Respetemos pues la voluntad y la libertad del prójimo, amémosles con toda el alma, prestémosles ayuda sin condiciones.
Amigos míos del camino, no podemos ser tan cansinos en el trato con las personas, intentando que se conviertan en cristianos aquellos que no lo son, exasperando la paciencia de los que nos conocen y aun así no desean venir por nuestras iglesias. Si decimos que tenemos libertad, permitámosle esa misma libertad a ellos. Que alguien se salve o no, no depende de nuestro machaqueo, depende de la obra del Espíritu Santo en la vida de las personas, no en ti o en mí.
Pensemos que quizá sea por ese erre que erre continuado por el que huyen de nuestra presencia, se alejan disimuladamente cada vez que les sacamos el tema de la salvación y de la iglesia. Es posible que no vean en nosotros ese ejemplo que tenemos que dar y que observen como se nos va la fuerza por la boca, no por el corazón. Somos muchos los que tenemos en la cabeza que la salvación o la condenación de alguien está en nuestras manos, quitándole así toda la importancia a nuestro Señor, que es el que da las ganas y la necesidad de acercarse a él.
Por otro lado juzgamos. Decidimos quien es y quien no es salvo, cuando eso sólo es él quien lo sabe. Respetemos pues la voluntad y la libertad del prójimo, amémosles con toda el alma, prestémosles ayuda sin condiciones, no como algunos que hacen favores obligando a los beneficiados a tener que asistir a la iglesia o aceptar al Señor por la fuerza, bajo presión, simplemente por la necesidad que tienen de recibir ayuda. Cuántas veces se quejan de nuestra pesadez, aborreciendo lo que nos sale por la boca, corriendo, como sabemos, hacia otro lado en cuanto nos ven venir. No, esto no puede tener nada que ver con el versículo que dice que prediquemos la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo, 2 tim 4,2, tampoco con el que dice y seréis odiados por todos a causa de mi nombre, Mt 10,22, algo que nos gusta contar compungidos cuando alguien, harto ya, nos manda a hacer puñetas. No puede tener nada que ver, porque el Señor no puede estar conforme en moler a nadie, ni en que se tomen trocitos de versículos para justificarnos delante de él y de los hombres.
Así que descansemos de esa responsabilidad tan grande que nos hemos impuesto de salvar a otros porque los consideramos perdidos y vivamos como Dios nos manda a nosotros, no a ellos.
Abandonemos todo el montaje que existe enfocado a esta causa, amigos, y dejemos de dar la matraca con nuestro convencimiento de que depende de nosotros que esas personas entren a formar parte del reino de los cielos. Ni el sembrar las aceras con tratados, ni bloquear a nadie el paso en las aceras, ni fastidiar en el lugar de trabajo, ni a los vecinos. Pongamos nuestro tesón no en convertir a nadie al cristianismo sino en mejorarnos a nosotros mismos, en parecernos cada día más al Señor, en que cuando nos miren y vean como vivimos quieran amarle también, no a nosotros. Dejemos que él haga lo demás. La obra es del Señor y la libertad de elección pertenece a las personas.
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