La única respuesta posible a la crisis debe partir de la sociedad civil, cambiando de valores y actuando organizadamente.
¡Enhorabuena!, la crisis ha terminado. Por lo menos esa es la impresión que podemos sacar si escuchamos tanto lo que una buena parte de la prensa como los gobiernos occidentales nos dicen. Ya podemos volver a gastar como si no hubiera un mañana, que la crisis es cosa del pasado. El crecimiento de la economía supera las previsiones más optimistas, el desempleo se reduce y el Ministro de Economía dice que algunas autonomías alcanzarán, en breve, el pleno empleo.
Sin embargo, algo no debe andar muy bien cuando está creciendo un sentimiento anti-sistema en Occidente. Desde hace un tiempo hay una tendencia en la población del mundo occidental a votar anti-sistema. Aquel candidato que es percibido como el candidato del sistema acostumbra a perder las votaciones. Antes, el candidato del aparato del partido ganaba, hoy pierde sistemáticamente. ¿No es esa la respuesta del Brèxit?, ¿No es así en la elección de Trump?, ¿No era también Bernie Sanders un "anti-aparato" en el lado demócrata?, ¿No es acaso este elemento una explicación parcial del número de votos de Marine Le Pen en las elecciones francesas? ¿No explica que los trabajadores en huelga aplaudan a Le Pen y abucheen a Macron?, ¿No está este elemento también en el auge de los partidos xenófobos europeos? Incluso en España, ¿No es esta una de las claves de la elección de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz en el PSOE?
Los ciudadanos han identificado al enemigo: el sistema, el aparato. Quizás lo que no son tan capaces de localizar es que el anti-sistema de turno puede ser tan peligroso como el del aparato. Se nos da a elegir entre Trump o Hillary Clinton. Difícil elección. Se nos da a elegir entre Macron y Le Pen. Difícil elección. Se nos da a elegir entre Díaz y Sánchez. Difícil elección.
A inicios de los 90, con la caída del muro de Berlín, se nos anunciaba la victoria del capitalismo. Pero la celebración de la victoria se ha acabado. Ahora sabemos que quien pagaba la factura de esa victoria éramos nosotros, los ciudadanos. La crisis de finales de 2007 la iniciaba el capitalismo financiero, concediendo unas hipotecas sin ningún tipo de garantía de cobro de las mismas. Hipotecas sobre viviendas que no tenían, ni de lejos, el valor del importe concedido en la hipoteca. Esas hipotecas se convertían en títulos que pasaban al mercado financiero, que compraba y vendía esos títulos, que iban infectando el sistema financiero de todo el mundo. Eso era posible porque en la revolución neo-liberal de Reagan y Tatcher el mercado financiero se había desregulado por completo, se había suprimido los mecanismos de seguridad para maximizar los beneficios de la banca y los grandes inversores. Lo que ahora sabemos es que esos bancos, cuyos activos estaban sobrevalorados, eran demasiado grandes como para dejarlos quebrar y ellos lo saben muy bien. Esta consciencia ha fomentado en el sector la irresponsabilidad y el sentido de impunidad de sus dirigentes. Se produjo la paradoja keynesiana: "Si yo te debo una libra, tengo un problema. Pero si te debo un millón, el problema es tuyo". Dejar caer los bancos podía producir un tsunami de tales proporciones que tenemos que rescatar esos bancos y lo vamos a hacer con dinero público, con el dinero de todos nosotros. Deudas privadas, pagadas con dinero público. La fiesta se ha acabado y los que nunca fuimos invitados somos los que la hemos pagado: cerca del 80% del dinero de los ciudadanos no se va a devolver. Un mensaje al sector financiero de que hagan lo que hagan, no les va a pasar nada. Supongo que aún resuenan en nuestros oídos las palabras del ministro que nos aseguraba que no nos costaría nada a los ciudadanos, nos suena a salidas a bolsa o ampliaciones de capital sobre informes falsos, que ni la CNMV, ni el Banco de España, detectaron.
Este sentido de irresponsabilidad no sólo ha afectado al sector privado, sino a un gigantesco sector público que se ha excedido en la mayoría de economías occidentales. Deudas públicas imposibles de pagar y que superan al PIB anual. Lo que parecía posible en los 70 del siglo pasado, con unas ratios de trabajadores empleados por clases pasivas de 4 a 1, es aún más imposible hoy con ratios que se acercan a los dos contribuyentes por cada perceptor. La pirámide poblacional envejecida nos anuncia un futuro muy complicado, incluso si la economía mejora.
Algunos han clamado en estos tiempos por una reforma del capitalismo, por lo menos, por volver a un sector financiero más regulado y controlado. Parece obvio que el que se beneficia de la falta de límites y de control, no va a hacerse una ley en su contra. Es obvio que tampoco los partidos políticos que se benefician de los agujeros en el sistema, no van a hacerse leyes que limiten la corrupción. No tengo muchas esperanzas en que la economía financiera, las grandes empresas privadas, ni los gobiernos centrales que sirven a los intereses de los anteriores, sean parte de la solución.
En esta coyuntura, la única respuesta posible debe partir de la sociedad civil, cambiando de valores y actuando organizadamente. Algo estamos viendo en algunos experimentos de lo que llamamos economía colaborativa. El principio está contenido en el mensaje cristiano: Las personas son antes que las posesiones. En lugar de una cosmovisión que prioriza el individualismo y el consumismo, un cambio de cosmovisión desde la población, que priorice las relaciones por encima del aislamiento del individuo y por encima del consumo. Mientras el eje motriz de la felicidad sea consumir más y cada uno vaya a su interés privado, en lugar de priorizar las personas y las relaciones por encima de lo material, somos presa fácil de ese sistema.
Sugiero algunas propuestas que podrían resultar favorables en un cambio de paradigma:
- Mejorar la situación financiera de los hogares, reduciendo el endeudamiento. El endeudamiento es la consecuencia del espíritu consumista. "Para qué esperar a mañana si lo puedes tener hoy", en lugar del valor del ahorro, que nos mantiene libres del sistema de préstamos con intereses crecientes. El sistema de la ambición nos empobrece y hace nuestros hogares más vulnerables.
- Actuar como familias ampliadas. Las familias creando pequeñas unidades de apoyo social y económico, en lugar de familias puramente nucleares más desprotegidas. En lugar de esperar todo del Estado, comenzar a tomar responsabilidad por nuestros propios problemas. En lugar de actuar aisladamente, actuar como unidades familiares para proveer soluciones sociales.
- Actuar localmente para proveer soluciones a aquellos que no tienen un círculo familiar potente. Son los gobiernos locales los más sensibles y los que están más cerca de la situación. Con todo, los gobiernos locales deben actuar subsidiariamente y en ningún caso sustituir lo que la población tiene capacidad de arreglar. La mejor solución siempre viene de las familias, no de los poderes públicos. Cada vez más vemos con preocupación como los gobiernos a todos los niveles tratan de regular la esfera privada. Ellos no son capaces de proveer servicios, aumentan el gasto público ya desbordado y hacen difícil que las familias provean soluciones con regulaciones sobre regulaciones.
Seamos el contrapeso de poderes públicos al servicio de los poderes económicos y financieros y seamos también el contrapeso de poderes públicos que generan un sector público inmenso que se impone y sustituye la iniciativa de las familias.
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