El querer ser recordado por las barbaridades que hacemos es una de las motivaciones más estúpidas que pueden tenerse en la vida.
Desgraciadamente, son conocidos en casi todos los países del mundo: se les llama «ultras», seguidores exaltados y fanáticos, normalmente de equipos de fútbol, cuyo motivo de existencia no es tanto el deporte en sí sino la violencia. Una pancarta que se podía leer hace algunos meses en un estadio los definía casi a la perfección: «Cuando somos buenos nadie nos recuerda, cuando somos malos, nadie nos olvida».
El problema de la violencia en el deporte no tiene que ver solamente con los seguidores. Algunos dirigentes, entrenadores, deportistas, incluso periodistas, hacen mucho más de lo que creen para alimentar esa violencia, con sus declaraciones absolutamente irracionales y con algunos comportamientos realmente deshonestos. Parece que disfrutan echando leña a cualquier fuego, por muy pequeño que sea.
La verdad, puede ser que a los violentos se les recuerde, pero reconoce que es solo por un momento. Al final todo queda en nada; toda violencia se convierte en orgullo sin sentido alguno. El querer ser recordado por las barbaridades que hacemos es una de las motivaciones más estúpidas que pueden tenerse en la vida, porque aparte del hecho de que la justicia siempre pasará por encima de la violencia, la maldad solo alimenta el desprecio y el odio.
Quizás la mayoría de los que estáis leyendo ahora mismo estéis de acuerdo conmigo, porque los violentos y terroristas suelen ser una minoría (¡gracias a Dios!); pero todo se vuelve más difícil de discernir cuando comenzamos a hablar de la maldad que tenemos dentro de nosotros mismos.
Hay personas que quieren ser malas a propósito. Saben que están haciendo daño a alguien, pero no le importa. Disfrutan viendo como otros sufren. Aunque sea por lo más mínimo. No debemos juzgarles demasiado rápido, porque cuando nos alegramos porque nuestros enemigos caen es porque esa semilla de maldad vive en nosotros.
Ese es el corazón del diablo: disfrutar cuando otros sufren. Si nos sorprendemos a nosotros mismos con sentimientos así es porque tenemos algo de demonios dentro de nosotros. Esos demonios son más comunes de lo que pensamos: cuando los que están en autoridad (¡no importa del tipo que sea!) quieren humillar a los que no están de acuerdo con ellos, viven en esa maldad diabólica. Cuando presidentes, jefes de empresas, personajes poderosos, directivos, entrenadores, etc., pasan por encima de todos y no les importan los sentimientos de sus empleados, sino solo sus propias ganancias y su poder, su corazón es idéntico al del diablo.
El carácter de Dios es radicalmente diferente: él quiere que amemos a nuestros enemigos. Si vivimos de otra manera, las consecuencias son terribles: «El Señor de los ejércitos lo ha planeado para abatir el orgullo de toda hermosura, para humillar a todos los nobles de la tierra» (Isaías 23:9).
Puede que alguno piense que es una de las personas más poderosas del mundo. Puede que su orgullo le lleve a hacer sufrir a otros y a despreciar a la mayoría de los que tiene a su lado. Dios ha puesto un límite que no será traspasado. Llega el día en el que todo orgullo será abatido y todo noble será humillado.
¡Mejor vivir de una manera diferente!
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