Lo que hasta ahora parecía ser un reclamo de ciertas minorías se ha comenzado a imponer cada vez con más fuerza en esferas públicas y hasta gubernamentales.
En los últimos años, hemos asistido a un cambio en los usos del lenguaje que busca, por sobre todas las cosas, evitar la utilización de palabras sexistas que discriminan y desvalorizan a la mujer.
Los organismos internacionales, las organizaciones no gubernamentales y los Estados han hecho recomendaciones para que no se discrimine a las mujeres en sus publicaciones, ya que el foco central de los derechos humanos es la no discriminación y la igualdad de derechos para todas las personas sin distinción de ningún tipo.
Esto es un desafío para el español: nuestro idioma es una lengua con género.
Para comprender bien de qué estamos hablando, y haciendo una simplificación, podemos decir que los sustantivos en español comúnmente terminan en “o” para el masculino y en “a” para el femenino. Y cuando incluimos tanto a hombres como a mujeres se utiliza el masculino gramatical, aunque vale aclarar que este no tiene en ese caso marca de género, pues designa la clase.
Cuando decimos “El hombre es un ser racional” nos referimos a todos, hombres y mujeres. Sin embargo para algunos, entre ellos las feministas y otros colectivos, este uso del masculino genérico invisibiliza a la mujer, la subordina a través del lenguaje y no incluye a todos. Desde la normativa del español, no existe un género neutro que venga a solucionar este reclamo.
Es por esta razón que, cuando se trata de usar un lenguaje “no sexista”, hemos echado mano a los recursos que nos provee nuestra propia lengua, esto es, el uso de los colectivos como el alumnado, los abstractos como la juventud, la utilización de la segunda persona del singular o la tercera del plural sin mencionar sujeto (tú, usted y nosotros).
Antes que “el director” se recomienda “la persona a cargo de la dirección”; en vez de “hombres y mujeres”, “la población”; para hablar de “los niños” algunos creen que es mejor utilizar “los niños y las niñas” o “la población infantil”; y “alguien” en vez de “uno”, aparte de evitar el artículo cuando esto sea posible, solo por citar unos pocos ejemplos.
Con todos estos recursos se trató de dar solución a este reclamo, sin embargo estas opciones no conformaron a las feministas. Lo que parecía saldar la supremacía masculina y generar igualdad no lo ha hecho. Puestas a pensar, encontraron en el uso de la “e” un recurso válido.
Piden un lenguaje “inclusivo” que rompa el binomio masculino/femenino y las incluya, tanto a ellas como a todos aquellos que no se sienten representados por el lenguaje convencional.
En esta batalla lingüística, reclaman el uso de la letra “e” como “neutro” para aquellos que no se identifican ni con la “o” ni con la “a”, o que buscan derrocar al patriarcado y a la supremacía del masculino con valor genérico. Así, pasaríamos a usar “todes”, “persones”, “algunes”, aunque también abundan ejemplos como tod@s, niñxxs y alguno/as.
Lo que hasta ahora parecía ser un reclamo de ciertas minorías o una moda pasajera de los jóvenes se ha comenzado a imponer cada vez con más fuerza en esferas públicas y hasta gubernamentales, como el caso reciente de un diputado en la Argentina que en pleno debate legislativo se refirió a “todes” y a “otres”.
El lenguaje se ha transformado en un campo de lucha para alcanzar reivindicaciones que van mucho más allá de lo idiomático y que tiene que ver más con una ideología de género que con el uso apropiado o inapropiado de un lenguaje.
La elección de palabras interviene la lengua como recurso retórico que busca llamar la atención del oyente sobre lo no dicho según ellas: la supremacía del hombre sobre la mujer.
Lo que sí podemos afirmar es que el lenguaje es una práctica social, lo usamos y lo construimos entre todos. Los cambios que puedan venir no deberán deformarlo ni tampoco ir en contra de su estructura gramatical y lingüística, pero sobre todo, no deberán imponer una ideología de género. Los cambios irán sucediendo porque todo lenguaje se modifica, pero deberán ser el resultado de una práctica común y consensuada socialmente entre todos los hablantes.
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