Hace medio siglo que los estudiantes salieron a las calles de París para protestar. Pero ¿qué ha quedado del sueño revolucionario de aquella generación?
Estos días se habla mucho del mayo francés. Hace medio siglo que los estudiantes salieron a las calles de París para protestar. Aquellos adoquines del Barrio Latino no sólo se arrojaron contra la policía francesa, sino que alcanzaron a México, Praga, Berkeley y el mundo entero, pero ¿qué ha quedado del sueño revolucionario de aquella generación?
Eso se pregunta el escritor argentino Horacio Vázquez-Rial en su libro “Revolución”. Al autor, que murió de cáncer en Madrid a los 65 años en el 2012, no le conocí personalmente, pero tuve noticias suyas cuando publiqué un comentario a su novela. Lo puso –para mi sorpresa– en su página web, íntegramente, aunque tal vez no compartiera el final del artículo -puesto que era agnóstico aunque decía que quería vivir según la norma de Pascal, “como si Dios existiera”-.
El protagonista de su libro es un exiliado latinoamericano -como él, que fue a Barcelona en 1974, amenazado por el grupo ultraderechista de la Triple A-. Tras militar en el comunismo -en su caso, trotskista-, su personaje evoca, desengañado, sus sueños revolucionarios, estando ya lejos de los ideales de juventud. Esta narración desmitificadora recuerda los años sesenta como una época de grandes mentiras y nos hace preguntarnos, una vez más: ¿qué pasó con la revolución?
La historia que evoca este libro no es la búsqueda de un tiempo perdido. Ya que para su personaje, Pablo Estévez, la revolución de los años sesenta no fue más que una pérdida de tiempo. El distanciamiento con el que Vázquez-Rial recuerda aquella época, ya no está marcado por la nostalgia, sino por el escepticismo ante la épica personal con la que hoy contempla un pasado estereotípico, el del intelectual latinoamericano, comprometido con un activismo de izquierdas. El largo exilio europeo hizo cada vez más pesimista al autor del valor de su supuesta ideología revolucionaria.
LA GENERACIÓN DEL DESENCANTO
Estévez cuenta al hijo de un amigo qué ideales le movieron a él y a su padre, en los años sesenta. Su pensamiento entonces, se le antoja ahora un conjunto de tópicos repetidos a pares, que le resultan tremendamente contradictorios e increíblemente falsos. Su idea dicotómica del bien y del mal no es para el personaje de Revolución más que una ficción. Pero en aquellos días lo ficticio y lo ilusorio parecía haber ocupado el lugar de lo real, que es para Vázquez-Rial quizás la condición esencial de toda utopía.
Una de las metáforas que recorre la novela asemeja la revolución a un juego de ruleta. La ingenua idea de aquel que cree tener la fórmula para descubrir el número ganador, y llevar así al casino a la bancarrota, es comparada al análisis pseudo-científico con el que el autor/protagonista preconizaba la revolución comunista. Su postura no es que fuera utópica, es que era una completa falacia. “La pretensión de burlar el cálculo de probabilidades mediante la intervención cíclica en su cumplimiento es tan absurda como la pretensión de burlar las leyes de la historia, que son las leyes del caos...”
¿Era la revolución una manifestación de la ambición personal, disfrazada de colectivismo? Napoleón decía que hay dos tipos de personas en toda revolución, los que la hacen, y los que se aprovechan de ella. En esta novela se va dibujando el horror, al desvelar la realidad que había detrás de las actividades de un grupo de izquierdas argentino. Una devastadora tortura arruina interior y exteriormente a sus protagonistas. “Un día dejé de entender”, dice Estévez. Porque, como decía Jean Jaurés, ya no son los hombres los que hacen la revolución, sino la revolución la que maneja a los hombres.
EL MAYO FRANCÉS
Cuando era estudiante, recuerdo haber asistido a un debate en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con el filósofo español Fernando Savater y uno de los cabecillas del mayo francés, el mítico Danny El Rojo, que estaba todavía dedicado a la política con los Verdes alemanes. El tema era: ¿Qué quedaba de la revolución? El acto estaba relacionado con un libro y una serie de televisión que había hecho Cohn Bendit con entrevistas a sus antiguos compañeros en Europa y Estados Unidos. Estos revolucionarios eran ya en los años ochenta ejecutivos de multinacionales, políticos conservadores y liberales, o simplemente vendedores de hamburguesas y pantalones vaqueros, o seguidores de cualquier gurú.
Aquel día escuchaban a Bendit y Savater varios militantes comunistas, algunos de la vieja guardia, y otros más bien adolescentes militantes de la nueva izquierda. Recuerdo que había en el ambiente auténtica indignación ante estos hombres, que ahora consideraban traidores de la causa revolucionaria. Los insultos se repetían, hasta llegar a una situación tal de caos, que Bendit se levantó de la mesa, y puesto en cuclillas frente al público, exclamaba gesticulando, en un vehemente francés: “Pero ¿qué es?, ¿qué es la revolución?”. Y mientras un anciano le acusaba de su ignorancia del materialismo histórico, Danny El Rojo le contestaba santiguándose, en evidente muestra de ironía ante aquellos dogmas marxistas que un día le conmovieron...
REVOLUCIÓN ESPIRITUAL
“Generación va, y generación viene”, dice el Eclesiastés. “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.” El desencanto de los viejos revolucionarios ha mirado todo lo que se hace debajo del sol, y lo ha encontrado vanidad. “Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse” (1:14-15).
La revolución no puede cambiar el mundo, pero ¿puede cambiar todo un mundo dentro de ti? La idea de la revolución, reconoce el personaje de Vázquez-Rial, no fue en su caso sino ansia de ser otro. Hay una revolución espiritual que Jesús llama nuevo nacimiento (Juan 3), y que sólo puede producir el Espíritu de Dios. Nada más tras el reconocimiento y la humillación de aceptar esta situación, es que es posible que esta revolución triunfe. Ya que la liberación se hace realidad por medio de la batalla que sólo Jesucristo ha podido ganar (Marcos 10:45).
Es una salvación personal, pero que tiene también dimensiones cósmicas. Porque la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:21). El cristiano es por eso militante de un mundo nuevo. “Esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13). Pero no hay otra forma de esperar paz y justicia en este mundo, que haberla experimentado antes en nuestro corazón.
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