¿Hasta cuándo sacrificaremos la vida de Jesús en nosotros por la opinión de otros?
Este artículo se corresponde con el último capítulo del libro recientemente publicado “Jesús: Año 33”. Óscar Pérez es uno de los treinta y tres autores de entre 30 y 39 años que han participado en el proyecto editado por Eduardo Delás.
La vida tiene un contenido incierto, abierto al futuro. Es un complejo entramado de biología, relaciones y espiritualidad fuera de tu control o el mío.
La muerte, sin embargo, es muy predecible. No cambia. No sorprende. Sus únicos valores sorpresivos son el cómo y el cuándo pero ella es solo privación de vida. No tiene entidad propia, solo es destrucción. Se define por la ausencia de la vida.
Pero la vida es otra cosa. Con la vida nunca sabes a qué atenerte, es absolutamente impredecible, lo que te dará o lo que te quitará. No la generamos nosotros sino que la recibimos de otros seres vivos. Por lo tanto, ni siquiera decidimos vivir. Por muy listo y capaz que seas, llegó un día en que te descubriste viviendo y comprendiste que no lo habías decidido tú. Ya estabas aquí, viviendo en este mundo. En este.
Este.
La vida es un árbol lleno de frutos. Produce vértigo, ansiedad, placer, miedo y alegría. Es aprendizaje continuo. Es flexible, emotiva, dolorosa, amante, compartida. A menudo rápida, en ocasiones lenta. Ella vuela y como vino, se va. La vida sí se crea y se destruye, pero también puede transformarse.
Y por eso vino Jesús, por que se nos va la vida.
Se te va a ti.
Mi generación, la generación de los que vivimos a caballo entre lo analógico y lo digital somos un bicho raro de la sociedad. Primera generación nacida en democracia, avanzando en medio de continuos cambios sociales y tecnológicos acontecidos a una velocidad nunca antes vista o vivida.
Pero la vida ha seguido creándose y destruyéndose, eso no ha cambiado.
Nuestros padres siempre nos decían que teníamos todas las oportunidades que ellos no habían tenido. ¡Ala, pues todos a la universidad! Y en ese abanico infinito de posibilidades, muchos se han perdido y aún no se encuentran, y se les está yendo la vida. Navegan llenos de datos que no saben cómo interpretar.
¿Exceso de libertad?
La sabiduría y conocimientos de las ciencias sociales señalan que a nuestra edad deberíamos estar dirigiendo la sociedad pero justo a nosotros nos ha tocado vivir también el envejecimiento de todo. Los cincuenta son los nuevos cuarenta, la esperanza de vida ha aumentado notablemente y, de forma pareja, la calidad de los años de vida en la madurez de la vida ha provocado que todo se estirara como un chicle.
Estudiamos hasta los veintimuchos, formamos familias (o no) a los treintaytantos y nos asentamos laboralmente a los cuartentaydemasiados… O se nos hace tarde y se nos va la vida sin remedio aparente, o eso nos comunican los medios, la biología y la carrera profesional.
La generación que nos precede, un grupo humano curtido por las batallas, no confía fácilmente en nosotros. No hemos tenido que luchar por nada, dicen. El fuego de la prueba doró sus lomos al sol del esfuerzo y nos miden con el rasero que les condujo a donde están. Ellos ganaron la democracia y nosotros… Nosotros pareciera que no hemos sabido aprovecharla o madurarla. Pero lo cierto es que la siguen gobernando ellos, no nosotros.
Pero el mundo ha cambiado y el lugar de los que nos precedieron no nos sirve a nosotros.
La posmodernidad, la habilidad multitarea, el capitalismo y su consumismo desenfrenado, el networking, la presencia en redes sociales, la movilidad social y la migración, el marketing y los mercados dominan el mundo. Lo local ha dejado paso a lo global, lo manual ha sucumbido ante lo mecánico, o lo robótico, o lo virtual. Y ya no hay vuelta atrás. Este mundo es otro diferente al que las generaciones anteriores conocieron en su juventud. Este es nuestro mundo, el que nos ha tocado vivir. Es producto de los mundos habidos anteriormente, pero sus nativos (digitales) son los que mejor lo comprenden.
