A veces noto cómo me inclino hacia una u otra situación sin pararme a pensar en la que se sufre justo al lado de esta.
Ante las catástrofes nos sentimos compungidos y elevamos al cielo nuestras plegarias. Las noticias nos hacen ver la fuerza de las tragedias a través de las imágenes. Nos repiten las mismas una y otra vez de tal modo que se nos graban en el cerebro. A veces noto cómo me inclino hacia una u otra situación sin pararme a pensar en la que se sufre justo al lado de esta. Me doy cuenta de que al orar tengo predilecciones. Hay casos que solicitan mi interés, hacia ellos dirijo mi preocupación y deposito el corazón, mi encogido y diminuto corazón. Quizá en unos niños que han perdido a sus padres, unos padres que se han perdido a sí mismos, hermanos que no encuentran a sus hermanos o abuelos que se han quedado solos, desaparecidos, casas derrumbadas por completo, comercios devastados por la calamidad y el saqueo.
Sin embargo, yo me quedo con una porción ínfima que es la que ha llamado mi atención, la que me suena dentro como el tintineo de una insistente campanilla y esa es la que pongo delante de Dios. Soy tan pobre de espíritu que aunque el sufrimiento es grande, lo minimizo. El comercio devastado no me turba porque mentalmente imagino que sus dueños están bien y que la pérdida de su negocio no es tan significativo. Pienso que los ancianos tienen su vida hecha y poseen experiencia suficiente como para salir adelante con su pena. Ciertamente me fijo en un niño, por ejemplo, y ese es el que no se me quita de la cabeza. Ese chico nubla el resto del mal que lo rodea y hace que no me detenga en apreciarlo en plenitud. Soy partidista del dolor, atraída sólo hacia unas pocas porciones sin importarme el resto, porque, queriendo o sin querer, pienso que el Señor no tiene consuelo para todos y debo seleccionar mi petición. Es posible que esta selección me lleve a centrarme en clamar por aquellos que confiesan al mismo Señor que yo y los demás no me atañen. ¡Cuánta mezquindad alojo en mi interior!
Sería honroso detenerme, pensar en el padecimiento en su conjunto además de en una parte, de este modo daría a entender que he comprendido algo mejor del evangelio que proclamo. Me es necesario identificar la magnitud de la tragedia para clamar con justicia, para poder estar un poco más a la altura de las circunstancias y de la grandeza del amor del Señor, de su corazón abierto ante sus criaturas, en todas sus circunstancias.
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