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Wenceslao Calvo
 

Tres clases de invitados

Lo que rige en el mundo de la lógica no siempre concuerda con lo que pasa en el mundo real y eso es exactamente lo que aquí ocurrió.

CLAVES AUTOR Wenceslao Calvo 28 DE JUNIO DE 2018 08:33 h

Aquella ocasión no era una cualquiera, sino una muy especial. Era especial por el acontecimiento del que se trataba, al ser una boda, pero también por el rango que tenía el invitador, que era un rey. Sumando ambas características de acontecimiento e invitador, la ocasión era todo un evento. Quiénes serían los privilegiados que serían invitados a tan magno suceso, es el único dato que faltaba por saber, porque todo lo demás, banquete incluido, estaba preparado. La suposición lógica sería pensar que quienes recibieran la invitación, automáticamente la acogerían como lo que era, un privilegio y un honor, al haber sido escogidos para ser partícipes de esa alta ocasión.



Pero lo que rige en el mundo de la lógica no siempre concuerda con lo que pasa en el mundo real y eso es exactamente lo que aquí ocurrió. Sorprendentemente, increíblemente, los invitados, al unísono, se negaron a aceptar la invitación. Tal vez, pensó el invitador, los encargados de realizar el mandato no se han explicado bien y de ahí el malentendido. Por eso envió a otros para entregar de nuevo la invitación, con instrucciones explícitas y aclaraciones añadidas. El invitador concedía el beneficio de la duda a los invitados, incluso poniendo en entredicho a sus propios siervos. Pero si clara fue la segunda invitación, más rotunda fue la segunda negativa, porque esta vez no sólo menospreciaron la invitación sino que algunos hasta echaron mano de los siervos, ultrajándolos y matándolos. El mensaje para el invitador, por parte de los invitados, no admitía duda: Lo que le hemos hecho a tus siervos, si pudiéramos, te lo haríamos a ti.



Esta inaudita reacción manifestaba varias cosas por parte de los invitados. En primer lugar, que se creían sobrados de dignidad como para atender la invitación. Y se creían sobrados de dignidad porque se consideraban a sí mismos muy superiores al invitador. Eran demasiado importantes, o así les parecía a ellos, para hacer caso de lo que se les ofrecía; y sus ocupaciones eran también sumamente importantes, en comparación con el evento anunciado. Estos invitados transpiraban superioridad por todos sus poros. Había una soberbia que les coronaba, rematada por una maldad injustificada. La suma de todos estos factores dio como resultado que cavaran su propia tumba.



Pero el invitador estaba resuelto a que la boda se celebrara, con gran asistencia de invitados. La malvada negativa de los primeros no arruinaría sus planes. Solo les arruinó a ellos mismos.



Y así envió a sus siervos a poner la invitación en manos de otros invitados, los cuales, a diferencia de los primeros, la recibieron, asistiendo a la boda. Estos entendieron la magnificencia del invitador, la grandeza de la ocasión y lo consideraron un honor, que no estaba basado en méritos propios, porque la invitación se extendió independientemente de su condición moral, ya que los invitados eran buenos y malos. Pero los buenos comprendieron que no era por su bondad que eran invitados y los malos captaron que a pesar de serlo eran invitados. Y tanto unos como otros reconocieron la generosidad del invitador y aceptaron su invitación. Y al hacerlo, participaron de aquel caudal de plenitud de la ocasión y también de la compañía del invitador. Todo un privilegio.



Pero en medio de la fiesta, el rey vio a un individuo que no estaba vestido conforme al necesario protocolo de la ocasión. Por un lado, había aceptado la invitación, luego no era de la misma calaña que los primeros invitados, pero por otro lado, se había saltado las normas estipuladas por el invitador. Este invitado quería la boda, pero no al promotor de la misma. Su gesto era bien elocuente y no dejaba lugar a dudas. Tuvo en cuenta la invitación, pero no al invitador, aunque, en realidad, invitación e invitador eran inseparables. Quería las ventajas, ignorando los necesarios requisitos. Al obrar así, estaba dejando claro que era él quien establecía las normas, no el invitador. Este invitado consideraba que estar allí era su derecho, no un acto de generosidad por parte del invitador. Y si era su derecho, no había cabida ni para la gratitud ni para el reconocimiento; por eso se movía según su propio criterio. Finalmente, terminó echado a las tinieblas.



Tres clases de reacciones. La primera fue de superioridad desdeñosa. La segunda de recepción humilde y agradecida. La tercera de egocentrismo petulante.



La pregunta es: ¿Cuál es tu reacción ante la invitación de Dios a la salvación que él ha preparado? No digas: ¿Salvación? ¿Qué salvación? Porque terminarás como la primera categoría de invitados. No digas: La quiero, pero yo pongo las condiciones, porque acabarás como el tercer invitado. Di, más bien: Gracias Señor, porque tu bondad es mayor que mi indignidad; recibo el don de tu salvación.



Mateo 22:1-14 es hoy tan actual y vigente como lo fue siempre. Hay quien rechaza, hay quien recibe y hay quien se engaña.


 

 


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