El peligro de ser una iglesia de clase media, que adora el orden y la seguridad, se ha ido reafirmando en el cristianismo occidental.
MLK escribe su carta más famosa desde la cárcel de Birmingham (Alabama) el 12 de junio de 1963. Ha sido encarcelado por defender la igualdad de derechos y de trato entre negros y blancos. Está llevando a cabo, junto a la comunidad negra, una campaña de acción directa no violenta, que incluye marchas, sentadas, ocupación de restaurantes y de iglesias que segregan por color de la piel, etc. Estando allí ocho líderes religiosos (6 pastores, un sacerdote católico y un rabino judío) le escriben una carta que deciden hacer pública a través de la prensa en la que le acusan de extremista, de no tomar el tiempo suficiente para negociar, etc.
MLK dedica una gran parte de su carta, casi la mitad de sus 12 páginas, a analizar el papel de aquellos que él llama “los blancos moderados”. No dedica mucho tiempo al análisis de los segregacionistas radicales, sino de aquellos que parecen comprender las razones de los defensores de los derechos civiles y sin embargo no toman un partido claro, creen que por la propia evolución de la historia se llegará a un momento en que las demandas justas caerán por su propio peso. Es interesante el análisis del papel de los blancos moderados, porque nos permite ver un enfoque sobre el papel de la Iglesia. Responde a la pregunta: ¿Cómo es y cómo debería ser la Iglesia? Se podría resumir la postura de MLK como de desilusión, de frustración por lo que ahora es la Iglesia y el deseo de que la Iglesia retorne a su papel profético. Y no porque no ame profunda e intensamente a la Iglesia. Él no es uno de esos críticos que se sientan en la barrera a criticar. Echa de menos esa Iglesia que en otros momentos de la historia ha tomado otro papel. En este momento es más un termómetro que mide las tendencias de la sociedad, que un termostato que ejercía una poderosa influencia y que transformaba para bien.
Llega a identificar a los blancos moderados como el principal obstáculo para la consecución de los derechos sociales, un impedimento más grande que el de los supremacistas blancos. Los valores fundamentales de los blancos moderados son la preservación de la Ley y el Orden. La Ley y el Orden deben tener la función de hacer prevalecer la justicia, pero cuando fallan en esta función, la preservación de esa Ley y ese Orden en medio de una situación que es injusta, convierte a esa Ley y ese Orden en instrumentos preservadores de la injusticia. La Ley y el Orden no son los valores supremos, son instrumentos para un fin mayor. El valor supremo es la justicia. La Ley y el Orden existen para el bien, no para el mal. Insistir en la preservación de la ley, insistir en Romanos 13 como una justificación de que la Ley es el valor supremo a preservar, nos convierte en perpetradores del mal. En ocasiones la Ley y el Orden son un instrumento de los poderosos para someter a los débiles y a los oprimidos. Debemos obedecer a las autoridades aún cuando sean malas, pero no debemos obedecer el mal que mandan esas autoridades para no convertirnos en parte del mal que esas autoridades malas generan.
Temo que este peligro, que podríamos denominar el de ser una iglesia de clase media, que adora el orden y la seguridad, se ha ido reafirmando en el cristianismo occidental. Nuestra insistencia en el Orden va mucho más allá que nuestro escándalo por la injusticia. En nuestras iglesias evitamos cualquier discusión que pueda generar cualquier tipo de desacuerdo. Eso significa que debe haber un acuerdo básico en no mover nada. No mover nada cuando la situación de fondo está llena de injusticias nos convierte en una Iglesia que está muy lejos de los intereses y los métodos de Jesús. Jesús no era un cristiano de clase media, él no ha venido a traer paz sino conflicto. Luc 12:49-53 Yo he venido para echar fuego sobre la tierra; y ¡cómo quisiera que ya estuviera encendido! (50) Pero de un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla! (51) ¿Pensáis que vine a dar paz en la tierra? No, os digo, sino más bien división. (52) Porque desde ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos; tres contra dos y dos contra tres. (53) Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra. La declaración de misión de Jesús en la sinagoga de Nazaret, en Lucas 4, se posiciona claramente por el pobre, el ciego, el oprimido, etc. Jesús está dispuesto a cuestionar el enriquecimiento de una clase sacerdotal con el comercio del templo, incluso cuando eso implique un enfrentamiento a muerte con la clase dominante. Definitivamente, la Iglesia promedio de nuestro país, la Iglesia promedio en el mundo occidental, es una iglesia que comparte los valores de la clase media, de orden y seguridad, más que una iglesia en el vértice que es un agente de transformación en cualquier lugar en el que se pueda ver una obra del diablo (1ª Juan 3: 8).
