Amo a la iglesia. Es el centro de mi vida y lo ha sido desde la infancia. Mi padre era pastor de una iglesia cuando yo nací, y crecí en la iglesia. Es el lugar donde se me llevó al conocimiento de Dios, donde aprendí sobre la persona y obra de Cristo, y donde adquirí el conocimiento de la verdad salvadora y santificadora.
Es donde aprendí cómo orar, cómo cantar, cómo adorar, cómo amar y cómo servir. Y fue en la iglesia que experimenté la dirección del Espíritu de Dios conduciéndome a una vida de ministerio.
Conocí a mi esposa en la iglesia. Criamos a nuestros hijos en la iglesia, y ahora nuestros nietos también. Es el lugar donde he hecho amigos para toda la vida y compañeros en el ministerio.
La iglesia toca cada parte de mi vida, de hecho, se podría decir que es mi vida.
La gente a veces me pregunta por qué escribo tanto sobre cuestiones de la iglesia, por qué no puedo estar tranquilo y disfrutar de mi ministerio. La respuesta es, amo la iglesia tanto que no puedo mantenerme al margen y verla tener problemas. Quiero ayudar a ser todo lo que Dios quiere que sea, y eso significa que tengo que ser un pastor. Amo a la iglesia demasiado para hacer cualquier otra cosa.
Y, francamente, no puedo entender a la gente que no tiene un amor similar para la iglesia –que no están ansiosos por cada oportunidad para adorar junto con otros creyentes con los que comparten sus ideas. No puedo entender la gente que va a la iglesia los sábados por la noche para no “arruinar” los domingos. ¿Por qué están tan ansiosos por alejarse de la iglesia? ¿En qué otro lugar querrían estar?
Hubo un tiempo cuando venir a Cristo significaba venir a Su iglesia. En la época del Nuevo Testamento, la salvación traía a uno a la unión con el Cuerpo de Cristo, visible y reunido (Hechos 2:47). Ser cristiano significaba entrar en comunión con el pueblo de Dios.
Eso ha cambiado. El énfasis contemporáneo en el mundo evangélico es la relación personal del creyente con Cristo. La fe individual es el tema dominante, y rara vez hay alguna discusión sobre cómo los creyentes se supone que deben encajar en la iglesia.
¿Cuándo fue la última vez que leyó un tratado o escuchado una presentación del evangelio que terminara con una discusión de la relación del creyente con la iglesia? En el mejor de los casos se hará un breve énfasis sobre cómo involucrarse en la iglesia, sobre la membresía, y sobre cómo ser parte de la familia de Dios en la visible reunión familiar de santos en Cristo Jesús.
Y en el gran esfuerzo para llevar el mensaje de la salvación personal, la idea de iglesia se ha olvidado y se pasa por alto en detrimento de muchas almas. Muchas personas hoy en día tienden a ser consumidores eclesiásticos. Sólo están interesados en lo que pueden obtener de su iglesia, y saltan de congregación en congregación tanto como sus caprichos e intereses cambian. No tienen ningún compromiso concreto o lealtad a una asamblea específica de creyentes, de “los santos”.
De hecho, tienen poco o ningún apego a la iglesia y no se comprometen en absoluto a asistir de manera regular; y si atienden a lo que ocurre a su alrededor, atienden; y si no, no pasa nada.
Para personas así, su fe está completa y exclusivamente anclada en su relación personal con Cristo.
No hay un compromiso con el cuerpo de Cristo, ni ninguna clase de responsabilidad hacia el pueblo de Dios. Su cristianismo se desarrolla fuera de y aparte de la iglesia.
Y sin embargo esta idea de creyentes que viven de una forma independiente de la iglesia es totalmente ajena al Nuevo Testamento. El Espíritu Santo dirigió casi todas las epístolas a una iglesia local, y otros libros como 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón fueron dirigidos a los líderes principales de la iglesia.
Incluso el libro de Santiago, que fue escrito para los creyentes esparcidos por la persecución, asume que los destinatarios siguen congregándose y se ocupan en gran medida con los asuntos de la vida pero en el contexto de la iglesia.
En todo el Nuevo Testamento, la suposición es siempre la misma: que el pueblo de Dios fielmente se reúne en una asamblea local donde la Palabra de Dios está siendo sembrada. Ese encuentro no es sólo la iglesia universal e invisible en todo el mundo, sino la congregación local, visible, que es el corazón del cristianismo.
La Iglesia es la única institución que el Señor estableció y prometió bendecir. ¿Por qué alguien que dice amar al Señor querría distanciarse de Su pueblo?
La falta generalizada de compromiso con la iglesia aparece en muchos otros aspectos –la negación proliferada del bautismo y de la comunión, la explosión de ministerios paraeclesiales, y el abandono de los requisitos bíblicos para el liderazgo de la iglesia son sólo unos pocos ejemplos.
Me gustaría tratar cada una de estas cuestiones más adelante en una serie sobre la iglesia local.
Pero por ahora, vamos a centrarnos en este momento en nuestra responsabilidad con la iglesia y el papel que cada uno de nosotros está llamado a desempeñar en nuestras respectivas congregaciones locales. Y el inicio es el importante paso de someterse a su iglesia local en calidad de miembro integral de la misma, y es ahí donde vamos a continuar.
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