerza. Hay gente que se cansa de oírnos, que no nos lee, que pasa de largo para no saludarnos. Es triste, muy triste, porque de este modo no tenemos oportunidad de dar testimonio personal, de abrirnos al otro ya que nos hemos acomodado al bombardeo de textos.
Son muchos los que, gracias a nuestra actitud, se han acostumbrado a ver el mensaje distorsionado, han aprendido a golpe de versículo a entender el evangelio de manera equivocada. Dejemos de usar textos inalámbricos que andan sueltos de aquí para allá, posiblemente sin línea de conexión con el contexto.
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