Intentar ser perfectos y no cometer errores es un error en sí.
Doña exigencia madrugaba y antes de emprender las tareas cotidianas se tomaba un café; exquisitamente preparado por ella misma, mientras visualizaba como iban a desarrollarse todas y cada una de las actividades del día presente.
Le gustaba tenerlo todo bajo control, escrupulosamente contrastado, no dejando margen a error alguno, sin saber, que eso en sí mismo es un error.
Comprobaba cada una de sus acciones, verificaba antes de marcharse que todo en casa estuviese perfectamente cerrado, apagado, ejecutado. Tras su inspección diaria abandonaba el hogar y para no perder ni un segundo de su bien tejido tiempo salía a la calle con paso firme y ligero.
Aquella mañana desafortunadamente algo no iba a salir bien. Lo intuyó en el preciso instante en el que intentó cruzar la calle y el semáforo se apagó. Los viandantes se atrevieron a cruzar entre los insultos que vociferaban los conductores con prisas. Ella, incapaz de saber que hacer siguió calle abajo hasta encontrar un lugar apropiado para cruzar.
Doña exigencia comenzó a temer que al no haber previsto aquel incidente podría llegar tarde al trabajo.
Así que con premura aligeró aún más sus pasos para poder ganar tiempo al tiempo.
Era tal su veloz caminar que no se dio cuenta de que había comenzando a llover.
Una gota dio paso a otra y en cuestión de segundos un fuerte chaparrón regaba la ciudad.
Pero: ¿cómo puede ser que llueva, si los pronósticos climatológicos daban sol para hoy?
Doña exigencia corrió a refugiarse bajo el toldo de una panadería. Sus inmaculados zapatos estaban mojados, goteaba agua del alisado cabello, su chaqueta y falda lucían un aspecto empapado. Algo no estaba saliendo bien y ella comenzó a angustiarse.
En cuanto cesó la lluvia volvió a ponerse en camino, más aprisa, casi corriendo para poder llegar a tiempo a su trabajo.
Por fin se hallaba dentro del gran edificio cuando comprobó que todas las luces estaban apagadas. Preguntó al guardia de seguridad que pasaba y este le contestó que había un apagón general.
Sin pensarlo mucho subió andando los veinte tramos de escalera que la llevaban hasta la planta décima del edificio de oficinas donde trabajaba. Llegó exhausta, con el corazón a punto de estallar. Allí, todos sus compañeros, en corro, charlaban sobre el infortunio matinal bromeando de las situaciones que aquel incidente había provocado, situaciones graciosas como el aspecto de aquella circunspecta compañera que acababa de llegar.
Doña exigencia ocupó su lugar de trabajo y con rictus serio comenzó a ordenar su escrupulosa y bien ordenada mesa mientras pensaba en que aquello nunca le volvería a suceder.
Convencida de que todo lo ocurrido era evitable tomó la resolución de levantarse media hora antes y así prever cualquier incidencia.
A la mañana siguiente Doña exigencia se levantó media hora antes y a la semana siguiente tras un incidente sin importancia decidió levantarse una hora antes.
Al cabo de un tiempo Doña exigencia casi no dormía pensando en que algo nuevo e imprevisible podría arruinarle la rutina del día siguiente pudiéndole ocasionar un desarreglo en su previsible y monótona existencia.
La pobre acabó enfermando, sin ser consciente de que existen cosas que escapan a nuestro control. Y aun así se sentía francamente mal por no haber previsto su enfermedad.
Intentar ser perfectos y no cometer errores es un error en sí.
Qué sensato es levantarnos cuando nos caemos y seguir nuestro sendero comprendiendo que toda caída conlleva una enseñanza si estamos dispuestos a aprender de ella.
Los errores nos permiten crecer, madurar, aprender. No debemos justificar el error que cometemos, pero hemos de saber que mediante su corrección podemos aprender la lección correcta para no volver a equivocarnos.
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