Las Celebraciones por el Día del Libro me han hecho pensar en el libro evangélico en castellano y elevar una oración de gratitud a Dios por todo lo que ha significado en mi vida y en la vida de millones de hispanohablantes.
Todavía recuerdo la profunda alegría que me causaba recibir algún libro de premio
en la Escuela Dominical de mi Iglesia Evangélica Peruana de Arequipa. Podía ser un libro de historias evangélicas de la colección “Doña Loida y sus nietitos” que escribía Don Juan C. Varetto, aquel incansable predicador y escritor que recorrió no sólo su Argentina natal sino toda la América como evangelista. O podía ser un libro traducido del inglés como
¿Diana o Cristo? una historia novelada que me dio la primera visión panorámica de la vida del Apóstol Pablo que recuerdo.
En el Perú de mi niñez y juventud los libros evangélicos, al igual que los libros en general, venían principalmente de Argentina y de México. En la tradición protestante la obra misionera siempre fue vinculada a la difusión de la palabra escrita. En el caso del Perú el misionero
Juan Ritchie fundó en 1912 la librería y editorial “El Inca”, que hasta hoy existe. Esta editorial publicó libros evangélicos y también de autores liberales no evangélicos como
Manuel González Prada, cuyo libro
Presbiterianas (1928), es una joya de anticlericalismo ilustrado.
Ya en la adolescencia y juventud disfruté de los libros en prosa y verso de los mexicanos
Gonzalo Báez-Camargo y Francisco Estrello que publicaba en México la Casa Unida de Publicaciones (CUP). Años más tarde tuve el privilegio de conocer a Báez-Camargo y hablar con él por horas de libros, uno de sus temas favoritos. Su libro
Las manos de Cristo es una colección de artículos que publicó en el diario Excélsior de Mexico y que no ha perdido nada de su vigor y belleza. Es un modelo de prosa que consiguió comunicar temas cristianos al gran público lector. A veces les leía fragmentos de este libro a mis colegas de las Facultades de Letras y Educación en la Universidad de San Marcos de Lima donde estudié de 1951 a 1956. Y generalmente manifestaban aprecio y hasta entusiasmo.
Aprendí mucho más de libros cuando fui a vivir en la ciudad de Córdoba, Argentina en 1960. Iba para colaborar con la revista
Certeza y Ediciones Certeza que se habían creado en 1959 para alcanzar a lectores universitarios. Al frente de ella estaba
Alejandro Clifford, profesor universitario y maestro del oficio de escritor y editor. Además de dirigir la revista evangélica
Pensamiento Cristiano Clifford escribía artículos de historia para los diarios cordobeses. De él aprendí casi todo lo que sé de literatura evangélica, y con él pulí mi estilo y empecé a publicar.
Aún recuerdo mi emoción cuando asistimos con él a un encuentro de escritores y editores en Buenos Aires, allá por 1961. Conocí entonces a personas cuyos libros había llegado a admirar como los argentinos
Alberto Franco Díaz y Arnoldo Canclini, y a otros cuyo recorrido literario acompañaría más tarde como el chileno
Dardo Brúchez. Fue interesante también conocer a
José González Massó, exilado español que dirigía la famosa editorial La Aurora de Buenos Aires, que junto con CUP de México fueron las editoriales más influyentes en las décadas de 1950 y 60. Ambas eran editoriales evangélicas con una línea ecuménica vinculada al Consejo Mundial de Iglesias.
Con una línea editorial más conservadora estaban también las editoriales denominacionales: Casa Bautista en El Paso, Texas que yo asocio con los nombres de
José Tomás Poe y Aldo Broda; y Casa Nazarena en Kansas que asocio con los nombres de
Honorato Reza y Sergio Franco. Aquí se ubicaría también Editorial Vida de las Asambleas de Dios, en Miami. Una línea de publicación que era fuerte en estas casas era el material de Escuela Dominical que por fidelidad denominacional alcanzaba gran difusión y que era casi siempre traducido del inglés. Junto a ellas Editorial Caribe de la Misión Latinoamericana se esforzaba también en publicar material útil para la tarea educativa en la iglesia local.
En la década de 1970 y hacia los 80, aparecieron otras casas editoriales y otros escritores empezaron a hacerse conocidos, como los pensadores de la Fraternidad Teológica Latinoamericana:
René Padilla, Pedro Arana, Juan Stam, Ismael Amaya, Emilio Antonio Núñez, Sidney Rooy, Oscar Pereyra. Fue la generación junto a la cual trabajé, y en la cual tenemos una gratitud especial hacia
José Grau quien publicó en 1972 nuestro primer libro en Ediciones Evangélicas Europeas de Barcelona. Por otra parte en el ámbito ecuménico destacaron autores como
Mortimer Arias, Emilio Castro, José Míguez Bonino, Cecilio Arrastía y Justo L. González. Casi todos estos autores vieron libros suyos traducidos al inglés alcanzando así una mucho mayor difusión.
Desde entonces hasta hoy han aparecido nuevas generaciones y nuevas casas editoriales con las cuales tengo mucho menos familiaridad.
Eso sí, ser escritor y publicar libros en el ámbito evangélico continúa siendo una tarea que requiere un esfuerzo especial porque se agrega a la función pastoral, profesional o docente. Para muchos de nosotros todavía hay que escribir “entre gallos y medianoche”.
Por eso en España admiro a personas como
Ernesto Trenchard, José Grau y José María Martínez que unieron al talento literario la disciplina para investigar, sistematizar y luego divulgar el resultado de su trabajo bíblico y teológico. ¿Y qué decir del activo
Juan Antonio Monroy, o del querido escritor –igual de activo, aunque más alineado con el fotoperiodismo-
Manuel López?
Y en el presente más inmediato doy gracias a Dios por la vocación de historiadores como
Gabino Fernández y Mario Escobar, por la imaginación poética y literaria de
Pedro Gelabert, por la creatividad exegética de
Stuart Park, por la capacidad docente y hermenéutica de
Pablo Wickham y Félix González Moreno, por la combinación de agudeza teológica y sensibilidad pastoral de
Emmanuel Buch y Eduardo Delás. Y no puede faltar en mi limitada lista el poeta
Alfredo Pérez Alencart.
Los libros de todos estos hermanos están a la mano en mi escritorio y en este Día del Libro 2014, me regocijo con ellos.
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