Actualmente el mundo de las telecomunicaciones en España se va pareciendo cada vez más a un agitado mar en el que tiburones y otras especies depredadoras se mueven a sus anchas.
No tendrás en tu bolsa pesas diferentes, una grande y una pequeña. No tendrás en tu casa medidas diferentes, una grande y una pequeña. Tendrás peso completo y justo; tendrás medida completa y justa, para que se prolonguen tus días en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da. Porque todo el que hace estas cosas, todo el que comete injusticia, es abominación para el SEÑOR tu Dios.’ (Deuteronomio 25:13-16) La Biblia de las Américas
La historia de la deshonestidad hacia las propiedades ajenas tiene una larga trayectoria que ya los antiguos pueblos paganos de Grecia y Roma cristalizaron en sus mitologías con la creación del personaje de Caco, el ladrón por antonomasia que robó a Hércules cuatro parejas de bueyes y las escondió en su cueva siendo delatado el escondite por el mugido de uno de los bueyes, lo que aprovechó Hércules para matar al ladrón y recobrar sus propiedades. En ambas mitologías tanto el carácter como el fin de Caco son malos (de hecho en griego kakos significa malo) cosa que Dante vuelve a poner de manifiesto al consignarlo al Infierno en su Divina Comedia (canto XXV), poniéndolo así como paradigma del destino que aguarda a todos los ladrones. Sin embargo, y al lado de esta caracterización negativa del personaje amigo de lo ajeno, coexisten otras de distinto signo en diferentes culturas por las que hay ladrones que han conseguido la aureola de popularidad llegando hasta la categoría de leyenda, reservada solamente para los que luchan por causas nobles. De esta manera es como nos encontramos con el mítico Robin Hood, del que todavía no se sabe a ciencia cierta si fue o no un personaje histórico, pero que aparece en las baladas inglesas del siglo XIV adornado con un halo heroico al ser el ladrón de ricos opresores y el generoso dador de los pobres oprimidos.
En España tenemos toda una tradición de ladrones ilustres que incluso llegaron a cautivar la imaginación de autores del período romántico, como la del escritor francés Prosper Mérimée (1803-1870) que quedó subyugado por la personalidad y andanzas de José María El Tempranillo (1805-1833) quien finalmente llegaría a convertirse en toda una leyenda al emular en Andalucía las correrías de Robin Hood en los bosques de Sherwood. Esa saga de bandoleros que pusieron en jaque a las fuerzas del orden se agrandó con las figuras de Francisco Ríos González El Pernales (1879-1907) y Joaquín Camargo Gómez El Vivillo (1866-1929), llegando la misma hasta nuestros días en la persona de Eleuterio Sánchez El Lute, arquetipo de ladrones e indeseables durante el franquismo pero ejemplo de lo que la democracia es capaz de hacer al ganarlo para la sociedad civil y convertirlo en un ciudadano honrado con todas las de la ley. Hay, por lo tanto, algo paradójico en esta categoría de personajes que por un lado son la bestia negra para la propaganda oficial pero por el otro son atractivos y simpáticos para el sentir popular. La prueba de todo ello la tenemos en El Zorro, el bandolero que en California defiende a los desfavorecidos y cuya segunda parte protagonizada otra vez por Antonio Banderas y Catherine Zeta Jones se presenta estos días en los cines prometiendo un gran éxito de taquilla.
Durante varios siglos y en vastas regiones del mundo los ladrones impusieron su ley convirtiéndose en toda una alternativa a los poderes constituidos. Piénsese, por ejemplo, en el dominio que piratas, bucaneros, corsarios y filibusteros ejercieron en determinados mares, durante los siglos XVI al XIX, hasta el punto de ser el quebradero de cabeza número uno para las potencias marítimas de la época. España amargamente supo mucho de esto porque sus galeones que venían de las Américas cargados de oro y plata fueron el objetivo perfecto y predilecto para sus abordajes en busca de un sustancioso botín. Algunos de los protagonistas de estos episodios alcanzaron notoriedad y fama, hasta el punto de ser reconocidos como auténticos héroes nacionales por el mérito de haber hecho perjudicado a una potencia enemiga.
Pues bien, actualmente el mundo de las telecomunicaciones en España se va pareciendo cada vez más a un agitado mar en el que tiburones y otras especies depredadoras se mueven a sus anchas devorando todo lo que encuentran a su paso. Es tal el negocio y tales las cantidades de dinero que se manejan (Auna ganó 30 millones de euros en 2004, Amena 300 y Telefónica casi 3.000) que el mundo de la telefonía parece ser el negocio del siglo si no del milenio. Pero en el afán por ganar dinero las grandes compañías se han lanzado a una desenfrenada competencia para captar clientes, robárselos unas a otras y hasta robar a los clientes mismos. Las irregularidades comienzan ya en las agresivas maneras de conseguir clientes, que perfectamente podrían denominarse ‘acoso comercial’, siguen en las engañosas campañas de publicidad que prometen todo lo habido y por haber, continúan cuando se presentan los primeros problemas en el cumplimiento de lo prometido, se amplían cuando las ofertas se rescinden sin ponerlo en conocimiento del cliente y se extienden al momento en el que uno desea darse de baja de los servicios contratados. Si la amabilidad del vendedor, de cualquier vendedor, siempre fue interesada y en muchas ocasiones falsa, ello toma dimensiones colosales en el caso de las empresas de telefonía, donde en el momento del alta todo son parabienes y facilidades pero a partir de ese instante pasas a ser su rehén quedando a merced de su codicia, desidia e ineficacia. La diferencia entre aquellos ladrones románticos del ayer y estos ladrones pedestres de hoy es que los primeros robaban a los ricos para dárselo a los pobres, pero éstos, que son inmensamente ricos, roban a los pobres usuarios para seguir engrosando su cuenta de resultados.
¡Qué bien nos vendría un poco de ética puritana! ¡Cuán bueno sería que el mundo de los negocios se viera influido por el puritanismo! Pero… ¿qué dices? ¿Puritanismo? Vade retro… Cualquier cosa menos eso y antes que ser puritanos mejor ser calaña de vampiros, de sinvergüenzas y caterva de ladrones descarados. El año pasado nuestro Presidente del Gobierno nos anunciaba su propósito de terminar con la moral carca o puritana en nuestra nación para sustituirla por leyes progresistas y modernas. Bueno, yo prefiero quedarme con lo carca según el texto bíblico citado enseña, donde se resalta la importancia de la ética puritana. Una ética de integridad
Es decir, una ética para todos los aspectos de la vida, válida tanto para lo particular como para lo público; una ética presidida por la verdad, la transparencia, la justicia y la equidad; en definitiva, una ética irreemplazable. La ética que España necesita. Pero esa clase de ética no es el resultado directo del moralismo sino el fruto de la conversión a Dios, o sea, del evangelio. Una ética que necesitan progresistas y ladrones, moralistas y tiburones; de lo contrario España terminará siendo un paraíso para el engaño y un infierno para la honradez.
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