El día en que murió JFK, no sólo murieron los sueños de la generación de los sesenta, sino que descubrimos lo irreparable de la vida. Eso lo sabe bien Stephen King, que en su novela “22/11/63” observa que “el pasado es obstinado”. Esa soleada mañana en Dallas, hace medio siglo, parece que todo se arruinó sin remedio.
Ahora que hay tantos libros de Historia alternativa, el “maestro del horror” –cada vez menos terrorífico y más sentimental, a medida que se va haciendo mayor y aumenta la nostalgia–, se resiste a preguntarse “qué hubiera ocurrido si…”, para enfrentarnos a la realidad de un tiempo perdido.
Número uno de ventas en Estados Unidos,
la novela fue elegida como uno de los cinco mejores libros de 2011 por el prestigioso suplemento literario del New York Times. Es una obra que recupera a King para una crítica que ha visto siempre con sospecha su éxito. Ahora, comentaristas culturales de la talla del argentino Rodrigo Fresán, hablan de “El resplandor” (1977) como “la gran novela americana”.
King ha sabido siempre conectar con el miedo y la culpa que hay debajo de nuestra existencia cotidiana. Camino ya de los setenta años, siente el peso de la vejez. “22/11/63” es un libro sobre la memoria, el amor, la pérdida, la libertad y la necesidad. Nos hace grandes preguntas: ¿qué diferencia produce nuestra vida?, ¿se puede cambiar el pasado?, ¿logrará el amor vencer todas las dificultades?
VIAJE EN EL TIEMPO
El protagonista de este libro, Jake Epping, es un profesor de literatura de treinta y cinco años, en un pequeño instituto de Maine. Cansado de su trabajo, recién divorciado y sin hijos, no hay nada que le mantenga en este mundo. Hastiado de la vida, se encuentra con esta “madriguera del conejo de Alicia”, que como armario de Narnia le traslada a ese mismo lugar en 1958, con sólo bajar a la despensa de la cafetería, donde venden hamburguesas al precio de hace medio siglo.
No es una máquina del tiempo al estilo de H. G. Wells, sino una especie de portal intertemporal, que sin saber cómo, te lleva siempre al mismo día y a la misma hora. Sea cuánto sea la duración de la estancia, si uno regresa, no habrán pasado más de dos minutos de su vida actual. Y cada nueva visita, se vuelve a la situación inicial. Eso sí, uno lleva la edad y salud que tiene. Por eso el dueño de la cafetería, Al Templeton, anciano y enfermo de cáncer, no puede hacer gran cosa con ello, pero Epping sí: “si alguna vez quisiste cambiar el mundo, esta es tu oportunidad”.
Si uno volviera al pasado, ¿podría salvar a Kennedy, a su hermano, o a Luther King?, ¿evitar los choques raciales?, ¿poner fin a la guerra de Vietnam?, ¿salvar la vida de millones? Son posibles los cambios, pero siempre que no se regrese más. En el momento que se vuelve, uno se desplaza a la situación del principio, como un ordenador que se reinicia. El protagonista se encuentra así con la América de Eisenhower, donde todo huele a humo de tabaco, las antiguas fábricas funcionan, las tiendas venden fruta más sabrosa y en el cine se estrena “Vértigo” de Hitchcock, mientras Kennedy es todavía senador.
EL FIN DEL SUEÑO
El 22 de noviembre de 1963 no es para la mayoría el día que murió C. S. Lewis o Aldous Huxley, sino
el fin del “sueño americano” –Camelot, se llamó a la Casa Blanca en la época de JFK, por la corte del rey Arturo y el musical estrenado en Broadway el mismo año en que llegó a la presidencia, que a él tanto le gustaba–.
Medio siglo después, siguen proliferando las teorías conspiratorias –desde Johnson, la CIA, la mafia, o Castro–, que alimentan la mentalidad paranoide de una nación que ya no confía en sus gobernantes.
Cuarenta mil libros se han escrito ya sobre Kennedy, pero
lo que a King le interesa es algo mucho más personal: ¿tiene nuestra vida remedio, después de todo? Si en “La zona muerta” (1979), un maestro de escuela, por un accidente, puede ver el futuro de las personas a las que toca, “22/11/63” entiende que la clave de nuestra vida está en el pasado. Como dice Ismael Marinero, en esta novela “el pasado se convierte en un ser sensible que tiende a armonizar consigo mismo”.
“Cuando Jake comienza a moverse a través de la Tierra de Antaño, como él la llama, comenzamos a ver conexiones entre los personajes, de otra manera no relacionados entre sí” –observa Marinero–. Es como que “todo debe encajar para que nada cambie”. El protagonista se da cuenta de que “el pasado es obstinado” y se resiste una y otra vez a ser modificado. El universo se muestra implacable. Las cosas parecen ocurrir sin razón aparente. El personaje se enfrenta a situaciones que están más allá de su control.
EL AMOR QUE SALVA AL MUNDO
Si en la obra anterior de King lo sobrenatural nos presenta un horror inexplicable que irrumpe en la realidad cotidiana, en esta novela, “lo cotidiano contiene el horror como algo real y familiar –dice el New York Times–, indiferente a las vidas humanas e inescapable: es el tiempo”. Frente a él, el autor es “profundamente romántico sobre la posibilidad real del amor, pero pesimista sobre todo lo demás”.
El
“22/11/63” nos desvela un mundo oscuro, pero confía en el poder redentor del amor. Hay una sólida y emocionante historia de amor en el corazón de este libro, que es el encuentro de Epping con una bibliotecaria, Sadie. Recuerda el romance del protagonista de “La zona muerta” con su colega. Es como si King nos dijera que sólo el amor puede hacernos recuperar el tiempo perdido y darnos el porvenir.
De principio a final,
la Revelación nos muestra una Historia de Amor, por la que Dios se propone salvar al mundo por Jesucristo. Un amor sacrificado que se enfrenta al egocentrismo del corazón humano. Cuando la Biblia nos habla de amor, se mide no por cuánto quieres recibir, sino por cuánto estás dispuesto a dar. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su único Hijo” (Juan 3:16).
Dios es amor (1 Juan 4:8), porque la vida que hay en Él se basa desde la eternidad en la relación de amor de un Dios en tres personas. Al ser hechos a imagen de Dios, no podemos encontrar en el dinero, la comodidad y el placer de este mundo una vida que realmente nos satisfaga. Es el poder redentor del amor, el único que puede sanar todas nuestras heridas. Es el amor que nos salva, el que nos da vida eterna.
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