Suele ocurrir que vienen épocas que en las iglesias se suele poner de moda algún emisario y eso le da cierta fiabilidad para ser creído en todo lo que notifica, ya se sabe, crea fama y échate a dormir.
“¡Cuidado con los falsos profetas! Vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conoceréis, pues no se recogen uvas de los espinos ni higos de los cardos.Así, todo árbol bueno da buen fruto; pero el árbol malo da fruto malo. El árbol bueno no puede dar mal fruto, ni el árbol malo dar fruto bueno. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.De modo que por sus frutos los conoceréis.
“No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial.Aquel día muchos me dirán: ‘Señor, Señor, nosotros hablamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros.’ Pero yo les contestaré: ‘Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, malhechores!’Mt 7, 15-23
Hermosa comparación la del profeta con un buen árbol frutal que alimenta con generosidad. Parafraseando algunos versículos, el texto nos diría lo que todos sabemos ya por experiencia: No se pueden pedir peras al olmo.Todo buen profeta da buen fruto y el profeta malo da fruto malo. El profeta bueno no puede dar mal fruto ni el profeta malo dar fruto bueno. Todo profeta que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. De modo que por sus frutos los conoceréis.
Ser profeta fiel es una misión muy comprometida para cualquiera que le haya tocado ejercerla, pues de su boca no sale todo lo que se quiere oír y, por ello, a veces sale mal parado. Sin embargo, lucha contra su propia conveniencia y hace la voluntad del Señor.
Esta advertencia nos lleva a meditar mucho sobre esta función dentro y fuera de la iglesia.
El buen profeta no acapara para sí todas las miradas, ejerce su función, principalmente la de anunciar y denunciar injusticias, soporta los reproches y luego se retira como buen árbol que es y permanece en silencio hasta el próximo encargo. No busca presumir de sus frutos proféticos pues lo que transmite viene de parte de Dios y él sabe que es un mero transmisor de su palabra. El profeta no come de sus frutos jugosos sino que son los demás quienes los aprovechan y juzgan si son buenos, si son verdaderos. Tampoco cobra por ellos sino que los regala, regala la gracia que le ha sido transmitida por Dios. Da la cara, no huye cuando le contradicen, no puede hacerlo.
Por otro lado está el profeta malo, el que habla en nombre de Dios y públicamente se dirige a él para que todos le estimen como a un buen enviado, necesita protegerse, justificarse y hace las gestiones pertinentes para ello. Suele tener muchos seguidores, vive de ellos, pero a este no le reconoce el Señor como suyo por muchas veces que haya recitado su nombre. Por mucho que se le pida que dé el fruto correcto, no puede hacerlo. Lo que se espera de él no sucederá.
Suele ocurrir que vienen épocas que en las iglesias se suele poner de moda algún emisario y eso le da cierta fiabilidad para ser creído en todo lo que notifica, ya se sabe, crea fama y échate a dormir. A este hay que examinarle los frutos que, por muchos y sanos que parezcan, pueden estar desabridos, podridos, leñosos, o lo que es lo mismo, no es un árbol sano, no puede dar lo que no tiene.
No saquemos el hacha maderera si oímos un mensaje certero dado con humildad y temblor. Cuidemos y protejamos a los profetas buenos pues, sin esperar elogios de nadie, son los ojos de los que no ven y el entendimiento de los menos dotados de sabiduría. Protegidos por su sombra escucharemos la voz de Dios.
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