Hay veces que ser o no misionero, no depende del Señor sino de las personas.
Por lo que he ido conociendo en algunos ámbitos eclesiales, se consideran misioneros –con frecuencia son hijos o familiares cercanos a los miembros del consejo– a todos aquellos que presentan un proyecto, ya sea de evangelización o sucedáneo de esta, piden sostén económico, "levantan fondos" –expresión que me enfada–, ya sea para irse lejos o para quedarse cerca. Este tema da mucho juego y estoy lejos de criticar lo que de verdad viene de Dios, pues unas veces las causas son legítimas, por lo tanto dignas y, otras, se pasan de absurdas. Lo expreso con claridad porque no soy supersticiosa, no tengo miedo a que me venga una maldición divina a modo de rayo fulminador al opinar esto.
Si los delegados de la congregación optan por sufragar los gastos de la causa propuesta, legítima o burda, se ofrece al público en nombre de la voluntad de Dios, el promotor de la idea pasa a ser misionero oficial, comienza a recibir ayuda a nivel eclesial y, además, se le otorga el poder de comprometer económicamente a los miembros. Eso conlleva, además, el beneficio de ser presentado o poder presentarse en cualquier otro lugar de culto o relacionado con él como misionero, no como alguien que sirve sino como quien ostenta un cargo, como alguien sagrado e intocable a quien hay que servir.
Si los que toman las decisiones, por la razón que sea, determinan no aceptar tal proyecto, venga o no venga del deseo de Dios, esa persona no es misionera.
Entiendo, por estas razones, que hay veces que ser o no misionero, no depende del Señor sino de las personas.
De esta conducta humana deduzco, además, que llevar el evangelio a terceros sin pedir sostenimiento no se considera misión, aunque lo sea.
Por otro lado está el voluntario. Una persona desinteresada ofrece su tiempo y voluntad, valga la redundancia, para hacer un trabajo, en ocasiones tan absurdo como algunos proyectos misioneros, otras, sin embargo, para anunciar las buenas nuevas o prestar buena ayuda a los demás sin pedir nada a cambio. A este, no se le exhibe oficialmente ni fuera ni dentro de la iglesia y mucho menos se le rinde pleitesía.
En la escala de valores eclesiástica, el voluntario es inferior al misionero, en todo caso sirve al misionero. No tiene rango. Es un ilegal. Su trabajo ni cuenta ni está reconocido. No obtiene beneficio alguno y su esfuerzo no se considera provechoso sino, más bien, una manera de gastar el tiempo que le sobra en algo que le apetece.
De manera personal concluyo que en considerables ocasiones es más misionero el que hace voluntariado. Cada cual sea dueño de su conciencia y opinion, elija la manera de dar la gloria a Dios comportándose como es debido ya sea en la iglesia como fuera de ella.
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