“Dios ayuda a todos”

La película Pistol, the birth of a legend [El mago de la NBA] se filmó para que la gente conociese los primeros años en el baloncesto de uno de los mejores jugadores de toda la historia: Pete Maravich. Llegó a la cima del básquet en 1980, cuando firmó con los Celtics; antes de eso había batido todos los records de anotación en la universidad, además de pasar por algunos de los mejores equipos del mundo. Pero no todo fueron buenas noticias, durante su carrera sufrió bastantes lesiones. Años antes su madre se había suicidado y Pete vivía encerrado en sí mismo sin querer hablar con nadie.

Durante muchos meses la prensa no existió para él. Todos le consideraban casi un cascarrabias, hasta que un día, casi al final de su carrera, escuchó el mensaje del evangelio y oró pidiendo a Dios que cambiase su vida. Había vivido despreciando a su Creador. Había blasfemado y se había enfrentado a Dios, pero ahora volvía a él para pedir misericordia. Volvió a encontrarse con su padre y le pidió perdón por todas las ocasiones en las que le había ignorado. Más tarde, su padre también llegó a conocer al Señor. En 1985 los Utah Jazz retiraron el número siete de la camiseta de Pete y un par de años después (el 5 de mayo de 1987) fue incluido en el Basketball Hall of Fame. Todos le consideraron como el jugador más innovador de la historia. Cuando ya no podía hacer nada y estaba al final de su carrera, Dios le regaló lo mejor de su vida.

Dios sabe todo lo que ocurre en nuestra vida. Es él quien nos ama y nos busca, aun cuando nosotros vivamos dándole la espalda. Aun cuando nosotros pensemos que es imposible ser restaurados, Dios no desiste. Sigue amándonos y sigue esperando que respondamos a ese amor.

La Biblia nos enseña que Dios nos ayuda cuando no podemos hacer nada, cuando nos sentimos necesitados, incomprendidos. Dios nos ama aun cuando pensemos que no podemos realizar grandes proezas. Dios está al lado de los que muchos consideran derrotados, porque para él no hay perdedores, él oye las oraciones de todos. Responde a todos los que se dirigen a él.

Dios conoce al niño que está solo, sabe las circunstancias por las que atraviesa cada familia que no tiene casa. Escucha a aquellos que no tienen a nadie y creen que no le preocupan a nadie. Está al lado de los que tienen solo lo básico para vivir. Sabe lo que ocurre en cada corazón, conoce la soledad y las lágrimas de todos. Incluso las que no son derramadas, o lo son en el silencio. Dios se pone siempre al lado de los oprimidos, de los que sufren, de los que se sienten olvidados. Ayuda a los que no pueden hacer nada, a los que incluso se sienten tentados a renunciar a sí mismos.

Para Dios todos somos valiosos. No importa lo que tengan o lo que piensen los demás. A Dios no le impresionan los grandes números ni las grandes hazañas. Los vencedores no influyen en el corazón de Dios. Seas quien seas, y estés donde estés, la mejor manera de presentarte delante de Dios es siendo tú mismo. Sin títulos ni presen- taciones. Sin nada que puedas tener en tus manos o en tu cuenta.

¡Fíjate!: «Eres precioso a mis ojos, digno de honra, y yo te amo, daré pueblos por tu vida» (Isaías 43:4).