No más golpes. No más insultos. No más gritos, ni vejaciones.
Se despereza. Combate el sueño con parsimonia, arrastrando las sabanas poco a poco hasta dejar que el aire fresco acaricie su cuerpo.
Se siente mujer. Quiere demostrar su valía y para ello ha de ser valiente.
Él le ha dicho una y mil veces que es suya, pero ella sabe que jamás le ha pertenecido, no puede pertenecer a alguien que no la quiere, que la golpea hasta dejarla inconsciente para luego repetirle que ella tiene la culpa.
Quiere ser libre, acariciar esa libertad que nunca ha experimentado y que tanto anhela.
Libre como lo son esas otras mujeres amadas, queridas, mimadas, atendidas, valoradas.
Abandona la casa, lleva pensándolo tanto tiempo que parce haberlo hecho antes, que esos pasos que va dando son la sombra de otros que ya dio, sin embargo, es la primera ver que engalanada de valor atiende a la voz de su cabeza y deja a un lado las suplicas de un roto corazón que aún suspira por una caricia, un halago un…
Abandona lo que nunca ha sido un hogar y sí un campo de batalla.
Abandona la soledad compartida, el desarraigo de lo humano, la guarida del animal.
Quiere dejar atrás las palabras soeces que siempre le han restado vida y han sido la suma de mucha amargura.
Se escapa oculta entre la maleza de coches y ruidos, de bulliciosas voces y oídos sordos ante el dolor.
No quiere seguir siendo presa de un hombre que no es hombre. Un ser que la destruye poco a poco.
Huye con demasiadas cosas en contra, con miradas acusatorias que desconocen que el hombre que porta tan cálida sonrisa la hace llorar todas las noches, la agrede, la humilla, la corona de dolor y luego se sumerge en un mundo falso aportando una apariencia de corderito manso.
El viento arremolina sus cabellos y estos golpetean contra su cara, tras ellos se ocultan las lágrimas de una mujer que quiere olvidar y crecer.
Sabe que no está sola, que hay alguien que siempre la espera. Dios, al que tantas veces ha dado la espalda y al que ahora recurre a sabiendas de su desconsolado panorama.
Sabe que Él le ayudará a ensanchar su territorio, a valerse por sí misma, a sanar las heridas, ha encontrar luz entre tanta oscuridad.
Huye con el tañer de un corazón que no quiere ser de nuevo dañado.
A cada paso que da repite para sí:
No más golpes.
No más insultos.
No más gritos, ni vejaciones.
No más infidelidades.
Soy mujer y me gusta amar.
Soy mujer y me gusta que me amen como merezco ser amada.
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