Saramago habla de su infancia con la templanza de quien recuerda los años pasados con añoranza, pero aun así, sabe disfrutar del presente.
Leyendo las Pequeñas Memorias del ausente de José Saramago me dejo envolver por una lectura sencilla y placentera, llena de episodios coloreados de enorme humildad que desprenden un grato aroma de candidez.
En estas pequeñas memorias el autor se desnuda haciendo participe al lector de paisajes y escenas lejanas en el tiempo pero que transcurren con claridad en la mente del escritor. Habla de su infancia con la templanza de quien recuerda los años pasados con añoranza, pero que aun así, sabe disfrutar del presente tratando de no olvidar que el niño que fue aún sigue existiendo dentro de él.
En una de sus descripciones habla de aquellos niños de entonces en comparación con los de ahora, el texto dice así:
En una época como esta nuestra, en que, a los cinco o seis años, cualquier niño del mundo civilizado, incluso sedentario o indolente, ya ha viajado a Marte para pulverizar a cuantos hombrecitos verdes le salieran al paso, ya ha diezmado al terrible ejército de dragones mecánicos que guardaba el oro de Fuerte Knox, ya ha hecho saltar en pedazos al rey de los tiranosaurios, ya ha bajado sin escafandra ni batiscafo a las fosas submarinas más profundas, ya ha salvado a la humanidad del aerolito monstruoso que iba a destruir la tierra. Al lado de tan superiores hazañas, el muchachito de Azinhaga (pueblo donde nació Saramago) sólo podría presentar su ascensión a la punta extrema del fresno de veinte metros, o si quieren, modestamente, aunque con mayor provecho para el paladar, sus subidas a la higuera del huerto por la mañana temprano, para alcanzar los frutos todavía húmedos por el rocío nocturno y sorber, como un pájaro goloso, la gota de miel que de ellos brotaba. Poca cosa, es verdad, pero me parece más que probable que el heroico vencedor del tiranosaurio ni siquiera sería capaz de atrapar una lagartija con la mano.
Tras un retrato como este, una siente la necesidad de contrastar las vetustas maneras de disfrutar de los niños de ayer con las sofisticadas formas de los de hoy. Incomparables, diferentes. Tan sólo deseo dejaros el texto como episodio para la reflexión, de seguro aquellos que veis la infancia con cierta nostalgia comprobaréis la profundidad de las palabras de Saramago, sin olvidar, que todos, por muy castigados que estemos por el tiempo, hemos de alimentar los sueños de ese niño que llevamos dentro.
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