Mientras que el ateísmo afirma que la causa es el efecto y el efecto la causa, el cristianismo afirma que la materia es el efecto de una causa, que es Dios. Ese Dios invisible es auto-existente, creador de materia y vida.
La huida de bancos y empresas de Cataluña en los últimos meses, a causa de la desconfianza provocada por la situación generada, me enseña una lección que nada tiene que ver con la política pero sí con el ateísmo y con el cristianismo.
Como es sabido, la premisa de la que parte el ateísmo es que nada existe fuera de lo material, lo cual hace necesario que la materia sea eterna, ya que en el momento que se razone que no lo es, surge la cuestión sobre su origen y, por tanto, sobre su autor, que es lo que el ateísmo no está dispuesto a conceder.
La definición de la eternidad de la materia supone que lo existente es auto-existente. Sin embargo, la realidad de que la muerte es un hecho que está expandido por todo el universo, no sólo en el género humano, pues hasta las estrellas mueren, refuta el axioma ateo de la auto-existencia de la materia, pues si lo fuera los elementos que la componen no morirían, ya que de la cualidad de auto-existencia de la materia en general serían partícipes las cualidades de la materia en particular. Como una de esas cualidades particulares, según la creencia atea, es la vida, lo razonable sería deducir que la vida, en cualquiera de sus formas, también participa de esa auto-existencia. Pero el hecho de la muerte universal niega la veracidad de esa afirmación.
Por el contrario, la enseñanza cristiana es que la materia no es auto-existente sino que debe su existencia a un autor que sí lo es.
Aquí hay una lógica, que es la lógica de la causa y el efecto. Mientras que el ateísmo afirma que la causa es el efecto y el efecto la causa, el cristianismo afirma que la materia es el efecto de una causa, que es Dios. Ese Dios es auto-existente, creador de materia y vida. Eso significa que la materia no es eterna, sino que tiene un principio y un fin, siendo la vida una cualidad condicionada a la obediencia moral del primer ser humano, que al fracasar hizo que surgiera la muerte, no sólo en él y en su descendencia, sino en toda la creación.
La gran verdad de que causa y efecto son dos realidades distintas está expuesta de manera explícita en el siguiente texto bíblico: ‘Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.’ (Hebreos 11:3).
Otra traducción, que es más literal, de la segunda parte de este pasaje, dice así: ‘…de modo que lo que se ve no fue hecho de cosas visibles.’ En otras palabras, que lo visible procedió de lo invisible. Que lo visible necesitó de lo invisible para existir. O para ponerlo en términos gráficos, que lo visible se sostiene o fundamenta en lo invisible.
En ese texto bíblico se afirma que esta verdad se conoce por la fe; luego la fe nos proporciona conocimiento.
¿Es ése un conocimiento sólido, o simplemente una fabulación supersticiosa para ingenuos? Decir que las cosas tienen un origen, es decir algo muy razonable. Si la ley de causa y efecto la comprobamos todos los días en cuestiones menores, ¿por qué no va a ser posible trasladarla a cuestiones mayores?
Si al dar al interruptor, se enciende la luz, si al hacer contacto la llave del coche, el motor arranca, si al impulsar la bola de billar, choca con las otras, ¿es ilógico pensar que el universo no procedió de sí mismo sino de Dios?
¿Por qué va a ser lógico aplicar la ley de causa y efecto a cuestiones menores y va a ser ilógico aplicarlo a cuestiones mayores? Lo que enseña la fe es perfectamente razonable. Lo irrazonable es lo que enseña el ateísmo, de que el efecto es la causa. La cotidianeidad nos enseña que causa y efecto son entidades diferentes, no la misma.
Así pues, el conocimiento que transmite la fe está bien basado y quienes lo reciben no son bobos crédulos que están aceptando una patraña, sino personas con los pies en el suelo de la racionalidad, un suelo que le falta al ateísmo, por más que se jacte del mismo.
Pero además de afirmar que el universo tiene una causa, ese texto bíblico va más allá, al decir que aunque el efecto es visible, la causa que lo produce es invisible.
Esa causa invisible es doble, al haber una causa primaria y una causa instrumental. La causa primaria, que es Dios, usa una causa instrumental, que es su palabra. Es por su palabra como Dios hizo el universo. Pero tanto Dios como su palabra son realidades invisibles; luego las estrellas, los mares, los planetas, el ser humano y todo lo que vemos, fue hecho de lo que no se veía. ¿Tiene eso lógica? ¿Es sostenible racionalmente esa enseñanza?
La vida misma nos enseña que efectivamente lo visible necesita de lo invisible y Cataluña es un ejemplo de ello. Sin confianza (lo invisible) no hay dinero (lo visible).
Así que, tal vez muy a su pesar, los más pragmáticos de todos, los que creen solamente en lo visible, han corroborado, sin saberlo, la verdad de lo que el cristianismo enseña. Que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.
Un golpe fatal para el materialismo y el ateísmo, partiendo de su propio terreno, de lo visible.
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