A Timoteo le previene que nadie tenga en poco su juventud. La España evangélica de hoy necesita jóvenes que den sentido activo a su generación.
En sus “Sermones sobre la muerte”, el místico francés Jacques B.C. Boussuet concibe la vida como una noria en la que dan vueltas incesantes las distintas generaciones.
Los niños nacen, crecen y en plena juventud dicen a los mayores: “Retiraos ya; el próximo turno es nuestro”. El relevo generacional es ley de vida. Pocos libros existen en el mundo que traten este tema con tanta proliferación y exquisitez como el Viejo Testamento. Pero en esta primera parte de la Biblia el relevo no significa ruptura histórica, sino aprendizaje, asimilación y continuación.
Cuando José muere en Egipto a la edad de 110 años pide a sus hermanos que no le entierren en tierra de faraones, que lleven su cuerpo a la tierra prometida por Jehová a Abraham, Isaac y a su padre Jacob. Desde Abraham hasta Josué, todas las generaciones hebreas vivían, pensaban y trabajaban con un propósito fijo: alcanzar la tierra prometida.
Estando David al borde dela muerte reúne a los principales de Israel y con amargura de corazón confiesa su frustración por no haber conseguido construir un templo a Jehová. Pero Dios no renunció al proyecto: “Salomón tu hijo, él edificará mi casa y mis atrios: porque a éste he escogido por hijo, y yo le seré a él por padre” (1ª Crónicas 28:6).
Las dos referencias bíblicas hablan del relevo generacional desde la óptica divina. En ambos casos, las nuevas generaciones conocían el cometido asignado a sus mayores y se propusieron continuarlo y perfeccionarlo. No hubo borrón y cuenta nueva. Hubo continuación del ciclo histórico, seguimiento adaptado a las exigencias de los tiempos.
El filósofo Julián Marías ha definido el sustantivo generación como “una articulación de la continuidad sin romperla, un orificio en la afluencia del tiempo”. La idea puede expresarse gráficamente por medio de la antorcha olímpica. Los Juegos Olímpicos suelen celebrarse cada cuatro años. En la ciudad griega llamada Olimpia se enciende la antorcha simbólica que es llevada por relevo hasta el lugar elegido para las celebraciones.
El apóstol Pablo se refiere al relevo generacional en la predicación del Evangelio cuando pide a Timoteo que prepare “hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. (2ª Timoteo 2:2).
Como los portadores de la antorcha olímpica, las generaciones no se detienen. Avanzan y se suceden con el tiempo. Hacen la Historia. Pasó la generación de evangélicos que vivió el agitado período de la primera Reforma. Pasaron los hombres que a precio de la propia vida iniciaron la segunda Reforma en España. Pasó la generación que vivió el breve período de libertad religiosa durante la República y padeció el calvario que siguió a la guerra civil. Están pasando los líderes de la generación que, sin recursos humanos, sin medios económicos, sin apenas ayuda del exterior, se enfrentó a la situación de intolerancia que sufrieron los evangélicos españoles después del triunfo del nacionalcatolicismo.
Entre aquellos hombres hubo quienes conocieron el hambre, la marginación, la cárcel. Pero llegaron a cambiar toda una legislación y provocaron y consiguieron una ley de libertad religiosa, la primera que ha tenido España en toda su Historia.
La generación espontánea surge en muy pocos casos excepcionales. Biológicamente, impera la ley de la generación filial, es decir, aquella en la que el padre engendra al hijo. Un ser vivo no puede originarse más que a partir de otro ser vivo de la misma especie. Esto nos lleva a la responsabilidad del hijo en tanto que miembro de una generación distinta a la del padre. El tema desemboca inevitablemente en la participación de la juventud.
El vigor, las fuerzas físicas, las ilusiones, la espontaneidad propias de la edad, todo ello deben ponerlo los jóvenes evangélicos al servicio de la fe que profesan en el país donde Dios los ha puesto. Existe el peligro de utilizar la juventud sólo para adornar los bancos de las iglesias o para exhibirla en los grupos juveniles.
Julián Marías, el filósofo ya citado, dice que hay jóvenes que convierten la juventud en una profesión. Es decir, se saben jóvenes y se sienten protagonistas de la edad en grupos heterogéneos. Son críticos y contestatarios, pasotas y anarquistas en su comportamiento. Y puesto que la juventud es una etapa transitoria, los jóvenes así instalados pierden grandes oportunidades y pasan por la vida sin haber hecho nada destacado.
En las epístolas pastorales de Pablo se plantean repetidamente los problemas y las posibilidades de la juventud, etapa de la vida que debe ser aprovechada al máximo.
A Timoteo le previene que nadie tenga en poco su juventud; pero que tampoco la exhiba como objeto de escaparate, sino que sea ejemplo en conducta y trabajo. La España evangélica de hoy necesita jóvenes que den sentido activo a su generación.
En su estupendo libro “El saco del ogro”, aquel genial escritor que fue Giovanni Papini dice: “Toda generación tiene un mensaje divino que llevar a la ciudad de los hombres, y todo joven es, en este sentido, un ángel, aunque sea rebelde o caído. Pero este mensaje se queda casi siempre en enigma y música, sin poder fecundar la concreción de la tierra. Y, sin embargo, el único secreto para que el alma no se muera y no corrompa el cuerpo con su corrupción- consiste en permanecer fieles a la propia juventud. Esta fidelidad se llama genio. Pero pocos hombres fueron verdaderamente jóvenes, y ésos, por brevísimo tiempo. El genio consiste en salvar una lengua de aquel fuego y hacer con ella una antorcha que nunca se apague”.
La Historia distingue un tipo de generación llamada generación decisiva. Es la generación que se caracteriza por su espíritu creador. Por este tipo de hombres y mujeres hemos de orar a Dios. Hombres y mujeres que, partiendo de lo que hay hecho, se empeñen en una profunda innovación del trabajo. Hombres y mujeres que sepan mirar el pasado histórico de los evangélicos españoles y aprovechen todo lo que sea útil con la intención de transmitirlo al futuro. Hombres y mujeres capaces de analizar los cambios habidos en la sociedad española y adoptar el liderazgo evangélico a las exigencias de los tiempos. Hombres y mujeres, en fin, con mente abierta, con visión amplia, con espíritu de sacrificio, con absoluta dependencia de Dios, con los ojos fijos en la montaña de la transfiguración para sentir la cercanía del Creador en la lejanía infinita, y con el corazón clavado a la tierra, donde el gemido del mundo se torna en desesperante llamada de socorro.
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