Aún así no debemos olvidar que este mundo también salpica a las generaciones analógicas aun presentes, y a los que nos siguen de cerca, los nacidos en la era digital, esos niños y niñas hipersexualizados que cuando quieren llevar a cabo una tarea cogen un iPad. Esos que no parecen capaces de mantener la atención más de diez minutos en una misma cosa y que eligen sus asignaturas en el instituto bajo la excusa denominada “créditos de libre elección”. Ellos están empezando a adueñarse del mundo y pronto lo comprenderán mejor que nosotros. Porque la vida es cambiante y flexible. La vida es efímera. La vida sí sorprende, no así la muerte.
Una cosa no ha cambiado, ni cambió antes cuando otros transitaron de la dictadura a la democracia, ni cambiará en el futuro: La vida se nos sigue yendo. A todos. A los de antes y a los de ahora.
Y todavía Jesús sigue viniendo por esa misma razón.
Ahora viene para los posmodernos, los nativos digitales, las generaciones X, Z e Y, los hipsters y los que vendrán pronto a un mundo diferente al de hoy, al mundo de mañana. ¿Qué vamos a ofrecer a los que nos siguen? ¿Qué podemos ofrecerles? ¿Queremos ofrecerles algo?
Mi generación es una generación desengañada de casi todo. No creemos en la política tal como se practica, aunque no practicamos otra. No creemos en la autoridad y apenas la hemos ejercido. La cultura Disney y Hollywood han invadido terrenos impensables hasta alcanzar los cimientos mismos de la cultura. Ya no hay verdad para los que viven en sus treinta, solo eslóganes. Solo fragmentos de realidad que montan como puzzles mientras las grandes construcciones sociales del pasado parecen agonizar.
El desengaño sufrido ha sacudido la fe de toda nuestra generación, llena de exiliados, nómadas espirituales e hijos pródigos[1]. El cristianismo nominal en España ya no es propiedad exclusiva de la iglesia católica y la incompatibilidad entre la profesión de fe y una vida coherente con la fe profesada se ha difuminado hasta convertir nuestra profesión de fe en un formalismo irrelevante para el mundo.
Y las iglesias se han vaciado de treintañeros cuando la oportunidad para sembrar la única verdad abunda como nunca antes. Porque una cosa es afirmar que Jesús es la vida, el camino y la verdad. Otra es experimentarlo. Pero justamente nuestra generación se ha descreído de todo porque nadie corresponde con vida real. Anuncian pero defraudan, predican pero no muestran, moralizan pero no sirven.
Si es verdad que Jesús ha venido para dar (su) vida, nosotros no profesamos una fe simplemente. Si es verdad que Jesús nos ha dado su vida, entonces nosotros vivimos.
¿No debería ser esa vida trascendente, atractiva, poderosa y significativa? ¿Dónde están los hombres y las mujeres capaces de encarnar la vida de Jesús en esta generación?
¿Seremos nosotros? Esta generación, la generación de los treintañeros, debemos dar un paso al frente. No podemos seguir excusándonos o justificando nuestras carencias en la coyuntura histórica o la particularidad eclesial.
Porque mientras tanto, la iglesia a lo suyo. Apenas ha sufrido cambios. Apenas comprende los signos de los tiempos. Perdón, corrijo esto último. La iglesia suele comprender los tiempos en los que vive cuando la evidencia clama al cielo. Suele llegar como un paracetamol tardío, cuando la fiebre ya es alta.
De hecho, muchos están convencidos de que la iglesia no debe cambiar. Confunden el evangelio con la iglesia y la iglesia con la misión.
La iglesia. Los que la dirigían en los noventa a sus cuarenta y tantos siguen dirigiéndola hoy a sus sesenta y cuantos. La crisis sucesoria, la llaman. Los de antes esperan que los de ahora asuman su rol, un rol obsoleto para las necesidades y los retos de hoy. Esperan jóvenes con la madurez y la solidez de los años vividos pero eso sí, que hagan las cosas como deben hacerse. Traducido, como las han hecho ellos por años.
Los de ahora no asumimos nuestra responsabilidad. Inseguros cuando no acomodados, a menudo a la defensiva, esperando no sabemos qué, permanentemente insatisfechos, sin tomar riesgos personales (ni familiares, ni económicos, ni profesionales) queriendo un camino fácil y predecible.