MLK destruye otro mito de la Iglesia de clase media, que es la inevitabilidad del progreso. Esta leyenda dice que si dejamos las cosas seguir su curso, inevitablemente se producirá una solución más justa. Lo cierto es que el tiempo es neutral y, con su paso, se pueden dar situaciones más justas o más injustas. No basta con dejar transcurrir el tiempo para que las cosas mejoren. Es en este contexto que MLK pronuncia una frase que ha sido citada (con mayor o menor acierto) en muchas ocasiones: En nuestra generación, no vamos a tener que arrepentirnos solo por las odiosas palabras y acciones de la gente de mala voluntad, sino también por el atroz silencio de las buenas personas. El progreso de la justicia se produce, de hecho, por el constante esfuerzo de aquellos que se arriesgan a tratar de traer la justicia. No en vano la Biblia evalúa el tiempo y dice que los tiempos en que vivimos son objetivamente malos. Si en esos tiempos malos no buscamos el Reino de Dios y su justicia las cosas no mejoran de por sí, sino que pueden empeorar. En palabras de MLK: siempre es un buen momento de hacer lo correcto.
MLK recibe por parte de sus críticos el calificativo de extremista. A la Iglesia institucional le parece extremista la acción directa no violenta. El calificativo que, al principio, le molesta acaba por convertirse en una seña de identidad. En lugar de una iglesia conformista, la Iglesia debe ser extremista. King se sitúa dentro de una larga lista de extremistas entre los que destaca el mismo Jesús. ¿Acaso no fue Jesús un extremista del amor: “Amad a vuestros enemigos; perdonad a los que os insultan; haced el bien a los que os odian y orad por los que sin piedad abusan de vosotros y os persiguen”? En esa misma tradición destaca al profeta Amós, Pablo, Lutero, Juan Bunyan, Abraham Lincoln y Thomas Jefferson. Acaba diciendo que el mundo necesita de esos extremistas creativos. La opción que todos enfrentamos es la de ser extremistas del amor o extremistas del odio o de la indiferencia. Esto genera una Iglesia que es defensora del statu quo, una iglesia inofensiva, que no es un escándalo para nadie. La Iglesia se ha convertido en un apoyo para los poderes establecidos, no es una amenaza para nadie, como lo fue en su origen. King hace una predicción sobre la Iglesia, que se está viviendo en nuestros tiempos: perderá su autenticidad, hará que se desvanezca la lealtad de millones de personas y terminará siendo considerada un club social irrelevante, carente de sentido en el siglo XX. Todos los días me encuentro con jóvenes cuyo desencanto por la actitud de la Iglesia se ha convertido en auténtica indignación ¿Está la Iglesia en nuestros tiempos siendo radical o es una Iglesia que muestra los valores tibios de la Iglesia de clase media? ¿Nos extraña que una iglesia así no cumpla con los propósitos para los que Jesús la envió y se vuelva prescindible?
King se queja de que la respuesta de la Iglesia fue: Estas son cuestiones sociales que nada tienen que ver con el evangelio. ¿No os parece que ésta sería la respuesta que recibiría en nuestros de nuestros contextos hoy en día?. La Iglesia, entonces y ahora, no ha identificado claramente cuál es su llamamiento y cuál es el evangelio. No ha visto que el evangelio tiene que ver con la misión que trajo a Jesús al mundo, la de destruir las obras del diablo. La Iglesia, entonces y ahora, tenía un evangelio reduccionista, basado en la salvación de las almas, pero sin repercusión en los efectos del pecado. El mal y el pecado se blindan, generan estructuras del mal para evitar ser destruidos y cuando la Iglesia se inhibe ha conseguido que quien los podía destruir, normalice su presencia. King identifica claramente que eso es el producto de la división sagrado – secular. En 1968, mucho antes que el término se volviera popular, King lo cita en su texto. Y he visto a muchas congregaciones consagrarse a una religión completamente de otro mundo, que hace una extraña y nada bíblica distinción entre el cuerpo y el alma, entre lo sagrado y lo secular. No ha cambiado mucho desde entonces en tantas Iglesias de nuestro país que siguen adoptando el paradigma de la división sagrado – secular.
King acaba con una frase de esperanza: Tal vez tenga que orientar mi fe hacia la Iglesia espiritual interior, esa Iglesia dentro de la Iglesia, y ver en ella la verdadera ekklesia y la esperanza para todo el orbe. De alguna manera esa es la verdadera esperanza, que Dios sigue levantando a su Iglesia dentro de la institución a la que llamamos Iglesia. Esa Iglesia real sigue siendo esperanza para la tierra.
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