La educación sentimental de muchos de nosotros pasa por las lecturas de verano de la serie de los libros de Enid Blyton.
¿Quién no ha querido descubrir cuevas con tesoros, descifrar mensajes ocultos y encontrar misterios tras las cortinas cerradas de la amable vecina de enfrente? La educación sentimental de muchos de nosotros pasa por las lecturas de verano de la serie de los libros de Enid Blyton. Basta darse un garbeo por una librería para ver como sus títulos conviven todavía con Harry Potter y “Los juegos del hambre”.
Guillem Medina nos cuenta cómo “Siempre quiso ser uno Los Cinco” (Diábolo Ediciones, Madrid, 2017) mientras Antonio Orejudo arroja una mirada nostálgica en “Los Cinco y yo” (Tusquets, Barcelona, 2017) a un pasado que ajusta cuentas con la esperanza perdida. Si el primero nos lleva a los inicios de la llamada “novela juvenil”, para reencontrar nuestra infancia con Los Hollister o “Los tres investigadores”, el segundo hace un retrato en clave autobiográfica de la última generación del franquismo, a la que muchos pertenecemos por el tardío “baby boom” español de los años 60.
Pasamos de reinos mágicos, piratas e intrépidos exploradores a los héroes cotidianos de los 70, chicos de nuestra misma edad que montaban pandillas en esos veranos interminables. No es extraño por eso que Orejudo establezca un paralelismo entre los personajes de la ficción y sus amigos reales de infancia. De paso recorre los continuos cambios del sistema educativo, la relajación de las reglas familiares, el “progresismo” de los 80 y los nuevos hábitos que nos hicieron descubrir la droga, el rock y la moda juvenil.
UNA VIDA NO APTA PARA MENORES
La historia de la mujer que lleva el nombre de Enid Blyton (1897-1968) no es nada edificante, para aquellos que idealizan los “valores familiares” de una infancia que no existió tal y como ahora la recordamos. Poco después de cumplir los 13 años, el padre abandonó la casa familiar en Londres, para irse a vivir con otra mujer, tras un largo matrimonio lleno de desavenencias. El suyo no fue mucho mejor...
Enid se casó con un editor divorciado en 1924, que tenía ya dos hijos, para volverse a casar con un cirujano en 1942. Es el año que nacen Los Cinco, aunque en España no se empiezan a publicar hasta 1965 –aquí todo llegaba tarde, ya se sabe–. Escribió uno al año, 21 en total – nada comparable con sus 753 títulos, ¡16 al año, nada menos! –. Sus simpáticas historias nos han dejado un poso entrañable, que relacionamos con la amistad, el amor a la naturaleza y las excursiones llenas de misterios… ¿quién podía imaginar que la autora tuviera un lado complejo y oscuro?
Dada a la bebida, como madre dejaba mucho que desear. Arrogante e insegura, podía ser bastante desagradable. Fue bastante infeliz. Tuvo relaciones fuera del matrimonio, hasta con la niñera de sus hijas. Aunque esto último lo sugiere una biógrafa que se casó con su primer marido. Así que no es extraño que deje caer en su libro vagas insinuaciones, como su supuesta simpatía por Hitler y sus ideas racistas, sólo porque no dijo nada en una cena que se habló de ello, a finales de los años 30. Hay visitantes que la recuerdan jugando al tenis desnuda, ¡aunque no dicen cómo iba su rival!
NOSTALGIA POR LA INFANCIA PERDIDA
Lo está claro es que Blyton escribía para niños, pero no soportaba a los de los vecinos. Aunque eso no es tan raro, ¿verdad? Cuando a mi madre, que era maestra, la preguntaban si le gustaban los niños, recuerdo que a veces con sinceridad contestaba que los que le gustaban eran los suyos, o sea yo, que era hijo único...
El amor a la infancia, como todas las generalidades, es una abstracción. Es lo que produce la nostalgia, la idealización de un tiempo que no fue tal y como lo recordamos. La memoria es caprichosa. Recuerda lo que quiere. Lo otro, preferimos olvidarlo. Nuestra infancia perdida – ¡no nos engañemos! –, es una reconstrucción.
Ya cuando éramos niños, nos resultaban algo extraños esos “cottages” donde desayunaban riñones o ciruelas guisadas, pero todo sabía a jengibre. Había un aire vetusto en esos caserones de estilo eduardiano, por donde andaban esos niños salidos de un internado, apenas controlados por tíos lunáticos o tutores extravagantes, rodeados de mascotas. No se parecía nada a nuestras vacaciones en el pueblo o en la playa, pero reconocíamos el deseo de andar libres, como ellos, aunque sólo pudiera ser en verano.
Los Cinco eran cuatro humanos y un perro. Tres eran hermanos, la otra una prima que quería ser un chico – ¡tampoco era todo tan normal! –. Julián tenía 12 años y un carácter autosuficiente, que resultaba algo molesto. Dick de 11, era algo más divertido. Anne con 10, era la que metía siempre la pata, por hablar más de la cuenta, debido a su carácter asustadizo. Y la más interesante era sin duda Georgina –me encanta ese nombre, ¡aunque prefería que la llamaran George!, como si fuera un chico–, la prima de pelo corto y modales “marimacho” –lo que ahora se llama “tomboy”, que es lo mismo en inglés, pero suena más elegante–.
UN TIEMPO MEJOR
“El recuerdo es hambre” escribió Hemingway. Todos suspiramos por un tiempo mejor, que no es tal y como nos acordamos, sino que muestra un deseo por una vida mejor. Ese anhelo apunta a la verdad de la fe, decía C. S. Lewis. Lo identificaba con el Cielo, que relacionaba con el cambio de estaciones, los recuerdos de infancia y la sensación de encontrarte en casa.
El hogar es algo ausente en las historias de Los Cinco. Nunca están en casa. Viven en un internado y no se dice nada de sus padres. Es ese desarraigo el que les impulsa a la aventura. Como los héroes de la antigüedad están en un viaje a lo desconocido. Su travesía no es una huida del mundo, como en la literatura fantástica, ni una fuga al pasado, como recordamos ahora esas vacaciones, sino la búsqueda de la emoción y pasión por vivir.
A medida que nos vamos haciendo mayores, nos vemos enfermos de nostalgia. Aunque sabemos que es una ilusión, intentamos evadirnos de una realidad que nos resulta gris, molesta o dolorosa. Insatisfechos con la vida que tenemos, nos preguntamos que hubiera sido si nuestras circunstancias fueran diferentes.
LA AVENTURA DE LA FE
“Nunca digas cuál es la causa de que los tiempos pasados fueran mejores que éstos –dice el Predicador de Eclesiastés–. Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría” (7:10).
Aceptar una realidad insatisfactoria nos libera para vivir nuestras actuales circunstancias. Y nos da una mayor razón para esperar. El final feliz es siempre en ese sentido escatológico. Cuando miramos al pasado, anhelando la felicidad, olvidamos que es mirando al futuro, que todo deseo será satisfecho.
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