El foco se desvía y la haz de luz ya no se dirige a donde debe, a saber, a Jesús. Porque la iglesia solo es iglesia cuando responde al proyecto de Jesús. La iglesia solo puede ser una manifestación de la vida de Jesús. Lo demás son empresas religiosas y añadidos superfluos.
Tal es nuestra capacidad de desvivir que hemos llegado a crear un Jesús religioso, un apaño a nuestra medida litúrgica y teológica. Un Jesús, porque le llamamos así pero lo cierto es que no es Jesús.
La identidad de Jesús no depende de nuestras explicaciones. Esto parece conducirnos hacia una crisis epistemológica sin solución. En realidad, lo que procuro comunicarte, lo que todos los autores estamos queriendo comunicar con este sencillo manifiesto es que Jesús fue, es y será el único camino, la única verdad y la única vida.
Es tiempo ya de una vez por todas de que desmaquillemos a Jesús de todos los potingues que le hemos echado encima para que el mundo pueda ver su verdadero rostro.
Lo demás puede desorientar y conducir hacia la falsedad y la muerte.
¿Radical? Sin duda. ¿Fanático?…
Dime una cosa, ¿te parece muy fanático el amor sin condiciones? Si alguien te amara tal y como eres, conociéndote en lo más íntimo… ¿Lo rechazarías por fanático? ¿Te parece fanático amar la vida al punto de hacer todo lo posible por no morir? Jamás he encontrado a alguien que considere fanáticos a unos padres dispuestos a dar incluso su propia vida por la de sus hijos.
Analizamos la realidad con varas de medir variables, culturales, cambiantes.
Seamos honestos y tiremos de lógica: Jesús es el camino, la verdad y la vida. Esta afirmación solo puede ser verdadera o falsa. No hay ninguna otra opcion. Si fuera parcialmente falsa, sería simplemente falsa en su conjunto.
Si la frase mencionada en el evangelio de Juan fuera verdad… Si Jesús fuera realmente quien dijo ser. Si los evangelios fueran documentos fiables y su mensaje fuera real ¿Qué más me da a mí si algunos piensan que es fanatismo? ¿Hasta cuándo sacrificaremos la vida de Jesús en nosotros por la opinión de otros?
Jesús quiere salvarte la vida. Porque la vida se te escapa, se te va. Jesús ha decidido morir tu muerte y regalarte su vida. La suya, no una versión educada de la tuya.
Porque la vida de Jesús no es como la tuya.
Su vida es luz. La vida de Jesús vive para dar vida. Jesús no vivió para sí mismo. Jamás habría venido al mundo para vivir para sí mismo. Él ya tenía la vida en su forma más pura, plena y gloriosa, desde la eternidad. La vida de Jesús no es corrección, educación, simpatía, ciudadanía… La vida de Jesús es subversiva, profética, contagiosa y poderosa.
Su encarnación es un símbolo más de la orientación del contenido de su vida. La vida de Jesús es darse, es crear vida, cuidar, amar, perdonar. La vida de Jesús es para todos menos para Jesús.
Y si es para todos, si de verdad es para todos, entonces también es para ti. Y la vida no tiene porque seguir escapándose entre los dedos. Puedes sujetarla. Puedes poseerla… o mejor dicho, la vida puede poseerte. La verdadera y única vida, la vida de Jesús puede resucitarte.
Si Jesús vive en ti, vive para darte su vida e, inevitablemente, su vida fluirá desde ti hacia otros para alimentarles con Jesús, el Pan de Vida. Él, pan, se partió como un símbolo de su vida y te ha entregado su Espíritu para que Él mismo fluya a través de ti.
Y llegado este punto, no es demasiado importante si viviste la dictadura o has crecido en democracia. No es fundamental si tu software es analógico o digital. La vida de Jesús es la respuesta a la más profunda e inquietante necesidad, a las más complejas preguntas del ser humano. ¿Qué es la vida y por qué vivimos? ¿Quién soy y que espera el mundo de mí? ¿Tengo valor? ¿Alguien me ama?
Jesús.
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