Pedro Tarquis estaba como médico de guardia el día del atentado del 11M en Madrid en uno de los hospitales que acogieron a muchas de las víctimas. Nos deja aquí sus recuerdos y reflexiones de aquel día.
Uno de los trenes, tras el atentado del 11M en Atocha / Efe
He visto que preguntan los medios, en cada aniversario del atentado del 11M en Madrid, si los ciudadanos nos acordamos de qué hacíamos o dónde estábamos aquel trágico día. Para mí es una pregunta obvia. Yo estaba de guardia como internista en el Hospital Clínico de Madrid dsde el día anterior, 10 de marzo, y debía permanecer hasta las 09.00 horas del día 11 en el hospital.
La mañana del 11 de marzo de 2004 aproximadamente a las 08.00 horas me sonó el busca personas. Tenía que dirigirme a Urgencias porque había ocurrido un atentado y podían llegar heridos. Pensé que era de nuevo ETA. Pero la realidad, como un tsunami, me fue pasando por encima.
Vi llegar un autobús rojo de línea lleno de heridos. Luego el goteo continuo de ambulancias, los gritos, las familias, la sala de Urgencias que se vació de “enfermos normales” para llenarse de víctimas del atentado. Batas blancas por todas partes (ningún compañero libró la guardia, muchos dejaron sus días libres para ofrecerse a ayudar).
En cuanto la locura entró en un caos organizado, me encargaron como portavoz del hospital (entonces era parte de mi trabajo como médico) ir confeccionando la lista de ingresados, sus diagnósticos y pronósticos. Cada hora se actualizaba y se pasaba tanto a la dirección del hospital como al centro de coordinación que se organizó en el Gobierno de la Comunidad de Madrid.
A la vez, historias humanas, padres o amigos que llegaban preguntando por sus conocidos, familiares en estado de shock que recorrían hospitales (los móviles dejaron de funcionar, por seguridad, las primeras horas en Madrid; además de los que se dañaron en las explosiones de las bombas… y los que sonaban sin que sus dueños pudieran contestar, algunos ya no podrían hacerlo nunca más).
Cuando miré el reloj, no podía creérmelo. Eran ya las 17.00 horas. Todo había pasado muy deprisa. Nos mirábamos y casi no podíamos comentar nada. No vi hasta el día siguiente las imágenes del atentado, y cuando lo hice comencé a llorar como un niño ¡Cuánto dolor, cuánto daño sin sentido, cuánto odio inhumano!
Aún seguí en el hospital hasta las 22.00 horas, sobre todo porque comenzó a ocurrir algo que nunca olvidaré. Llamadas, casi dos decenas de llamadas de amigos (y amigos de amigos), conocidos (y conocidos de conocidos), hermanos en la fe…
Todos ellos tenían una sola pregunta: “¿Está en la lista?” y me decían un nombre.
Yo tenía acceso directo a la lista de heridos del hospital, y también del centro de Coordinación de la Comunidad de Madrid. Quienes no encontraban a sus seres queridos, y que presunta o seguramente estaban en los trenes del atentado, necesitaban saber si estaban en la lista de las personas ingresadas, si habían sobrevivido al atentado.
No estar en la lista suponía, a esas alturas de la tarde o de la noche, que con casi total posibilidad estaban entre las víctimas.
No se pueden imaginar la enorme alegría que experimenté al poder decir en una de las ocasiones que sí, que aquel nombre figuraba en uno de los centros hospitalarios. Tampoco se pueden imaginar cuánto puede cortar el silencio, como un cuchillo, hasta que sangra un “No, no está, lo siento de veras, lo siento” las muchas veces que me ocurrió el tener que decirlo.
Hoy quiero terminar con una reflexión. Un día se leerá en el cielo una lista, escrita en un libro sellado, y sólo esos nombres sobrevivirán a una eternidad sin Dios, a un atentado diabólico que afectará a gran parte de la humanidad.
La buena noticia es que tú puedes rogar (y serás escuchado/a) para que tu nombre esté en esa lista. Se escribe con la sangre de Jesús, a los pies de la cruz que quedó vacía, porque Él venció con su resurrección el dolor, el daño sin sentido, y el odio inhumano que anida en mayor o menor medida en cada corazón humano.
¿Estarás tú en la lista? Me encantaría poder oír tu nombre, y lo digo porque sé que yo, por su Gracia, su misericordia, su amor y su perdón allí estaré ¡Sí, mi nombre está en el Libro de la Vida y ojalá que el tuyo también! Lo demás será entonces transitorio y secundario.
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